Cosas que pensé antes de sanar

Capítulo 6 – El vivero de la vida

Capítulo 6 – El vivero de la vida

Hay lugares que no se ven desde afuera. Rincones en los que se gesta el alivio, la calma y la reconstrucción. Este capítulo es para esos momentos donde nadie aplaude, pero donde también se sobrevive. Donde, en medio del caos, alguien decide volver a cuidarse.

Pequeños actos de amor propio

Hay días en los que no alcanza con frases motivacionales. Días en los que el simple hecho de levantarse de la cama ya es un acto de valentía. Y ahí, justo ahí, también vive el amor propio. Nos enseñaron que quererse a una misma era gritarlo, mostrarlo, decir “yo puedo con todo” como si fuera una bandera. Pero quererse, a veces, es más silencioso. Es ponerle azúcar al té que te gusta. Es ducharte cuando no querés moverte. Es no contestar un mensaje cuando sabés que hacerlo te haría mal. Es no forzarte a estar bien para otros cuando vos no estás bien ni para vos. Amarse no siempre es grandioso.
Amarse puede ser lavar tu taza preferida para volver a usarla.
Poner tu canción refugio, salir a caminar aunque sea una vuelta a la manzana, encender una vela cuando todo parece apagado. Y lo más difícil de todo: amarse también es perdonarse cuando no se puede hacer nada de eso. Cuando simplemente se respira y se sobrevive. Amarse es no dejarse sola. Incluso cuando no tenés fuerzas para hablarte con ternura.
Amarse es acompañarse en el caos, sin exigirse ser orden.

Encontrar luz en la oscuridad

A veces, lo más difícil de atravesar la oscuridad no es lo que duele… sino lo que no se ve. La incertidumbre, el no saber cuánto más va a durar, el miedo de no volver a sentir la luz. Pero hay luces que no ciegan, sino que calientan. Y muchas veces, no vienen del cielo ni de los demás: vienen de uno mismo.

De una palabra escrita en un cuaderno a las 2 a.m., de una persona que te abraza sin pedir explicaciones, de un recuerdo que te devuelve la fuerza justo cuando pensabas que no te quedaba nada. Hay personas que sobreviven cada día sin aplausos.
Personas que han tocado fondo y desde ahí aprendieron a construir, personas que, aun en la oscuridad más profunda, eligieron quedarse. Y eso es una forma de esperanza. Hay una imagen que siempre vuelve: la de una semilla bajo tierra. Está sola, no se ve, parece que no hace nada, pero adentro, en la oscuridad, está naciendo.
Está rompiéndose y al mismo tiempo preparándose para florecer. Esa imagen también somos nosotros.
Porque hay oscuridades que no nos destruyen, nos transforman y porque, aunque nadie lo vea, seguimos creciendo.

La paciencia con uno mismo

Nos enseñaron a correr. A sanar rápido, a "dar vuelta la página" como si la vida se escribiera sin pausas, sin tachaduras. Pero nadie nos enseñó a esperarnos.
A quedarnos en el proceso aunque duela, a sostenernos cuando estamos cansadas de ser fuertes. La paciencia con una misma es rara, porque a veces nos parece indulgente.
Como si no mereciéramos tiempo, como si tener un mal día fuera señal de debilidad, pero no lo es. Tener paciencia con vos es mirarte con la misma ternura con la que mirarías a alguien que amás. Es entender que no sos un reloj, ni una máquina, ni una historia con final predecible.
Es permitirte retroceder sin sentir que fracasás, es recordarte que sanar no siempre es avanzar. A veces es quedarse quieta y solo respirar. Tener paciencia es no apurarte en perdonar, en olvidar, en superar.
Porque tal vez lo más difícil no es el dolor, sino la impaciencia con la que a veces lo tratamos. Y hay algo hermoso en el hecho de decidir esperarte. De darte tiempo.
De quedarte al lado tuyo aunque no sepas cuándo va a pasar la tormenta.




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