Cosmo despertó con un dolor punzante en todo su cuerpo. El aire en el lugar era denso, y la oscuridad lo envolvía, provocando que un escalofrío recorriera su columna vertebral. No sabía cómo había llegado allí, pero lo primero que notó fue que estaba amarrado, completamente inmóvil. Intentó moverse, pero no pudo. Estaba atrapado.
Frente a él, una figura oscura emergió de las sombras. Un hombre alto, con una barba de candado y ojos que reflejaban un odio profundo. La luz tenue de la habitación apenas iluminaba su rostro, pero su presencia era lo suficientemente imponente como para hacer que Cosmo sintiera una incomodidad visceral.
El hombre habló, su voz grave resonó en las paredes frías del lugar.
—Puedes correr todo lo que quieras, esconderte, pero te aseguro que te alcanzaré, y si te escondes, también te encontraré. —Su tono era calmado, casi filosófico, como si ya hubiera vivido una vida llena de persecuciones.
Cosmo, confundido, no entendía nada. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué lo tenía prisionero?
El hombre continuó, revelando algo que dejó a Cosmo sin aliento: un fragmento de cristal brillante, similar al que había encontrado en la lluvia. El cristal brillaba con una energía incontrolable, y el hombre lo sostuvo con una mano temblorosa pero decidida.
—Este cristal... —dijo el hombre, casi susurrando—. Solo tú sabes cómo funciona, pero te aseguro que está mucho más allá de lo que imaginas. Lo que tienes en tus manos es más que un simple fragmento. Es un canal para algo mucho mayor. Tú eres el elegido para usarlo.
Cosmo, aunque aún aturdido, intentó comprender las palabras del hombre. Pero su mente solo podía pensar en una cosa: ¿Qué era este cristal realmente? ¿Qué podía hacer?
—Necesitaré un almacén... —murmuró Cosmo, como si le estuviera hablando a sí mismo—. Un lugar donde guardar toda la energía infinita de este cristal. Y eso es tan... complicado, tan... difícil, que no podría terminarlo ni en toda mi vida.
El hombre no se inmutó ante sus palabras. De hecho, sonrió, una sonrisa que no transmitía bondad, sino una fría satisfacción.
—Ya lo tengo. —Dijo, tomando una esfera brillante que parecía contener una energía pura y concentrada—. Esto, mi pequeño amigo, es un núcleo. Esta esfera puede almacenar toda la energía que el cristal genera. Y lo comprobarás tú mismo.
Cosmo, aún desconcertado, observó la esfera en las manos del hombre. ¿Cómo podía ser posible que algo tan pequeño pudiera contener tanta energía?
En ese momento, Max y Charles llegaron a la bodega, armados solo con un rifle y una escopeta. Su misión era clara: encontrar a Cosmo y recuperar el cristal. No sabían que se enfrentaban a algo mucho más grande de lo que imaginaban. Con el localizador en mano, abrieron la cortina que cubría la entrada, sin saber que la trampa ya estaba preparada para ellos.
Al entrar, se encontraron con una escena extraña: una jaula vacía, una caja, y el localizador dentro de ella. Algo no encajaba. Antes de que pudieran reaccionar, una explosión estremeció el suelo bajo sus pies, enviándolos a ambos al suelo, desorientados.
Mientras tanto, Cosmo insertaba la energía del cristal en el núcleo. Cada vez que lo hacía, sentía cómo el poder aumentaba, como si la energía estuviera tomando forma dentro de él. Pero, en ese instante, una furgoneta llegó a la bodega. Dos hombres se bajaron y, con una frialdad inquietante, trajeron dos cuerpos inconscientes. Eran Max y Charles, atados a sillas. El sudor cubría sus frentes, y ambos parecían haber sido sedados o golpeados.
Los hombres les rociaron alcohol en el rostro, intentando despertarlos. Fue cuando Cosmo vio a su amigo y a su padre en ese estado que todo comenzó a tener un sentido macabro. El hombre frente a él, el que parecía conocer tanto sobre el cristal, ahora lo amenazaba.
—Si no sigues trabajando... —dijo el hombre, su tono frío y calculador—. Ellos morirán.
Cosmo sintió que su mundo se desmoronaba. ¿Qué clase de monstruo era ese hombre? ¿Y qué quería con él? Pero lo peor estaba por venir. Cuando Charles despertó y vio al hombre frente a él, una expresión de shock y horror cruzó su rostro.
—Tú... —dijo Charles, su voz temblorosa—. Creí que habías muerto.
La sorpresa y el miedo invadieron la habitación, mientras el hombre lo miraba fijamente.
—La bomba que me pusiste... —dijo el hombre, con una sonrisa oscura—. Pensaste que me habías matado. Pero, ¿cómo es posible que haya sobrevivido? Yo mismo estuve en mi entierro, ¿me explicas eso?
El ambiente se tensó aún más. Cosmo, sintiendo una oleada de confusión, volteó lentamente hacia su padre. Una palabra salió de su boca, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.
—¿Papá? —La voz de Cosmo temblaba, su mente no podía asimilar lo que estaba pasando. ¿Su padre estaba involucrado en esto? ¿En qué tipo de juego se encontraba atrapado?
La revelación era más grande de lo que Cosmo había imaginado. La conexión entre su padre y este hombre, el cristal, la bomba... Todo comenzaba a entrelazarse en una red de traiciones, secretos y peligros inimaginables.