La luz de la mañana se filtraba entre las cortinas y teñía el dormitorio con un resplandor cálido. Serena apagó la alarma del móvil y se estiró despacio; aún con los ojos cerrados, buscando a su derecha el calor de Marcos. En su lugar, sus dedos rozaron algo inesperado: una pequeña flor de papel, cuidadosamente doblada, acompañada de una nota que decía: «Buenos días, princesa. Lamento no estar a tu lado al despertar; mamá me necesitaba en casa. Te veré más tarde. Besos, preciosa.»
Por un instante, un leve cosquilleo le recorrió el estómago mientras contemplaba aquella sencilla flor. No pudo evitar recordar que Noah jamás había tenido un detalle semejante. El miedo aún permanecía a flor de piel, pero algo empezaba a volverse evidente: Marcos no era Noah.
«No entiendo cómo pudieron romperle el corazón... Quiero que recupere el brillo que los demás dicen que ha perdido», pensó.
Entonces, algo cambió dentro de ella. Sin detenerse, se incorporó con una energía renovada que no sentía desde hacía años. Tomó su móvil y, en un impulso, puso “Count on me”, de Bruno Mars. La melodía inundó la habitación y, por un instante, volvió a sentirse viva, como aquella chica que, junto a su hermano Nathan, cantaba esa canción en aquel tiempo en el que todo parecía más sencillo y el mundo aún no dolía.
Sonrió, dejando que la música la envolviera mientras elegía la ropa del día. Luego se metió bajo la ducha, tarareando la melodía y notando cómo algo dentro de ella empezaba a aligerarse.
Al salir, el vapor cubría el espejo. Enrollada en una toalla, comenzó a secar su cabello mientras sonaba “It Had to Be You”, cantada por Frank Sinatra. Decidió llevar el pelo suelto, con ondas suaves que caían sobre sus hombros. Aplicó su crema hidratante con calma, disfrutando de la sensación en la piel, y se maquilló con la sencillez que la caracterizaba.
Minutos después, frente al espejo, se observó con el abrigo camel, el jersey de cuello alto blanco, la bufanda de cuadros en tonos tierra, los pantalones oscuros y las botas altas hasta las rodillas. Una expresión cálida se dibujó en sus labios; hacía mucho que no se sentía así al empezar el día.
Al bajar a la cocina, frunció el ceño al percibir el aroma a pan tostado con mantequilla, mermelada y café. Sin embargo, lo que realmente la desconcertó fue la visita inesperada que la aguardaba allí. Junto a su hija Valeria —que conversaba entusiasmada con Owen sobre el cuento del concurso—, Alejandro y Shery la esperaban, intercambiando un gesto cómplice mientras terminaban de colocar los platos sobre la mesa.
—¡Buenos días, mami! —exclamó Valeria, saltando de la silla.
Serena parpadeó, sinceramente sorprendida.
—¿Qué hacéis todos aquí tan temprano?
—Owen quería venir a desayunar con Valeria —respondió Shery con una sonrisa amable.
—Y yo he aprovechado para recogerte e ir juntos al trabajo —añadió Alejandro, encogiéndose de hombros.
—¿Cuánto tiempo lleváis aquí? —preguntó Serena, acercándose a la mesa.
—Un cuarto de hora. El desayuno lo preparó mi hermano antes de irse a casa de mi madre —informó Alejandro con un matiz burlón.
—¿No coméis?
Ambos negaron a la vez.
—Ya habíamos desayunado antes de salir.
Serena no pudo evitar sonrojarse al ver el detalle que había tenido Marcos al prepararle no solo su desayuno, sino también el de los niños: una tortita con sirope de chocolate, decorada con una carita sonriente y dos gajos de manzana a modo de orejas. A un lado, un vaso de zumo de naranja completaba el gesto.
De repente, Valeria pareció recordar algo. Soltó el vaso y el cubierto, apoyó la barbilla sobre sus manitas y, con un mohín adorable, protestó:
—¿Por qué se ha tenido que ir Marcos? ¿Se ha olvidado de nuestro cuento?
A Serena se le encogió el corazón. Le acarició la mejilla regordeta y, con una sonrisa cálida, respondió:
—Mi amor, te aseguro que no se ha olvidado. Incluso trajo su ordenador para ayudarte hoy.
Shery intervino con voz suave:
—Además, ¿recuerdas lo que dijo antes de subir al coche? Te prometió que estaría aquí antes de comer para trabajar juntos en el cuento del reno perdido.
—¡Ah, sí! Qué despistada. Se me había olvidado —exclamó Valeria, sonrojándose mientras se daba un toquecito en la frente.
Owen, que hasta entonces estaba más pendiente de rebañar el chocolate de su plato con un trozo de torta, intervino:
—¿Yo puedo ayudar? —preguntó—. Pero solo si hay dragones con dientes terroríficos. Así de grandes —añadió, abriendo los brazos todo lo que pudo.
Valeria lo miró entre indignada y ofendida.
—¡Owen! No puede haber monstruos. ¡Si pones un dragón, se come al reno perdido!
Los adultos no pudieron contener la risa. Aquellos dos eran un espectáculo.
Owen frunció el ceño, bajó de la silla y se cruzó de brazos con evidente molestia.
—¡Mi dragón solo come verduras, porque la abuela dice que así nos hacemos fuertes!
—¡Es mi cuento y no habrá bichos feos! —protestó Valeria, copiando su postura: se deslizó de la silla y se plantó frente a él con los brazos en jarra y el gesto .
—Pues tu cuento será malísimo… —bufó Owen, sacándole la lengua antes de girarse y darle la espalda.
Los padres de ambos pequeños estallaron en carcajadas, lo que provocó que los dos terremotos los fulminaran con la mirada a modo de reproche.
—Haya paz, pequeños elfos. Si prometéis portaros bien, iremos a ver a Santa a la plaza —propuso Alejandro, divertido.
La frase captó al instante la atención de los niños, que se fundieron en un abrazo de reconciliación sin pensarlo.
—¿Me perdonas? —murmuró Owen.
—Sí, tonto. Pero solo si aceptas que no habrá dragones —sentenció Valeria con absoluta autoridad.
—Vale —admitió él, con las mejillas encendidas—. Tu cuento será súper guay.
El desayuno concluyó entre planes para más tarde y la organización del nuevo Cofre del destino, mientras los niños corrían por el pasillo en busca de sus legos como si la discusión jamás hubiera existido. Cuando Alejandro y Serena estuvieron listos para marcharse, las dos amigas se dieron un fuerte abrazo. Alejandro le plantó a Shery un beso tierno. Ella debía quedarse un poco más, esperando a que su madre, Linda, llegara para relevarla en el cuidado de los pequeños y poder unirse al trabajo.
Editado: 28.11.2025