Irene.
—¿Qué miras? —pregunté, notando la mirada intensa de Steve. Había algo en ella que parecía atravesarme, un fuego contenido que no lograba descifrar del todo—. Ni pienses que volveré a estar contigo. Ahora solo nos conecta nuestra hija, nada más.
—¿Qué hija? —replicó Steve, su voz impregnada de una rabia helada—. Estoy seguro de que no es mía. ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos? ¿O acaso eres como un elefante, embarazada durante doce meses? De todos modos, pasado mañana iremos a la clínica para hacernos una prueba de ADN. Después de eso, tomarás a tu bebé y desaparecerás de mi vida para siempre.
Tragué saliva, obligándome a mantener la compostura y a recordar el papel que debía interpretar. No podía permitirme ni un desliz. No estaba completamente segura de que Rain fuera el padre de Viola, pero había indicios. Antes de morir, Carla había hablado varias veces con alguien registrado en su agenda como “S.R”. Al descubrir que el dueño del club donde trabajaba se llamaba Steve Rain, conecté los puntos y decidí acudir a él. Sin embargo, su reacción comenzaba a sembrar dudas en mi mente.
—Por supuesto que lo haremos —respondí, esbozando una sonrisa descarada que habría enorgullecido a Carla—. Pero tú pagarás por todo.
Hice una pausa deliberada, cruzándome de brazos con actitud desafiante.
—Ah, y para que quede claro, no vamos a ningún lado. Tengo entendido que este tipo de pruebas lleva tiempo, así que nos quedaremos aquí contigo. Acéptalo, Steve. Y, por cierto, deja de referirte a ella como “el bebé”. Tiene nombre y género. Se llama Viola.
—¿Viola? —respondió él con un deje de sarcasmo—. ¿Sabes? “Bebé” suena mucho menos pretencioso.
—Pretencioso o no, es tu hija —contesté, manteniendo mi tono desafiante.
—¿Pretencioso? —repitió, arqueando una ceja con una sonrisa burlona—. ¿De verdad sabes lo que significa esa palabra?
Mi corazón dio un vuelco. ¡Dios, casi me delaté! No existía manera de que Carla supiera utilizar palabras como esa. Debía cambiar el rumbo de la conversación antes de que Steve empezara a sospechar.
—¡Steve! Vamos, entiendo que terminamos, pero todavía no puedes olvidarme, ¿verdad? Seguro que ya te diste cuenta de que fue un error echarme del club y de tu vida. A mí, en cambio, no me pesa nada de lo que hiciste.
—¿No? —soltó él con frialdad, cruzándose de brazos—. Entonces, ¿por qué apareciste aquí a la una de la madrugada?
—Porque la vida me ha apretado, Steve —respondí, encogiéndome de hombros con fingida indiferencia—. Es obvio.
Él me miró por un instante, evaluándome, como si buscara algún detalle que se me escapara. Finalmente, soltó un suspiro y se rindió a regañadientes:
—Está bien, quédate por ahora. De todas formas, mañana todas las clínicas estarán cerradas.
¿Qué le pasa a este hombre? ¿Qué no estoy entendiendo?
Un enorme fragmento de su pasado había aparecido en su puerta, inesperado y desafiante. No importaba qué tipo de relación hubiera tenido con mi hermana; lo cierto es que la tuvo. Podría atribuir todas sus rarezas a un estado de shock, pero ni yo misma sabía cómo esperaba que reaccionara.
Probablemente Carla ya no le importaba. Si así fuera, me habría echado sin más. Sin embargo, algo lo retenía. ¿Era mi amenaza de exponer lo que realmente ocurría en su club? ¿O era Viola?
La prueba de ADN no me asustaba. Sus resultados tendrían un impacto, sí, pero, en última instancia, sería para bien. Si el test confirmaba que él no era el padre, ¿qué importaba? Solo reforzaría mi débil confianza en que Steve no fue el responsable de la muerte de Carla y podría ayudarme con Viola y aclarar quién podría ser el verdadero culpable.
Porque, en el fondo, estaba casi segura de que a mi hermana la habían matado… y que todo giraba en torno a Viola. Para alguien, su nacimiento no fue solo un error: fue un problema. A Carla embarazada de casi nueve meces atropellaron con un automóvil cuyas matrículas nunca se identificaron… y solo gracias al Dr. Samuel, Viola había logrado sobrevivir.
No podía quitarme de la cabeza que Steve pudiera ser parte de esa tragedia. Era rico, era jefe del club donde trabajaba Carla, las primeras letras de su nombre coincidían, tenían una relación íntima y aunque era posible que él no estaba detrás, debería conocer al verdadero padre de la niña o por lo menos sospechar de alguien.
—¿Y si la prueba confirma mis palabras? —pregunté, fijando mis ojos en los de Steve, buscando algún indicio de sus verdaderos pensamientos.
Él sostuvo mi mirada, firme, como si quisiera asegurarse de que no quedara ni una pizca de duda en mi mente.
—Haremos la prueba de ADN. Si esa niña es mía, entonces las cosas serán diferentes —dijo con seriedad—. Estableceremos la paternidad, ella tendrá mi apellido, y no le faltará nada.
Hizo una pausa. La dureza de su voz regresó, envolviendo sus siguientes palabras en una amenaza apenas contenida:
—Pero si no es mía, Carla, no sé qué te haré por todo esto.
Su tono me provocó un escalofrío. La intensidad en su rostro dejó claro que no hablaba en vano. Aun así, no podía darme el lujo de retroceder. La verdad estaba cada vez más cerca, y aunque el camino fuera peligroso, no pensaba detenerme.
—Estás envejeciendo, Steve —dije con una sonrisa burlona, mientras tomaba la taza de café de su mano—. Ya tienes problemas de audición. Te lo he dicho: no tenemos adónde ir. Simplemente no hay otro lugar. Acepta esto de una vez. ¿Crees que estoy ansiosa por vivir bajo el mismo techo contigo? Tengo cosas que hacer, buscar trabajo, encontrar cómo establecerme en esta ciudad.
Mis ojos chispearon con enojo mientras lo miraba y tomé un sorbo de su taza. Frunció los labios con obstinación, sin apartar la mirada.
—¿Estás tratando de burlarte de mí? —siseó Steve con la furia marcando cada palabra—. ¡Solo di que viniste por dinero! ¡¿Qué trabajo ni qué nada?!
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hermanas gemelas, secretos del pasado y mentiras, amor entriga peligro
Editado: 04.02.2025