Creciendo Juntos [bilogía Bajo el mismo cielo •1]

Capítulo 5

El reloj marcaba las ocho de la noche, y la tenue luz de las farolas proyectaba largas sombras sobre la acera. Serena cerró la puerta de la cafetería con un suspiro cansado, asegurándose de que todo quedara en orden antes de marcharse. A unos pasos de distancia, Marcos esperaba con paciencia mientras Valeria saltaba a su alrededor, riendo con una energía que parecía inagotable.

—De verdad, Marcos, no hace falta que nos acompañes. Podemos ir solas —insistió Serena, acomodándose la bufanda.

—Déjame asegurarme de que lleguen bien a casa —respondió él, con ese tono cálido pero firme que no dejaba espacio para la discusión.

Serena suspiró, resignándose. Había dejado su coche en casa porque la cafetería quedaba cerca, pero tras un día tan largo, no quería prolongar la conversación.

—Está bien, como quieras.

El camino transcurrió en un silencio cómodo, roto únicamente por los pasos sobre la acera. Serena caminaba al frente, sujetando la mano de su hija, mientras su mente se perdía en los acontecimientos del día. Había pasado más tiempo con Marcos del que había planeado, y aunque había sido agradable, una parte de ella seguía lidiando con el dolor del pasado. Sin darse cuenta, soltó un suspiro que él no tardó en notar.

Marcos, que caminaba unos pasos detrás, la observó en silencio. La conocía lo suficiente para darse cuenta de que algo rondaba su cabeza, pero decidió no presionarla. Prefería esperar el momento adecuado.

Por suerte, Valeria no compartía esa misma prudencia.

—Marcos, ¿cuál es tu comida favorita? —preguntó de repente, con espontaneidad.

Él sonrió, con calidez.

—Mmm… creo que la lasaña. La de mi mamá es la mejor del mundo.

—¡¿En serio?! —exclamó la niña, abriendo la boca con asombro. Marcos rió ante su expresión—. ¡A mí también me encanta la lasaña! Pero la de carne, la de verduras no me gusta nada. ¿Crees que si le digo a Owen su mamá querrá llevarnos, y tu mamá podría cocinar esa lasaña especial? Quiero probarla para ver si es tan rica como la de mi mami.

—¿Sabes? Las verduras son como superhéroes para nuestro cuerpo. Nos ayudan a ser fuertes, a tener energía para jugar y a no enfermarnos. Así que, aunque la de carne sea deliciosa, las de verduras también son importantes. Si las pruebas, seguro que te gustarán.

Valeria lo miró con escepticismo, cruzando los brazos como si estuviera considerando un trato importante.

—Bueno… tal vez las pruebe, pero solo si me hacen fuerte como los superhéroes. Aunque la de carne sigue siendo mi favorita.

—Está bien, trato hecho. Pero si te comes la lasaña de verduras de mi mamá, prometo que organizaremos algo divertido. Si tu mamá nos da permiso, podríamos ir al parque y hacer equipo en una guerra de bolas de nieve contra Owen y mi hermano Alejandro. ¿Qué dices?

—¡Trato hecho! Pero no puedes dejar que perdamos, porque soy muy buena en las batallas de bolas de nieve —respondió Valeria con una sonrisa traviesa.

Serena, que había estado escuchando la conversación con una sonrisa discreta, finalmente interrumpió:

—Llegamos, hija. Ve a lavarte las manos; cenaremos pronto.

Antes de entrar corriendo a la casa, sorprendió a Marcos abrazándolo con fuerza. Él, aunque tomado por sorpresa, no tardó en agacharse para corresponder al gesto.

—Gracias por acompañarnos —dijo Valeria con una sonrisa radiante, dándole un beso en la mejilla antes de desaparecer en el interior de la casa.

Marcos se levantó, todavía conmovido por el gesto de la pequeña. Serena, que había observado la escena en silencio, parecía sorprendida y, al mismo tiempo, conmovida.

—Gracias por todo… por acompañarnos —murmuró con timidez, evitando mirarlo directamente.

Él tomó su mano, haciéndola mirarlo a los ojos, mientras esbozaba una sonrisa. Aunque quiso decir mucho más, se limitó a responder con sencillez:

—No tienes que agradecerme. Soy tu amigo, Serena. Haría cualquier cosa por ti.

Ella asintió, sintiendo un calor extraño en el pecho, y lo vio alejarse con un gesto de despedida.

Unas horas más tarde, Marcos llegó a la casa de Alejandro. La calma que había mostrado hasta entonces comenzó a desvanecerse. Entró con pasos firmes, decidido a confrontar a su hermano.

—¡Alejandro! ¿Dónde te escondes? Verás cuando… —Se detuvo al escuchar voces provenientes de la cocina.

—No puedo ni imaginar lo difícil que fue para Serena salir adelante —decía Shery en tono preocupado.

—Y más cuando no pudo regresar con su familia. ¿Y lo de su hermano? —añadió Alejandro con un suspiro.

El corazón de Marcos se aceleró. Dio un par de pasos hacia la cocina y se cruzó de brazos en el marco de la puerta.

—¿De qué están hablando? ¿Qué pasa con Serena?

Alejandro y Shery intercambiaron miradas incómodas antes de que Alejandro se decidiera a hablar.

—Será mejor que te sientes, hermano.

—Prefiero que me lo digas ya. No te andes con rodeos.

Shery suspiró y comenzó a explicar, eligiendo cuidadosamente sus palabras.

—Serena tuvo que dejarlo todo atrás. Su familia, su vida… porque el hombre con el que salía la golpeaba.

El aire pareció volverse irrespirable.

—¿Durante cuánto tiempo? —preguntó Marcos, casi en un susurro.

—Más de un año —respondió Alejandro.

—¿Y su familia?

—Intentaron protegerla, pero ella justificaba a ese hombre. Nathan, su hermano, terminó hospitalizado por enfrentarse a él.

Marcos apretó los puños, luchando por contener la furia.

—¿Ese tipo… ese tipo es el padre de Valeria?

Ambos asintieron.

—No sabe que tiene una hija. Serena huyó cuando descubrió que estaba embarazada, y su padre la ayudó a desaparecer.

Marcos se quedó en silencio, procesando la información. La fortaleza de Serena cobraba un nuevo significado para él.

“No permitiré que nadie más te haga daño”, pensó, mientras una determinación férrea se formaba en su interior.




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