Al despertar, Serena se estiró lentamente, disfrutando del suave abrazo de las sábanas que aún conservaban el calor de la noche. La luz de la mañana se deslizaba suavemente por la ventana, bañando la habitación en un dorado cálido, como un susurro que invitaba a los sueños a quedarse un poco más. El aire fresco traía consigo el aroma a pinos y el crujir de la nieve bajo los primeros pasos en la calle, una sinfonía tranquila que marcaba el inicio de un día especial.
Con los ojos entrecerrados, intentó aferrarse a los últimos destellos de un sueño que la había dejado el corazón latiendo más rápido. En él, estaba con Marcos. No como en la realidad, llena de silencios y distancias, sino en un mundo donde el tiempo no había jugado en su contra. Se veía a su lado, riendo, compartiendo una felicidad pura y sin sombras. Su mirada tenía esa chispa que la hacía olvidar todo lo demás, y en cada caricia parecía prometerle un "siempre".
Una sonrisa se dibujó en sus labios al abrir los ojos. Hoy tenía un motivo extra para estar feliz: el fin de semana con Owen y Shery en la casa de vacaciones. Pero, sobre todo, la pequeña y casi imposible posibilidad de verlo antes de irse.
Movió un brazo con pereza, lista para levantarse, pero un peso cálido a su lado la hizo detenerse. Giró la cabeza y encontró a Valeria dormida, aferrada a su osito de peluche, con el cabello en un revoltijo. La niña debía haberse colado en su cama en algún momento de la madrugada.
—¿Cómo lograste meterte aquí sin que me diera cuenta, pequeñita? —susurró con ternura, apartándole un mechón de la cara.
En ese instante, Valeria frunció el ceño en sueños y murmuró algo ininteligible, abrazando más fuerte a su oso.
—No... no, Owen... ¡es mi chocolate! —farfulló con tono de absoluta determinación.
Serena tuvo que taparse la boca para no soltar una carcajada. Negó con la cabeza, contagiada por la dulzura de la escena.
Desde la ventana, la vida de Evergreen Hollow comenzaba a despertar: el sonido de puertas abriéndose, el murmullo de conversaciones lejanas y el viento jugueteando con los árboles. Todo se sentía tan cálido y perfecto que, por un momento, no tuvo prisa en levantarse.
Pero entonces, la pequeña en su cama se movió de golpe y abrió los ojos de par en par.
—¡Mamá! ¡Hoy nos vamos a la casa de Owen! —exclamó con su energía desbordante, sentándose de golpe en la cama y desordenando aún más su melena—. ¡Tenemos que empacar los juguetes y los dulces! ¡Y…! ¡Ah! ¡Tengo que escribirle a Papá Noel!
Serena frunció el ceño con suavidad, algo confundida.
—¿A Papá Noel?
La pequeña asintió con mucha seriedad, como si fuera un asunto urgente.
—¡Sí! —respondió, señalando con un dedo al aire—. Tengo que avisarle que no estaré en casa el fin de semana. Si quiere recoger mi carta, tendrá que venir al bosque.
Serena sonrió ante la ocurrencia de su hija.
—Ya veo que tienes todo muy claro —dijo, sonriendo mientras se incorporaba—. Pero, ¿sabes qué? ¿No crees que será más divertido decorar la carta con Owen? Podemos comprar brillantinas y pegatinas en el camino. Si no, se nos hará tarde y llegaremos por la noche a la casa del bosque.
Valeria asintió con entusiasmo, saltando de la cama en un abrir y cerrar de ojos.
—¡Sí! ¡Carta con Owen! —exclamó—. ¡Voy a ponerme la camiseta de los conejitos!
Serena no pudo evitar sonreír al verla tan animada, mientras ella misma se estiraba para levantarse.
—Vale, pero vístete rápido, ¿eh? Mientras tanto, yo voy a preparar algo delicioso para desayunar —arqueó una ceja con una sonrisa ladeada—. Panqueques con chocolate y mucha viruta de colores, ¡como te gusta!
La niña regresó sobre sus pasos hacia la puerta del dormitorio y se detuvo un momento, con los ojos abiertos de par en par.
—¿Desayuno especial?! —preguntó, llena de emoción—. ¡Eso suena como el mejor desayuno del mundo! —chilló, dando pequeños saltitos.
Serena rió, disfrutando de su entusiasmo.
—Sí, cariño. Hoy será un día muy especial. Así que corre a vestirte. Recuerda que íbamos a llevarles una caja de galletas de Cristina como sorpresa.
—¿Sabes que las favoritas de Marcos son las de muñeco de nieve? —añadió con una sonrisa ladeada y una ceja alzada.
Se ruborizó al instante, y Valeria, sin pensarlo mucho, corrió hacia su habitación mientras su madre se dirigía a la cocina. Unas leves cosquillas comenzaron a recorrer su estómago al escuchar su nombre. Algo se sentía diferente.
Mientras en la casa de Serena los últimos detalles seguían su curso, en la casa de los Harrington la calma de la mañana parecía interminable. Marcos dormía profundamente, disfrutando del descanso que le había sido esquivo toda la noche. Fuera, el viento susurraba entre los árboles, y dentro, el calor del hogar lo envolvía con una sensación de tranquilidad total. Todo estaba en su sitio... hasta que los ruidos matutinos rompieron el silencio.
Unas pisadas rápidas recorrieron el pasillo, seguidas por el crujido de la puerta al abrirse sin mucha delicadeza. Antes de que Marcos pudiera reaccionar, un pequeño bulto cálido y lleno de vitalidad saltó sobre la cama.
—¡Tío! ¡Despierta, despierta! —exclamó Owen con entusiasmo, como si hubiera estado esperando este momento toda la noche.
Marcos apenas frunció el ceño antes de sentir el peso de su sobrino rebotando sobre el colchón, mientras saltaba como un pequeño canguro con una energía inagotable.
—¡Es de día, tío, ya es de día! —insistió Owen, dándole palmaditas en el brazo—. ¡Levántate!
Marcos gruñó y enterró la cara en la almohada.
—Cinco minutos más...
—¡Nooo! —protestó Owen, inflando los cachetes y tirando de la manta—. ¡Tienes que levantarte ya!
Marcos rodó hacia un lado, intentando esquivar el asalto de su sobrino, pero el pequeño saltarín no cedió.
—¡No te hagas el dormido, te vi moverte! —rió el niño, trepándole encima.
Editado: 02.08.2025