Irene.
¿A dónde había ido? ¿Qué estaba tramando? ¿Había desaparecido para evitar estar con su hija? Estas preguntas rondaban mi mente mientras asumía que la ayuda que esperaba de él con Viola no llegaría. No me quedaba otra opción que enfrentar todos los problemas por mi cuenta.
Por otro lado, al calcular más o menos el momento del nacimiento de mi sobrina y contrastarlo con la información que me dio Rain, la posibilidad de que él fuera el padre, parecía prácticamente inexistente. Esto sugería que no había estado involucrado en la muerte de Carla y, en consecuencia, no me debía nada. De hecho, desde el principio tuve la impresión de que no había razón para temerle. Pero, por precaución, decidí esperar la confirmación de la prueba de paternidad.
No sabía porque, pero a Carla nunca le agradó Steve. Solía decir que era la persona más engañosa que había conocido.
—Es como un santo que vigila el infierno —recordé sus palabras con cierta ironía.
Quizá su rechazo se basaba en observaciones personales que yo no compartía, porque hasta ahora no había percibido ninguna trampa por su parte. Sin embargo, su desaparición durante todo el día me tenía nerviosa. Personas de su posición, con conexiones tan poderosas, no suelen quedarse quietas. Tal vez estaba investigando por su cuenta para descubrir la verdad o, peor aún, buscando una forma de sacarnos de la casa. A pesar de esto yo tenía mis propios motivos para continuar jugando.
Me refugié en los momentos de alegría que me daba la maternidad, lo único que lograba distraerme de la ausencia de Rain. Alimentar a Viola, esperar a que eructara, lavarla, cambiar sus pañales y mimarla me mantenía ocupada. Por suerte, no era una bebé caprichosa. Después de comer y estar limpia, me permitió trabajar en relativa paz.
...y Steve todavía no llegó.
Con algo de esfuerzo, conecté mi vieja computadora portátil a la red y la coloqué en la mesa junto al café ya frío. Rápidamente me adapté a la máquina de café, y tras encontrar el enrutador, ingresé el código que estaba escrito en la etiqueta del dispositivo, cruzando los dedos para que Steve no lo hubiera cambiado.
Cuando al fin el sistema se encendió y comenzó a funcionar, lo primero que hice fue revisar mi correo electrónico. Ahí estaban: un puñado de correos enojados de Marvel, la agencia de publicidad donde había intentado conseguir trabajo a toda costa.
“Irene, necesitamos las maquetas finales de los banners. ¿Dónde están las versiones aprobadas?”
“¿Qué pasa con los ajustes del cliente? Dijeron que había cambios en el texto para Target.”
“Irene, ¡esto es urgente! La feria empieza en dos días y todavía no tenemos las piezas definitivas.”
“Por favor, responde. Necesitamos confirmar las disposiciones y el objetivo del banner hoy mismo.”
Repasé los mensajes, tratando de priorizar. Sabía que Marvel siempre trabajaba bajo presión, pero esta vez todo parecía más caótico de lo habitual.
—Bueno, podría ser peor —susurré para mí misma, intentando encontrar algo de consuelo mientras sorbía un poco de café ya frío.
Con la mente enfocada, revisé los cambios, ajusté los detalles y envié la versión final del diseño del banner a Marvel. Sabía que este proyecto era crucial: las vidas de Viola y la mía dependían de este contrato. Confiaba en que, al ver mi trabajo, el cliente firmaría el acuerdo sin dudarlo y, finalmente, dedicaré a trabajar de manera más constante. Solo con esta condición podría matricular a Viola en una guardería especializada.
Durante los últimos seis meses, no había tenido tiempo, ni ideas ni oportunidades. Todo mi mundo giraba en torno a cuidar de Viola, que no era fácil, contando con su estado, lidiar con mi madre y sus conductas autodestructivas, y tratar de entender los problemas en los que Carla se había metido antes de su muerte.
Entonces, mientras trabajaba y repasaba los recuerdos de los últimos meces, ni siquiera noté cuándo me quedé dormida. Sólo volví en mí, cuando Viola se despertó y pidió comida.
—¿Adónde se fue el tiempo, querida? —murmuré, echando un vistazo a la esquina inferior derecha de la pantalla de la computadora. Eran las siete de la mañana y Rain todavía no había regresado.
Una sensación de ansiedad empezó a instalarse nuevamente en mi pecho. Si había estado investigándome todo este tiempo, nada bueno me esperaba a su regreso. Tal vez debía decirle la verdad, contarle mis sospechas y pedir ayuda directamente. Sí, sería lo más honesto... Pero también sabía que sería más fácil para él echar de su casa a la hermana de Carla, quien nunca conoció, que a su ex y, posiblemente, a la madre de su hija. Además, aún no estaba segura de que él no tuviera nada que ver con la muerte de Carla. Necesitaba ganar tiempo para descubrir toda la verdad antes de confesarlo todo.
Le di de comer a Viola, logré cambiarle el pañal y prepararme una nueva taza de café. Justo en ese momento, el clic de la puerta principal resonó en la casa, haciendo que todos mis sentidos se pusieran en alerta.
Steve había regresado. Para mi alivio y terror, estaba solo. Mirando con cautela hacia la puerta abierta de la sala de estar, lo vi de pie en el umbral, inmóvil, con una expresión indescifrable.
—¿Cómo estás? —pregunté, intentando sonar casual mientras sentía un nudo en la garganta.
—Estuve en tu casa —dijo con un tono que sonaba más a un veredicto que a una simple afirmación.
Todo a mi alrededor pareció oscurecerse de golpe. Las luces de la guirnalda en el árbol de Navidad se convirtieron en los únicos destellos de color en medio de una sombra que parecía envolverlo todo. Una mezcla de miedo e intuición me decía que él ya lo sabía todo.
La vergüenza y el desconcierto me invadieron al pensar en lo que pudo haber visto. ¿Qué sabía realmente de él? No era mi novio, ni siquiera alguien a quien conociera bien. ¿Y si había descubierto la verdad? Ahora descubriría que fue Carla quien murió, no yo. De repente, la idea de haber mentido en mi propia muerte me pareció como un error monumental.
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hermanas gemelas, secretos del pasado y mentiras, amor entriga peligro
Editado: 04.02.2025