Créeme

Capítulo 6. Las dudas.

Steve.

Sentía que me manipulaba, como antes. Esa sensación de que cada palabra suya escondía una trampa, un juego del que siempre salía perdiendo. Y aun así, aquí estaba, dejándola quedarse bajo mi techo, ofreciéndole un respiro que, sinceramente, no estaba seguro de que mereciera. ¿Por qué?

Era una pregunta que no podía responder con claridad. Tal vez había algo en ella, algo más allá de la fachada de mentiras y el descaro aprendido. O tal vez era simplemente esa niña, tan pequeña e indefensa, quien me desarmaba. Lo cierto es que no era miedo a los periódicos o a que alguien sacara a la luz los secretos de mi negocio. No, esto era algo más complicado.

Necesitaba algo de ella, algo que nunca me había dado: honestidad.

Todo este asunto de la paternidad me tenía inquieto. Carla misma había admitido que no estaba segura de quién era el padre, y, aun así, aquí estaba, exigiendo que asumiera la responsabilidad. Mi instinto me decía que esta niña no era mía. Estaba un 90% seguro de ello. Pero entonces, ¿por qué no se marchaba? ¿Por qué tanto empeño en quedarse conmigo?

Había algo más, algo que no me estaba diciendo, y eso me corroía.

Quizás mi desconfianza nacía del pasado. Había conocido la miseria en carne propia, había luchado para salir de ese pozo oscuro que ella parecía habitar ahora. Yo también había cometido errores, había sido un desastre, pero lo había superado. Cambié mi vida, construí algo, me alejé de todo lo que me destruía. Verla aquí, reclamando ayuda, revolvía recuerdos que preferiría olvidar.

Y luego estaba Viola.

Carla, una madre… La idea me parecía absurda, ridícula incluso, si no la estuviera viendo con mis propios ojos. Había conocido a Carla en todas sus facetas, y la ternura no era una de ellas. No podía imaginarla cuidando de alguien más, mucho menos de un bebé.

Una idea terrible cruzó mi mente. ¿Y si este bebé no era suyo? Carla era capaz de cualquier cosa, incluso de robar una niña para jugar sucio.

La duda se quedó en mi mente, inquietante, pero no por mucho tiempo. Me levanté de la cama, impulsado por esa necesidad de saber, de confirmar que mis sospechas eran infundadas… o correctas.

Caminé hasta el cuarto donde estaba Carla. La encontré sentada en el suelo, con Viola tendida sobre una manta. Carla le cambiaba el pañal con una destreza inesperada, susurrándole algo que no logré entender.

Por un momento me quedé en la puerta, observándola sin que se diera cuenta. Había algo diferente en su postura, en sus movimientos. Era como si toda la dureza que llevaba siempre a cuestas se desvaneciera al estar con esa niña.

"Es suya", me dije finalmente. Ninguna impostora podría fingir algo así. Nadie que no fuera la madre de Viola podría mirarla con esa mezcla de cansancio, ternura y algo que, con toda mi incredulidad, parecía amor.

Retrocedí en silencio, asegurándome de que Carla no notara mi presencia. Una vez en mi habitación, me dejé caer sobre la cama, con la mente dando vueltas. Lo que acababa de presenciar no era fácil de ignorar. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que mis certezas se tambaleaban.

¿Y si Carla realmente había cambiado? Aunque fuera solo por esa niña… Decía que había dejado las drogas y el alcohol. ¿Podía creerle? Mi experiencia me decía que no conocía a nadie que hubiera abandonado sus vicios por sí solo, y mucho menos sin un apoyo sólido. Pero ahí estaba Carla, convertida en madre. Era una idea difícil de digerir, pero no imposible.

No tenía dónde vivir. ¿Por qué? ¿Qué había pasado con el piso en el centro? ¿Lo perdió porque no podía pagarlo? Era plausible, pero antes de tomar decisiones precipitadas, valdría la pena investigar. Tal vez debería averiguarlo antes de considerar alquilarle un apartamento para ella y la niña.

Cerré los ojos, intentando encontrar algo de claridad, pero las preguntas seguían rondando en mi mente. Según Carla, solo necesitaba ayuda con la niña por un par de meses, no dinero. ¿Por qué exactamente dos meses? ¿Planeaba volver a bailar en mi club? Quizás necesitaba ese tiempo para ponerse en forma. Era una posibilidad, pero todo dependía de que realmente se mantuviera alejada de las sustancias.

Después de todo, yo no era un filántropo. Estaba dispuesto a ayudarla, sí, pero solo hasta cierto punto. Podría darle una oportunidad, pero solo una. Si de verdad estaba comprometida a cambiar, el tiempo lo demostraría.

La inquietud no me abandonaba. Todo en su historia parecía meticulosamente calculado, como si cada detalle estuviera diseñado para ganar mi simpatía. ¿Era sincera o solo estaba tejiendo una trampa?

Me revolví en la cama, incapaz de encontrar una respuesta que calmara mi mente. Una parte de mí quería creerle, darle el beneficio de la duda, pero la desconfianza seguía siendo un muro sólido e impenetrable.

Finalmente, el agotamiento me venció. Me quedé dormido cerca de la madrugada, y mi sueño fue tan ligero que cualquier ruido podría haberme despertado. No fue un sonido, sin embargo, lo que me sacó del letargo, sino un golpe en la espalda.

Abrí los ojos de golpe, desorientado, y lo que vi me dejó completamente perplejo. Allí, sentada a mi lado, estaba la niña. Con un juguete en la mano, me golpeaba repetidamente en la espalda, su pequeña cara estaba seria y concentrada, como si aquello fuera una tarea de suma importancia.

—¡Carla! —grité, apartándome bruscamente de la niña mientras mi cerebro intentaba procesar la escena.

La pequeña me miró, sobresaltada por mi reacción. Durante unos segundos se quedó quieta, con el juguete todavía en la mano, parpadeando como si intentara descifrar qué había hecho mal. Pero cuando no encontró una respuesta, abrió la boca y dejó escapar un llanto desgarrador.

El sonido me puso los nervios de punta. No tenía idea de cómo calmarla ni de qué hacer. Me levanté de la cama de un salto, aún incrédulo por lo que estaba pasando, y fui directo a buscar a Carla, deseando que tuviera la solución a este inesperado caos.




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