Capítulo 3 – Instrucciones para sentir; una guía poética para transitar emociones.
Nadie nos enseña a sentir. A veces creemos que lo hacemos bien solo si no molesta, si no duele, si no incomoda. Nos enseñan a leer, a sumar, a comportarnos… Pero no a abrazar una tristeza sin esconderla. No a habitar la alegría sin culpa, no a llorar sin pedir perdón. Crecimos con la idea de que las emociones tienen un manual, que hay sentimientos buenos y otros prohibidos, que lo correcto es “estar bien” y que lo que no se puede explicar, se calla. Pero sentir no es lineal, es caótico, irracional, humano y no hay un solo modo de hacerlo. Por eso, este capítulo no es una fórmula, es una guía abierta, un mapa sin destino fijo. Una colección de palabras que no intentan dar respuestas… Sino acompañarte mientras las buscás. No son soluciones, son abrazos. No son mandatos, son pausas. No son certezas, son caminos. Acá no vas a encontrar cómo dejar de sentir, sino cómo permitirte sentirlo todo sin perderte en el proceso.
Vamos a hablar del dolor, sí. Pero también del alivio. Del miedo, pero también del valor que nace después y de cómo una emoción puede ser tormenta y también refugio. Si alguna vez te sentiste roto, vacío, confundido… Este capítulo es para vos. Para que sepas que lo que sentís no te hace débil, te hace real. Pero sobre todo para dejar en constancia que no necesitás pedir permiso para sentir. Solo espacio y un poco de amor propio para sostenerte.
Bienvenido a este recorrido. No necesitas saber a dónde vas. Solo animarte a atravesar.
Cómo abrazar lo que ya no vuelve
El Principito tenía una rosa. Una rosa única, frágil y caprichosa. Una rosa que él cuidaba con esmero, aunque a veces no supiera cómo hacerlo. La regaba, la cubría con su globo, le hablaba, la miraba en silencio. Pero hubo un día en el que tuvo que dejarla. No porque no la amara, al contrario, fue porque entendió que a veces amar también es soltar.
Y que hay cosas que no podemos retener, aunque vivan en lo más profundo de nosotros.
Y aunque en su planeta podían crecer otras flores, él sabía —lo supo siempre— que ninguna sería como ella.
Desde entonces, llevo esa imagen conmigo. El niño que se despide de su rosa para seguir viajando. Y me lo repito en los días donde algo en mí se rompe: Hay amores, personas, momentos… que no vuelven. Y está bien. Lo difícil no es que se vayan, lo difícil es qué hacer con lo que queda cuando se van. Con el eco de una risa, con el olor de una costumbre, la forma en que alguien te miraba y te hacía sentir única, con la versión de vos misma que solo existía en ese lugar. ¿Cómo abrazás algo que ya no está? ¿Cómo sostenés lo que fue, sin lastimarte en el intento? Creo que el primer paso es no negar que dolió. No minimizarlo, no taparlo con frases hechas. Lo segundo, es aceptar que el recuerdo no es el enemigo. Que recordar no significa vivir anclada al pasado, sino honrar lo vivido.
Y lo tercero, es entender que las cosas no vuelven… Pero dejan semillas. Casi siempre como humanos nos aferramos tanto a la ausencia que nos olvidamos de todo lo que nos dejó. Nos concentramos en que ya no está… en lugar de mirar lo que quedó en nosotros gracias a eso.
El Principito no volvió a ver a su rosa, pero aprendió que ella seguía viva cada vez que miraba el cielo y recordaba que en algún rincón del universo, había una flor que solo él podía entender. Y con eso bastó.
Porque abrazar lo que ya no vuelve no es detenerse. Es llevarlo adentro y seguir, no desde el vacío. Sino desde la memoria, agradecer que hayan existido, aunque no se hayan quedado. Eso es abrazar lo que ya no vuelve, es dejar de resistir la ausencia y empezar a reconocer la huella.
Yo también tuve mis rosas.
Manual breve para llorar sin culpa
Llorar no es fallar. Es sanar.
Sentir miedo no te hace menos valiente