Después de que Cosmo nació, fue llevado a vivir con unos tíos que lo acogieron con todo el amor que su madre y padre nunca pudieron darle. Fueron ellos quienes lo llamaron Cosmo, un nombre que simbolizaba su destino, su vida por delante, su libertad para decidir quién sería. Cosmo, con el tiempo, creció rodeado de un ambiente diferente, más intelectual, donde la ciencia era el lenguaje común. Fue allí, en su nueva vida, donde se gestó una pasión que nunca lo abandonaría: la ciencia. A medida que pasaban los años, Cosmo fue creciendo, y su mejor amigo Max se convirtió en la otra mitad de su mundo. Juntos exploraron teorías, inventos, y aunque no compartían la pasión por el fútbol como la mayoría de los jóvenes, se unían con fervor en su amor por los misterios del universo.
Uno de esos días lluviosos que parecían sacados de una novela, mientras regresaban de la escuela, ocurrió algo que cambiaría sus vidas. Cosmo y Max caminaban bajo un paraguas que no resistió el peso de una gota tan grande que cayó del cielo, partiéndolo en dos. Cosmo, mirando el fragmento roto de su paraguas, observó algo en el suelo, algo que brillaba entre el barro y las gotas de lluvia. Se agachó y, con cuidado, lo recogió. Era un fragmento de cristal tan brillante que parecía tener vida propia.
El cristal, a pesar de su pequeño tamaño, parecía irradiar una energía inexplicable. Cosmo, con guantes suaves, lo guardó rápidamente en su mochila, sin compartir sus pensamientos con Max en ese momento. Un sentimiento extraño se apoderó de él, como si el cristal estuviera llamándolo, como si supiera que este simple fragmento cambiaría todo.
Esa noche, después de llegar a casa, Cosmo no pudo dejar de pensar en el cristal. Lo sacó de su mochila y, bajo la tenue luz de su lámpara, comenzó a examinarlo detenidamente. Algo en su interior le decía que no era un simple objeto, sino algo mucho más complejo. Era una fuente de energía, algo que no podía ser natural. Decidió probar algo: lo colocó dentro de una bombilla.
La bombilla comenzó a encenderse de inmediato, iluminando la habitación con una luz cegadora. Pero algo extraño sucedió después. La luz comenzó a parpadear, primero con destellos rápidos y luego con interrupciones prolongadas. Cosmo, fascinado, miró los destellos y pronto se dio cuenta de que había un patrón en ellos. Era como si el cristal intentara comunicarse. Sin perder tiempo, Cosmo recordó algo que había aprendido en la escuela: código morse.
Con rapidez, Cosmo anotó los patrones en un papel. Durante más de media hora, se dedicó a descifrar el mensaje. Finalmente, sus ojos se agrandaron al leer la última frase: "toca sin guantes". Cosmo no podía creerlo. ¿Qué significaba eso? ¿Un mensaje de un ser extraterrestre? ¿Un aviso de algo más grande?
Cosmo dudó. ¿Debía hacerlo? Tocarlo sin guantes parecía peligroso, pero ¿y si era una oportunidad única en la vida? Decidió hablarlo con Max, su mejor amigo. Juntos, sentados en el viejo sofá de la casa de Cosmo, discutieron sobre lo que debían hacer. Ambos coincidieron en algo: era un peligro, y lo mejor era no tocarlo. Aunque la curiosidad era inmensa, sabían que podrían estar jugando con algo mucho más grande de lo que podían controlar.
Decidieron seguir investigando, manteniendo el secreto entre ellos. Si alguien más, o el gobierno, se enteraba, sin duda querrían adueñarse de esa increíble fuente de poder. Pero el tiempo pasó, y Max comenzó a sentirse más inseguro. Algo en su interior le decía que este misterio merecía más atención, de alguien con más experiencia. Fue entonces que Max decidió contarle a su padre, Charles, sobre el cristal.
Charles, un hombre marcado por sus propios secretos y obsesiones, escuchó con una sonrisa en su rostro. Una sonrisa que era una mezcla de angustia, emoción y enojo. Max lo miró con expectativa, esperando una reacción más comprensiva, pero Charles le respondió con una calma inquietante:
—He visto muchas películas sobre esto, hijo —dijo, mientras sus dedos tamborileaban sobre la mesa—. Si lo que me dices es cierto, y este cristal tiene el poder que dices, lo mejor sería que me lo trajeras. Yo me aseguraré de examinarlo. Un científico profesional es lo que este misterio necesita. Si en realidad tiene un poder como el que tú describes, no podemos dejar que se nos escape.
Max, con cierta duda, aceptó la oferta de su padre. Lo que parecía un simple favor se había transformado en una oportunidad peligrosa. Cosmo, al enterarse de la decisión, estuvo de acuerdo con Max. Si alguien podía investigar eso de manera profesional, era mejor que ellos lo hicieran bajo la supervisión de Charles. Pero, en el fondo, Cosmo sentía que al darle el cristal a Charles, estaban acercándose más a algo que nunca podrían deshacer.