Cosmoryx

La captura

Al día siguiente, cuando Max y Cosmo regresaban de la escuela, el ambiente era diferente. La ciudad parecía tranquila, pero algo en el aire les decía que algo grande estaba por suceder. Como siempre, regresaron a casa de Cosmo, ansiosos por recuperar el fragmento de cristal para entregárselo al padre de Max, Charles. Pero al llegar, algo les heló la sangre. El fragmento ya no estaba en el lugar donde lo habían dejado.

¿Quién lo había tomado? La inquietud se transformó rápidamente en una pesadilla cuando empezaron a oír ruidos extraños provenientes del exterior. Un sonido creciente, como si muchas hélices de algún vehículo estuvieran girando a gran velocidad. Max y Cosmo corrieron hacia el jardín, donde vieron con horror un helicóptero levantando vuelo justo frente a ellos. Era imposible dejarlo ir. El fragmento de cristal estaba a bordo, y con él, toda la verdad que habían estado buscando.

Sin pensarlo, Cosmo dio un salto impulsivo y se aferró al tren de aterrizaje del helicóptero. ¡No podían permitir que el gobierno o cualquier otra entidad se quedara con el cristal! Pero Max, con sus reflejos no tan rápidos, intentó seguir a su amigo y no logró alcanzarlo. Cayó al suelo con fuerza, mirando impotente cómo el helicóptero se alejaba a gran velocidad.

Max, preocupado y enfurecido, no perdió el tiempo. Corrió hacia su casa para avisarle a su padre, Charles, sobre lo sucedido. Mientras corría, pensaba en todas las posibilidades que podrían estar detrás de ese robo. Cuando llegó y le contó la historia, Charles se quedó en silencio por un momento. Sus ojos, normalmente fríos, se entrecerraron en preocupación.

—Esto no es bueno, Max —dijo Charles, su tono grave—. Lo primero que me viene a la mente es el gobierno. Ellos deben habernos estado vigilando, y al enterarse de lo que estábamos investigando, decidieron actuar rápido. Se lo llevarán para investigarlo, para que no se nos escape.

Max no podía creer lo que escuchaba. Sabía que el fragmento de cristal podía ser peligroso, pero no imaginaba que alguien tan poderoso como el gobierno estuviera involucrado.

Mientras tanto, Cosmo se encontraba suspendido bajo el helicóptero, luchando por no caer. Sus manos estaban agotadas, pero su determinación era más fuerte que cualquier dolor. Sin embargo, un soldado a bordo del helicóptero lo vio. Pensó en deshacerse de él, pero, en lugar de eso, lo levantó hacia la cabina. La tensión era insoportable, pero Cosmo, con rapidez y reflejos que le habían salvado la vida en muchas ocasiones, sacó un revólver que había escondido en su ropa. En un parpadeo, disparó al soldado que lo había levantado, derribando a otro en el proceso. Se giró para disparar al piloto, pero antes de que pudiera, otro soldado le colocó un pañuelo en la boca, sumiéndolo en un sueño profundo.

Max, desesperado, había estado siguiendo la situación a través de su localizador. Desde que se inyectaron el localizador en el brazo izquierdo, sabían que en algún momento tendrían que usarlo. El pequeño dispositivo les permitiría rastrear la ubicación exacta de sus cuerpos, y Max, tras una búsqueda rápida, descubrió que Cosmo estaba en una bodega abandonada, a unos seis kilómetros de su casa.

—¡Es una bodega! —gritó Max, mirando a su padre con ansiedad—. ¡Tenemos que rescatarlo, ahora mismo!

Charles asintió sin dudar, sabiendo que el destino de Cosmo estaba en juego. Aunque el gobierno ya estaba involucrado, no podía dejar que su hijo y su amigo corrieran más riesgos. Los dos se prepararon para el rescate. La misión era clara: encontrar la bodega antes de que el gobierno llegara a la base de datos del cristal.




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