Steve.
Habiendo recobrado un poco la compostura, recordé lo del teléfono. Lo primero que hice fue silenciarlo y abrir la puerta de entrada, no fuera a ser que, Dios no lo quiera, algo o alguien volviera a despertarla. Con un suspiro de alivio, marqué el número de William para averiguar por qué me había llamado, pero mi jefe de seguridad no respondió.
Sin perder tiempo, llamé a Marco. La voz al otro lado de la línea me respondió rápidamente:
—Ya casi llego a tu casa.
—Perfecto. No toques el timbre; entra directamente al apartamento —le advertí.
El timbre no sonó, como había pedido. Marco entró al apartamento con pasos silenciosos, pero su mera presencia parecía alterar la calma que tanto me había costado recuperar. Cerró la puerta con cuidado y asintió en mi dirección, llevando consigo un pequeño maletín negro que claramente contenía el equipo para las pruebas.
Viola seguía dormida en el sofá desplegado, aferrada a la bolsa de plástico como si fuera su posesión más preciada. No me hacía gracia despertarla, no después de lo que había costado que conciliara el sueño. Me acerqué a Marco y susurré, casi como si ella pudiera escucharnos incluso en sueños:
—¿Podemos hacerlo sin despertarla?
Marco esbozó una sonrisa comprensiva y abrió el maletín. Dentro había tubos de ensayo, hisopos y lo que parecían ser herramientas de alta precisión.
—Haré lo posible, pero necesitaré tomarle una muestra de saliva —respondió en voz baja.
Suspiré, inseguro, y me acerqué a Viola. Ella estaba completamente entregada al sueño, sus pequeñas manos todavía aferradas al plástico arrugado. Con movimientos lentos, me incliné para intentar liberar una de sus manos. Pero, como si percibiera mi intención, sus deditos se cerraron con más fuerza alrededor del material. Miré a Marco con una expresión que mezclaba frustración y resignación.
—Quizá podamos intentarlo sin quitarle nada —sugirió él, tomando un hisopo del maletín.
Me quedé observando mientras Marco se arrodillaba junto al sofá, trabajando con un cuidado casi reverente. Con una precisión admirable, deslizó el hisopo en la pequeña boca de Viola, lo suficiente para obtener una muestra sin perturbar su sueño. Ella apenas se movió, dejando escapar un suave murmullo antes de acomodarse de nuevo, como si nada hubiera ocurrido.
Marco se levantó y guardó la muestra en uno de los tubos de ensayo.
— Listo. No fue tan difícil. Ahora tú.
Asentí, sintiéndome aliviado. Había temido lo peor: lágrimas, gritos, otro episodio de caos. Abrí la boca y Marco pasó otro hisopo por mi boca. Pero Viola no se había despertado, y ahora teníamos lo que necesitábamos.
—¿Cuánto tiempo para los resultados? —pregunté mientras él cerraba el maletín.
—Tres días, como te dije. Te llamaré en cuanto los tenga. — Marco cerró el maletín y me dirigió una mirada que mezclaba seriedad y comprensión. —Ahora solucionemos los trámites. Necesito información básica de los posibles padres. Tráeme tu documento, el de la madre y el acta de nacimiento de la niña, mientras yo lleno el formulario.
Me detuve en seco. La palabra "formularios" retumbó en mi mente, confusa y pesada. No terminaba de entender qué autoridad necesitaba esos papeles ni por qué. Marco notó mi expresión y añadió con tono conciliador:
—Es necesario tener todo en orden. Papel oficial. ¿Quizás para el proceso judicial, si llega a ser necesario?
—¿Proceso judicial? —repetí, como si las palabras no tuvieran sentido en mi boca.
—Solo como medida preventiva. Nunca se sabe. —Se encogió de hombros y me miró expectante.
Asentí, nervioso, y saqué mi carnet de conducir del bolsillo trasero. Lo extendí con mano temblorosa, pero no podía ignorar lo más evidente.
—Solo… no tengo los documentos de ellas. —Desvié la mirada hacia Viola, que seguía profundamente dormida en el sofá. La mención de "ellas" me sabía amarga en los labios. —Carla… bueno, fue a algún lado. Por “asuntos importantes” o algo así…
Marco se detuvo en su tarea, levantando la cabeza como si no hubiera escuchado bien.
—¿Se marchó? —preguntó con incredulidad.
—Sí… pero dijo que volvería.
—¿Prometió volver? —insistió, esta vez con una mezcla de escepticismo y alarma en la voz.
No respondí de inmediato. Las palabras de Marco me golpearon con una claridad incómoda, como un faro iluminando una verdad que no quería ver. Un pensamiento oscuro se deslizó por mi mente: ¿Y si Carla me había dejado a Viola a propósito? Tragué saliva, tratando de reprimir esa idea antes de que echara raíces.
—No, no, no es eso… —respondí finalmente, casi para convencerme a mí mismo. —Ella parecía… una madre cariñosa. No creo que…
Marco me miró por un instante, como evaluando si mis palabras tenían peso o si eran solo una venda puesta con prisa sobre una herida abierta. Luego suspiró, cerrando el maletín con un chasquido.
—Bueno, ya sabes, cualquier cosa puede pasar en esta vida. —Su tono era más suave, pero no menos inquietante. — Cuando vuelva su madre, mándame por correo los documentos que faltan. Si no regresa por la noche, será mejor que llames a León. Él entiende mejor estos temas.
Su comentario plantó una semilla de duda y miedo en mi interior. Mientras lo acompañaba hasta la puerta, no podía apartar el pensamiento de que Carla realmente me había dejado a Viola. Cada paso que daba Marco hacia la salida se sentía como un tamborileo que marcaba el ritmo de mi creciente ansiedad.
—Gracias por todo —dije en un murmullo, apenas consciente de mis propias palabras.
Marco se despidió con un asentimiento y salió, dejando el apartamento en un silencio que se sentía ensordecedor. Me quedé allí, junto a la puerta cerrada, mirando al suelo como si este tuviera las respuestas que necesitaba.
Finalmente, levanté la mirada hacia el sofá. Allí estaba Viola, tan pequeña, tan tranquila, tan ajena al torbellino que su presencia había desatado en mi vida. Su sueño parecía inquebrantable, pero el peso de las preguntas que había traído conmigo era imposible de ignorar.
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hermanas gemelas, secretos del pasado y mentiras, amor entriga peligro
Editado: 04.02.2025