La habitación se llenó de caos. Los gritos de Max y el sonido del metal al chocar contra el suelo resonaban en cada rincón del lugar. Cosmo, cegado por el dolor y la furia, no podía procesar lo que estaba sucediendo. Los golpes que le propinaba su padre se volvían cada vez más brutales, más desesperados. El odio entre ambos era palpable, una grieta que nunca pudo sanar.
El hombre al que Cosmo había llamado "padre" le reveló la verdad en sus últimas palabras, y la verdad fue más cruel que cualquier cosa que Cosmo pudiera imaginar.
—¿Todo este tiempo, estuviste vivo? —preguntó Cosmo, su voz quebrada por la rabia y el sufrimiento. La revelación de la supervivencia de su padre lo golpeó como un martillo.
El padre, con los ojos llenos de veneno, lo miró con desdén.
—No mereces llamarme papá. —Su voz se alzó con furia—. Tú mataste a la mujer que más amaba. Entre tú y este traidor... —apuntó a Charles—, arruinaron mi vida.
Las palabras de su padre golpearon a Cosmo más que cualquier golpe físico. Todo lo que había creído, todo lo que había amado, había sido una mentira.
El odio que había crecido entre ambos padres e hijos se desbordó. Cosmo, fuera de sí, se avalanchó sobre su padre, golpeándolo una y otra vez. Las lágrimas caían de sus ojos, confundidas entre la rabia y el dolor. Mientras tanto, Charles, el hombre que había sido su aliado, rompió sus ataduras y tomó el control de la situación. Sacó un revólver y disparó al hombre que se encontraba detrás de él, luego al que estaba frente a él. Con destreza, alcanzó a desactivar la silla eléctrica que estaba torturando a Max. La máquina explotó en un estallido de chispas, liberando a Max de la agonía.
Pero en el caos, el padre de Cosmo no se detuvo. Enfurecido, se zafó de su hijo, le dio un cabezazo que lo hizo tambalear, y le propinó una patada en la cara que lo hizo caer al suelo. Desesperado por eliminar a su propio hijo, sacó una navaja de su bolsillo y se lanzó hacia Cosmo con intención de matarlo.
Pero Cosmo, con reflejos afilados por años de sufrimiento, sacó su revólver. La lucha por el control del arma fue brutal, pero su padre, con una fuerza increíble, le quitó el arma y continuó con su intento de asesinarlo.
Max, aún agitado por el dolor, escuchaba gritos y disparos mientras se levantaba. En el suelo, vio una pistola. Sin dudarlo, la tomó y disparó al hombre que tenía su arma apuntando a Charles. La tensión era palpable, el lugar se llenaba de disparos, gritos y el sonido de la destrucción.
Pero Cosmo no podía dejar de pensar en la fuente de todo esto: el núcleo, el cristal, la energía que estaba intentando contener. En un último impulso, desconectó el núcleo, intentando detener la transferencia de energía. Pero no había tiempo. El padre de Cosmo, en un último acto de desesperación y venganza, lanzó la navaja hacia su hijo, cortándole la oreja en un acto que parecía definitivo.
En ese momento, Charles, viendo que la situación se estaba escapando de las manos, apuntó hacia el núcleo con el último disparo de su revólver. La bala atravesó el aire con velocidad, pero no fue suficiente para evitar lo inevitable. Cosmo, con un grito de horror, vio cómo la bala penetraba en el núcleo, liberando una onda de oscuridad que rápidamente se expandió.
El núcleo, aún en el centro de la sala, brillaba con una luz blanca antes de ser envuelto en una oscuridad total. La onda de energía se esparció por todo el lugar, y todo lo que tocaba comenzaba a desintegrarse, como si el universo mismo estuviera siendo desecho.
Primero fueron las personas: Cosmo, su padre, Max, Charles... todos comenzaron a desintegrarse, sus cuerpos perdiendo forma, piel, músculo, huesos. La oscuridad lo engulló todo, todo lo que había conocido, todo lo que había amado. La luz blanca del núcleo se desvaneció, y la última forma de vida en el universo comenzó a desaparecer.
El universo, tal como lo conocían, se desmoronó con el disparo de la bala que atravesó el núcleo. La onda de oscuridad se expandió rápidamente, tragando todo a su paso. Sin embargo, no hubo desintegración total. La carne, los huesos, las ciudades y todo lo que existía en este universo no desaparecieron en un polvo cósmico. En lugar de eso, todo fue consumido por una oscuridad profunda, pesada, que envolvía cada rincón de la realidad.
La luz desapareció, y con ella, la vida. Los cuerpos de Cosmo, su padre, Max y Charles dejaron de existir, pero no en la forma en que lo había imaginado Cosmo. No fueron desintegrados ni reducidos a nada. La oscuridad, como una manta imparable, se extendió por todo el lugar, cubriendo todo a su paso. La luz blanca del núcleo se desvaneció lentamente, y el mundo que una vez conocieron, la realidad misma, quedó sumida en un vacío sin fin.
Los gritos y los sonidos de lucha se extinguieron en un susurro, hasta que nada quedó. La oscuridad envolvió el universo entero, como si el tiempo mismo hubiera sido detenido y la existencia reducida a una quietud mortal.
El núcleo, el objeto que había desatado todo este caos, aún permanecía allí, suspendido sobre una mesa. Su luz blanca seguía brillando débilmente en el centro de la vasta oscuridad que ahora dominaba todo. Un destello, una pequeña esperanza de lo que pudo haber sido, pero sin forma ni sustancia. Sin vida, sin creación.
Nada existía fuera de esa oscuridad. Ningún ser viviente, ningún rastro de lo que había sido. El universo estaba ahora vacío, pero entero. Inmutable. Un vacío absoluto, donde no había destrucción ni creación, solo la presencia eterna de la oscuridad.
En este universo despojado de todo, el núcleo yacía como la última evidencia de un ciclo roto. No hubo un final absoluto, sino un vacío inquebrantable que esperaba algo más. Quizás una nueva creación, una nueva vida que comenzara de nuevo, o quizás, el eterno silencio.
Y en este vacío infinito, la oscuridad reinaba