El latido de la esfera en la palma de Lena era más que un sonido o una vibración; era una presencia. Una conciencia fría y vasta que se enredaba en los bordes de su mente, como una raíz buscando nutrientes en su psique. No hablaba, no emitía palabras, pero abría compuertas de percepción. De repente, podía sentir la red de energía que pulsaba bajo sus pies, un sistema circulatorio de luz y datos que se extendía por todo el planeta. El "jardín" ya no era un conjunto de formas extrañas, sino un organismo único, y ella era un glóbulo rojo recién inyectado en su torrente sanguíneo.
—¿Qué te está haciendo? —La voz de Kael era tensa, cargada de una alarma que no podía ocultar. Su mano no se apartaba de la pistola de pulso, como si el arma pudiera protegerlos de una invasión tan íntima.
—No me está haciendo daño —respondió Lena, y su propia voz le sonó distante, como un eco—. Me está... mostrando. Kael, este mundo... no es un planeta. Es una mente. Un cerebro de escala planetaria. Y estas construcciones son sus neuronas.
La coordenada en sus mentes se había reconfigurado. Ya no era un punto fijo en la espiral lejana. Ahora era una ruta, un flujo dentro de la red, que los guiaba no hacia la espiral, sino hacia una región más profunda del bosque de carne y silicio. Caminaron, y esta vez el camino pareció allanarse para ellos. Las raíces luminosas se retraían, las estructuras cristalinas se inclinaban, y las criaturas mecánico-orgánicas los observaban con sus lentes múltiples, no con hostilidad, sino con una curiosidad de máquina.
Tras una hora de marcha, la vegetación tecnológica se abrió para revelar su destino. No era un edificio, sino una Bóveda Radicular. Era como si las raíces más gruesas del planeta se hubieran entrelazado para formar una cúpula colosal, de kilómetros de ancho. La entrada era un arco formado por dos fibras luminosas que latían en sincronía. Y frente a ella, inmóviles, los esperaban.
Eran humanoides. O al menos, una aproximación a la forma humana. Sus cuerpos eran esbeltos, de una altura que rozaba los dos metros y medio, y estaban compuestos del mismo material orgánico-metálico que el bosque. Su "piel" era una corteza lisa y oscura, surcada por los mismos patrones de luz que todo lo demás. No tenían rostros. Donde debería haber ojos, nariz y boca, solo había una superficie lisa, aunque Lena, a través de su conexión con la Semilla, podía sentir que aquella lisa superficie era un órgano sensorial infinitamente más complejo que la vista.
Eran tres. No portaban armas. Simplemente estaban allí, expectantes.
—Los arquitectos —susurró Kael, conteniendo la respiración.
Lena negó con la cabeza, la esfera latiendo con más fuerza.
—No.No los arquitectos. Son... los Conscientes Silentes. Los guardianes. Los interfaz. Ellos no construyeron esto. Son una parte de esto, como lo es ahora esta esfera.
Uno de los seres alzó una mano alargada, de dedos finísimos. No hubo sonido, pero un nuevo concepto brotó en sus mentes, más nítido que el primero, como si la proximidad permitiera una comunicación más clara.
"La Semilla ha germinado en un receptáculo compatible. El Ciclo puede continuar."
—¿Qué ciclo? —preguntó Lena en voz alta, pero la respuesta no llegó como palabras. Llegó como una cascada de imágenes, de sensaciones.
Vio mundos moribundos, estrellas agonizantes. Vio cómo esta conciencia planetaria, a la que su mente empezaba a referirse como "El Jardinero", enviaba esporas como la que ella sostenía a través del vacío. Semillas buscando terrenos fértiles. Vio cómo, al encontrar un planeta viable, la Semilla lo transformaba, reescribiendo su biología y su geología en este nuevo ecosistema simbiótico, un paraíso ordenado y consciente. No era maldad. Era una necesidad ecológica a escala cósmica, una forma de preservar y expandir un patrón de existencia único. Y los seres que tenían ante sí, los Conscientes Silentes, eran las antiguas formas de vida nativas que habían sido... "integradas". Perfeccionadas. Perdieron su individualidad caótica para ganar una armonía eterna como parte del Todo.
—Dios mío —jadeó Lena, retrocediendo un paso—. No es un jardín. Es una colonia. Una infección consciente.
Kael, que solo podía ver el silencio y la inmovilidad de los seres, captó el terror en los ojos de su compañera.
—¿Lena?¿Qué ves?
—Nosotros... nosotros somos el "terreno fértil", Kael. A nosotros. El Jardinero no quería este planeta. Quería a sus habitantes. A nosotros.
El Consciente Silente que había "hablado" extendió su mano hacia Lena, en un gesto que podía ser una invitación o una reclamación.
"Únete. La armonía te espera. La individualidad es un error de la evolución. Una fuente de conflicto y dolor. Nosotros ofrecemos paz."
La esfera en la mano de Lena latía con una urgencia febril. Sentía la promesa. Una paz absoluta, la disolución de todas las dudas, de todos los miedos, la respuesta a cada pregunta en la vasta biblioteca de la mente planetaria. Era una tentación inmensa.
Pero también vio el precio. La pérdida de su yo, de sus recuerdos, de todo lo que la hacía Lena. Se convertiría en otra Consciente Silente, un nodo más en la red, un eco en el latido del mundo.
—No —logró decir, y su voz sonó frágil, pero llena de una voluntad feroz—. No quiero tu paz.
Al instante, la actitud de los Conscientes Silentes cambió. No fue un movimiento agresivo, sino una reconfiguración. La luz en sus cuerpos parpadeó, cambiando del azul sereno a un naranja admonitorio. El concepto que llegó a sus mentes ya no era una invitación, sino una advertencia fría y desprovista de emoción.
"El error debe ser corregido. Lo imperfecto no puede contaminar el Jardín. El Ciclo debe protegerse."
Las raíces del suelo comenzaron a moverse, enroscándose como serpientes. Las estructuras a su alrededor emitieron un zumbido agudo. El paraíso revelaba sus espinas. No los matarían, comprendió Lena con un escalofrío. Los "corregirían". Los integrarían por la fuerza.