El Auditorio Global de la Academia, en Ginebra, estaba repleto. No era una ceremonia formal, sino una gran reunión, una fiesta celebrando el regreso de los "Hijos Perdidos" y el éxito de la misión de la Resiliente. Científicos, militares, familias y curiosos se mezclaban bajo la inmensa cúpula de cristal, a través de la cual se veían las primeras estrellas del atardecer.
En el centro de todo estaba Lena, pero no la Lena acosada por el miedo, sino una mujer con una serenidad nueva. A su lado, firme y con un orgullo apenas disimulado, estaba el Capitán Marcus Valerius. Su mano descansaba sobre la espalda de ella con una posesividad protectora y tierna a la vez. Kael estaba cerca, sonriendo y conversando animadamente con sus antiguos profesores, mientras sus padres observaban con lágrimas de felicidad.
La música, una sinfonía suave que mezclaba sonidos terrestres con armonías extraídas de los archivos argonautas, llenaba el aire. El ambiente era de alivio, de triunfo, de un capítulo cerrado.
Tomando un vaso, Marcus golpeó suavemente una cuchara contra él. El murmullo de la multitud se apagó. Todos los ojos se volvieron hacia ellos.
—Amigos, colegas, familia —comenzó Marcus, su voz, usualmente dura, era ahora cálida y resonante—. Hoy no celebramos solo un regreso. Celebramos el coraje, la resiliencia y el descubrimiento más asombroso de nuestra era.
Todas las miradas se posaron en Lena. Ella respiró hondo, sintiendo el peso de la expectación, pero también una calma interior. Miró a Marcus, quien le dio un pequeño y alentador asentimiento.
—Cuando Kael y yo despegamos en nuestra misión arqueológica —comenzó Lena, su voz clara llegando a cada rincón—, solo buscábamos polvo y respuestas sobre el pasado. Encontramos, en cambio, el futuro. Encontramos un planeta vivo, un Jardinero, que no era un monstruo, sino una biblioteca herida. Y encontramos esto.
Un rayo de luz se centró en un pedestal cercano, donde la Semilla Primigenia descansaba dentro de una esfera de cristal argonauta, pulsando con una luz suave y vital.
—Esta Semilla no es un arma. Es una llave. Una llave a la comprensión de la vida misma, a la simbiosis entre la biología y la conciencia. Nuestro trabajo allí, más que un descubrimiento, fue una revelación. Nos mostró que no estamos solos en el universo, y que nuestra responsabilidad no es conquistar, sino comprender y preservar.
Kael se unió a ella, añadiendo detalles de su análisis histórico, explicando cómo los datos obtenidos reescribían los orígenes de la vida inteligente en la galaxia. Hablaron del equipo: de los valientes miembros de la Resoluta, de la sabiduría de los Argonautas, e incluso de la obstinación de Vorlag, cuyo agravio había sido, sin quererlo, un catalizador en su viaje.
—Pero el mayor descubrimiento —concluyó Lena, mirando directamente a Marcus— fue encontrar que incluso en la inmensidad del vacío, se puede encontrar un puerto seguro. Y que el hogar no es solo un planeta, es la gente con la que eliges construir tu futuro.
La multitud estalló en aplausos. La música volvió a sonar, más alegre y vibrante esta vez. Lena y Marcus se fundieron en un abrazo, un punto focal de felicidad en medio de la celebración. Parecía el final perfecto.
Hasta que la música se detuvo bruscamente.
Un zumbido profundo, no proveniente de los altavoces, sino del mismo aire, hizo vibrar los cristales de la cúpula. Afuera, una luz intensa, suave y plateada, bañó la noche.
¡Una nave!
Pero no era una nave terrestre. Era elegante, orgánica, hecha de curvas imposibles y nácar viviente. Se deslizó en silencio sobre el auditorio, un espectáculo de belleza alienígena que dejó a todos boquiabiertos y en silencio. Era una nave Argonauta.
La nave se posó suavemente en los jardines exteriores. La multitud, guiada por una mezcla de miedo y asombro, salió al exterior. Lena, Marcus, Kael y los altos mandos de la Academia se situaron al frente.
Una rampa se extendió desde la nave. No bajaron soldados, ni emisarios amenazantes. Bajaron Elara, con su serenidad habitual, y detrás de ella, una comitiva de argonautas y... otros.
Había seres de piel azulada y grandes ojos de las colonias acuáticas de Kepler-186f. Un botánico cuya piel parecía corteza de roble, de un mundo boscoso olvidado. Incluso se vio la forma gaseosa y luminiscente de un filósofo de una nebulosa lejana. Era el equipo. Los "detectives", los eruditos, los refugiados del conocimiento que Lena y Kael habían conocido en Aethon.
Elara se adelantó. Su voz, amplificada por algún medio, resonó con calma en la noche terrestre.
—Pueblo de la Tierra —dijo, y su tono no era de invasión, sino de invitación—. Los saludos del Santuario de Aethon. Hemos venido, no como forasteros, sino como colegas. Como familia.
Su mirada se encontró con la de Lena, llena de un significado profundo.
—El trabajo de la Portadora y el Historiador no ha terminado. Ha comenzado. La Semilla ha despertado. Y el Jardinero... el Jardinero puede ser sanado. Pero no puede hacerse solo. La curación requiere de todas las manos, de todo el conocimiento. De vuestra determinación terrestre y de nuestra comprensión de las estrellas.
Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran en la multitud atónita.
—Por eso hemos venido. No en una nave de guerra, sino en un Arca de Conocimiento. Para presentarnos formalmente. Para invitarles a unirse a nosotros. El universo no es un lugar para ser temido o conquistado. Es un jardín para ser cultivado, juntos.
El silencio fue absoluto. Luego, un solo aplauso comenzó. No fue estruendoso, sino lleno de asombro. Era el aplauso de Kael. Lena lo siguió, luego Marcus, con una expresión de profundo respeto en su rostro. Y pronto, todo el mundo aplaudía, no con el júbilo de antes, sino con la reverencia de quien presencia el amanecer de una nueva era.
La fiesta había terminado. Pero la verdadera reunión, la más importante de todas, acababa de comenzar. Bajo la luz de la luna terrestre y la nave argonauta, la humanidad no estaba sola, y su futuro, por primera vez, parecía infinitamente más grande y brillante de lo que nadie había soñado. El viaje de ida había terminado. Ahora comenzaba el viaje de vuelta a las estrellas, esta vez, de la mano de nuevos amigos.