Decir que me encuentro aterrada y confundida sería poco.
El volver a Nueva York tenía como finalidad poder solucionar algunos pendientes, terminar la obra del orfanato, asistir a la boda de Sam e irme de aquí sin mirar atas.
Me había llevado más tiempo del previsto, poder obtener los permisos y realizar todo el papeleo pertinente, pero una vez que todo parecía ir en la dirección correcta y a buen ritmo, aparece él, para volver a colocar mi mundo de cabezas.
Daimon era un capítulo cerrado en mi vida, o eso quería creer hasta que lo volví a ver, de píe en la puerta de la biblioteca, con esa expresión de incredulidad y sorpresa al verme.
Suena tan absurdo ahora que lo pienso, ¿él sorprendido? cundo claramente debía de ser yo quién se encontrara así.
Daimon se había marchado para no volver, lo comprendí una mañana después de meses de su partida, cuando me informaron en el hospital sobre el riesgo que corría mi embarazo producto del estrés, los nervios y la tristeza.
Aunque me cueste reconocerlo, destrozó mi corazón, cundo tomó la decisión de marcharse sin pensar en mí, o en nosotros.
Aún recuerdo como si fuese ayer, la mañana en la que me enteré de su estúpida y absurda decisión.
Me encontraba en mi oficina, asistir a trabajar después de aquella fiesta, fue de lo más difícil.
Cuando Daimon se fue de allí, me sentí destrozada, pero en cierta forma lo comprendía, quería darle su espacio, no agobiarlo, conocía su carácter explosivo e impulsivo, creía que al entender que aquella situación fue ajena a mí, que yo nunca juzgaría su posición social, ni mucho menos creía que se estaba aprovechando de mí, regresaría.
Cundo mi secretaria me informó que alguien estaba en recepción preguntando por mí, la emoción y la esperanza creció al pensar que quizás era él.
Ordené que hicieran subir hasta mí oficina, a quién estuviese esperando para verme.
Sentada tras mi escritorio, no pude contener mi asombro, al ver quién entraba, con paso dudoso, sus ojos se veían tristes y la expresión de su rostro era de contrariedad.
-Buenos días Bianca, que sorpresa verte por aquí.
Dije con una sonrisa, pero en el momento en el que vi como fruncía el ceño, me tensé.
Supe por su expresión, que lo que venía a decirme no era algo agradable.
La idea de que quizás le había sucedido algo a Daimon, me estremeció de los pies a la cabeza.
-Emma yo… lo siento mucho…- mientras hacía una pausa, sacaba un sobre de su pequeño bolso y me lo entregaba con pesar.
-Daimon me ha pedido que te entregue esto, vine lo antes posible, creo que aún estas a tiempo de hacerlo cambiar de parecer…- dijo con tristeza para luego agregar.
-Recuerda que, si quieres algo, debes lucha con todas tus fuerzas, te daré tu especio.
Dijo mientras se retiraba de mi oficina, dejándome con una sensación de vacío que se instaló en mi pecho, al escuchar sus palabras. No podía encontrarle sentido a lo que me había dicho, o no quería hacerlo.
Al abrir aquel sobre, con lo primero que me encontré fue con una carta de renuncia.
La conmoción que sentía en aquel momento me hacia temblar, cuando desdoblé la otra hoja, mi mundo cayó a mis pies, era una carta… una maldita carta de despedida…
“Mi dulce Cherry, espero algún día puedas perdonar mi cobardía pero debo irme, no puedo quedarme a tu lado, sin ser alguien digno de ti, necesito sentirme bien conmigo mismo y aceptarme, crecer y ser alguien mejor, no dudes nunca del amor que juré tenerte, pero el amor muchas veces no suele ser suficiente, tengo miedo de no poder hacerte feliz, de que descubras que no te merezco, que encuentres a alguien mejor que logre darte lo que yo no puedo, es ese mismo miedo el que me lleva a hoy decirte adiós… te amare eternamente”
Creía que era un chiste, esperaba que Daimon entrase por la puerta riendo, que me dijera que era una tonta broma de mal gusto, pero nada sucedió.
Cuando comprendí lo que estaba pasando, me levanté y salí del lugar como una completa lunática, era consciente que todas las miradas estaban puestas en mí, pero nada podía importarme menos.
Al salir visualicé a Cristian frente al coche, cuando me vio acercarme su sonrisa se borró, abrió la puerta de atrás sin omitir una sola palabra, se sentó frente al volante mientras yo le indicaba que fuéramos rápidamente al aeropuerto, no dejaba de llamar a su celular, sin obtener respuesta y después de que la contestadora saltara mas de diez veces, colgué sin dejar algún mensaje.
Mientras íbamos en la carretera, no pude evitar pensar que me encontraba en una de esas películas tontas de amor, donde llegaría al aeropuerto antes de que el abordara el avión, le diría que lo amaba, él me abrazaría, me besaría hasta dejarme sin aliento y viviríamos felices para siempre.