Cósmico

Capítulo 2: El Jardín de Carne y Silicio

El aire no olía a tierra mojada, a musgo o a vida vegetal en descomposición. Olía a cobre, a ozono y a algo dulzón y metálico que a Lena le recordó vagamente al regaliz. Cada inhalación era una revelación y una violación. Su cuerpo, acostumbrado al aire reciclado y estéril de las naves y estaciones, se rebeló por un instante, con una arcada seca que le quemó la garganta. Kael, a su lado, tosió con más fuerza, llevándose el brazo a la nariz.

—Parece que podemos respirarlo, pero a nuestra biología no le hace gracia —masculló, sus ojos escudriñando el entorno con una desconfianza que Lena empezaba a compartir.

Habían salido de la estación orbital—o lo que fuera aquella estructura—a través de un umbral que no era una simple esclusa, sino un campo de energía que se desvaneció tras ellos, sellando la entrada. Ahora estaban de pie en una explanada de un material grisáceo y poroso que absorbía la luz y el sonido. Ante ellos se extendía el "jardín".

No era una jungla, ni un bosque, ni ninguna bioma terrestre. Los "árboles" eran torres retorcidas de una sustancia que parecía a la vez corteza y cableado de fibra óptica. De sus "ramas", en lugar de hojas, colgaban filamentos luminiscentes que pulsaban con una luz tenue, sincronizados con el latido que aún sentían en el pecho. El suelo no era de tierra, sino una red de raíces brillantes y duras como el acero, entre las que crecían estructuras cristalinas que emitían zumbidos de baja frecuencia. El cielo era de un violeta profundo, manchado por dos soles: uno grande y anaranjado y otro más pequeño y blanco, cuya luz dual proyectaba sombras imposibles.

—Es... arquitectura —susurró Lena, la científica en ella desbordándose—. Todo esto está construido, no ha crecido de forma natural.

—O es una biología que no distingue entre lo orgánico y lo sintético —replicó Kael señalando con la cabeza un movimiento entre las estructuras.

Una criatura del tamaño de un perro pequeño se deslizaba. Tenía un cuerpo segmentado de un negro brillante, como quitina pulida, y se movía sobre seis patas que terminaban en esferas de un material metálico. Donde debería haber una cabeza, un racimo de lentes ópticas giraba independientemente, reflejando la luz de los soles. No pareció prestarles atención; se acercó a una de las "raíces" luminosas, extendió una protuberancia de su cuerpo y comenzó a... conectarse. La luz de la raíz fluyó hacia la criatura, que emitió un ronroneo de satisfacción mecánica.

—Dios mío —exhaló Lena—. Es un simbionte. O un mecánico. Esta ecología es una red tecnológica.

El objetivo, la coordenada que les había mostrado la estación, estaba a unos cientos de metros, elevándose sobre la llanura: una espiral de ese mismo material orgánico-metálico, coronada por una esfera que parecía hecha de pura energía contenida, brillando con el mismo ritmo cardíaco del planeta.

Caminaron con cautela. Cada paso era una incógnita. La "hierba" bajo sus botas era un musgo de microcircuitos que se encendía a su contacto, dibujando su camino. Sentían que el mundo mismo los observaba, los analizaba.

De repente, el latido se intensificó, pasando de un bajo sostenido a un redoble acelerado. Los filamentos de los árboles se encendieron con una luz blanca y cegadora. Kael se llevó la mano a la pistola de pulso que llevaba en el muslo, un gesto inútil pero instintivo.

—¡Algo viene!

No era una criatura. Era el paisaje itself el que cambiaba. Las raíces del suelo se retiraron con un sonido de metal sobre piedra, abriendo un surco profundo frente a ellos. Del interior emergió una plataforma plana, flotando a unos centímetros del suelo. En su centro, sobre un pedestal, reposaba un objeto.

Era un prisma de un material cristalino perfectamente transparente. En su interior, flotando como atrapada en ámbar, había una sola esfera de un metal blanco y brillante, del tamaño de un puño.

La plataforma se detuvo ante ellos. No había instrucciones, ni interfaz, solo el objeto y un silencio expectante que pareció absorber todo el sonido del jardín.

—¿Una ofrenda? ¿Una herramienta? —preguntó Lena, más a sí misma que a Kael.

—O un test —respondió él, sin apartar la mirada del prisma—. La estación nos dio una coordenada. El planeta nos está dando... esto.

Lena, impulsada por una curiosidad que anulaba toda prudencia, extendió la mano. Su dedo índice estuvo a punto de tocar la superficie fría del cristal.

—¡Lena, espera!

Pero fue demasiado tarde. O tal vez era lo que se suponía que debía hacer.

En el momento en que su piel hizo contacto con el prisma, el cristal no se rompió, sino que se disolvió, volatilizándose en una nube de polvo de luz que se arremolinó alrededor de su brazo. La esfera de metal blanco cayó en su mano abierta.

No era pesada. Era cálida. Y latía.

Un latido sincronizado con el del planeta, con el de la espiral a lo lejos, con el pulso de sangre en las sienes de Lena.

Y entonces, por primera vez, una voz resonó en sus mentes. No era un sonido, no eran palabras. Era un concepto puro, una descarga de información que se tradujo en su conciencia con una claridad aterradora:

"Bienvenida, Semilla. El Jardinero te espera."

Kael la miró, horrorizado. Él también lo había oído.

—Lena... ¿qué has hecho?

Ella no podía apartar la vista de la esfera que ahora latía en su mano, sintiendo que no solo sostenía un objeto, sino que una conexión vital se había establecido. Una conexión que tal vez ya no pudiera romper.

—No lo sé —susurró, su voz apenas un hilo de aire—. Pero creo que acabo de aceptar una invitación.



#396 en Detective

En el texto hay: tierra, cósmico, gravitación

Editado: 12.11.2025

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