Irene.
Mientras Viola jugueteaba con sus manos en el sofá, completamente inconsciente del torbellino que se desataba en mi interior. Él no había dejado espacio para dudas o titubeos: media hora. Ese era el límite que tenía para meterme en el papel de Carla, para proteger a Viola y, con suerte, desentrañar el peligro que acechaba entre los fantasmas del pasado de mi hermana y para enfrentarme a algo que nunca imaginé hacer.
Me vestí rápidamente, recogí mi cabello en un moño improvisado y me observé en el espejo. Mis ojos delataban el miedo, pero también había una determinación que no podía ignorar. No estaba segura si esa osadía era para intentar averiguar algo de Carla, o engañar más a Steve, o para demostrarme algo a mí misma, pero lo que fuera me impulsaba a seguir adelante.
Cuando salí de la sala con Viola vestida, Steve ya estaba esperando junto a la puerta. Me examinó de arriba abajo con esa mirada analítica que tan bien conocía. No dijo nada, solo cogió la niña de mi e hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiera.
El trayecto al club fue breve y silencioso. Steve no era de los que llenaban los momentos con palabras innecesarias, y yo estaba demasiado nerviosa como para iniciar una conversación. Cuando llegamos, el lugar parecía diferente al que había imaginado. No había luces brillantes ni música estruendosa. En su lugar había un salón grande y vacío, donde unos trabajadores hacían su trabajo de decoración navideña.
—Ven aquí. —dijo Steve, tomando mi brazo con firmeza, pero sin brusquedad, guiándome hacia un pequeño escenario al fondo del salón. – ¡Lila, sal!
La penumbra del lugar se interrumpió con luces suaves que iluminaban una esquina discreta, casi escondida. Desde una puerta casi invisible, se asomó una mujer con cabello rizado recogido en un moño alto, vestida con un chándal deportivo.
—¡Carla! ¡No me lo puedo creer! ¿De verdad estás aquí otra vez? —dijo, y su tono dejó claro que la sorpresa no era del todo agradable. Sus ojos brillaban con una mezcla de incredulidad y una ligera irritación que no se molestó en ocultar.
Por un instante me quedé en blanco, tratando de encajar las piezas. ¿Cómo conocía mi nombre? Más importante aún, ¿quién era ella? Decidí ganar tiempo con una respuesta neutral.
—Sí, como ves, parece que nada cambia en este mundo —respondí, con una sonrisa tensa mientras intentaba descifrar por qué hablaba conmigo de esa manera tan hostil.
Su mirada se desplazó rápidamente hacia Viola, quien descansaba plácidamente en los brazos de Steve.
—¿Es tu hija? —preguntó, arqueando una ceja.
—Sí, ¿te molesta? —repuse, quizás con más dureza de la necesaria.
—No, en absoluto —respondió ella con una leve sacudida de cabeza, aunque en su tono había algo que no terminaba de cuadrar.
Steve intervino antes de que la tensión pudiera crecer.
—Está bien, chicas. Espero que esta vez no tengamos un enfrentamiento como la otra vez. Recuerden: buen espectáculo, buenas propinas —dijo, con ese tono que oscilaba entre la autoridad y la paciencia que parecía haberse perfeccionado en él.
—Si no me toca las narices, todo irá bien… —murmuró Lila, pero su mirada no se desvió de la mía.
—Lila, no empieces, por favor —la cortó Steve, girándose hacia mí con una expresión que pedía cooperación—. Carla, tú también puedes intentar llevarte bien.
El peso de sus palabras estaba claro. Esto no era solo una advertencia, sino una regla básica para sobrevivir en este lugar: adaptarme o marcharme.
—Viola estará en mi despacho mientras ensayas. Cuando termines, podrán irse a casa. William os llevará —añadió, mientras subía las escaleras.
Lila me observó de nuevo, esta vez con una leve inclinación de cabeza. Su gesto contenía un matiz de claro escepticismo, como si estuviera evaluando cuánto podría durar mi presencia en su mundo.
El ambiente seguía cargado cuando Steve se retiró y Lila rompió el silencio.
—Bueno, Carla… Parece que otra vez conseguiste el trabajo. ¿Sabes lo que estás haciendo o vas a improvisar como siempre? —preguntó, con un tono que era mitad burla y mitad reto.
Su actitud era abiertamente desafiante como para dejar claro que entre ella y mi hermana había un historial de conflictos profundos. Por más incómoda que me sintiera, entendí que tendría que manejar esta situación con cuidado si no quería que las cosas se salieran de control.
—Escucha, Lila. Sé que antes no nos llevábamos bien… —comencé, buscando una tregua mientras elegía las palabras con cautela.
—No, querida. No es solo que no nos lleváramos bien —me interrumpió, cruzándose de brazos y clavándome la mirada como un dardo—. Tú me puteaste y destrozaste mi matrimonio. ¡Me cago en tus muertos!
El impacto de sus palabras me dejó helada. Mi corazón comenzó a latir con fuerza mientras procesaba la acusación. ¿Qué habría hecho mi hermana para que esta mujer la odiaba tanto?
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunté, intentando mantener la compostura, aunque sentía cómo mi garganta se cerraba poco a poco.
—¿Qué quiero decir? —repitió, su voz cargada de resentimiento y una pizca de amargura—. ¡Mi esposo, Christian!
—Yo… no sabía que tú… —intenté decir algo, cualquier cosa que pudiera suavizar el momento, pero Lila no me dejó continuar.
—¡No te hagas la inocente! —me espetó, dando un paso hacia mí, su rostro reflejando una mezcla de dolor y furia contenida—. Tú sabías perfectamente que no me acostaba con los clientes, fue fiel a mi marido y lo mantenía en secreto. Trabajaba aquí porque necesitaba el dinero para pagar nuestras deudas. Pero fuiste tan perra, para traerlo por aquí, sabiendo lo que pasaría.
Mi cabeza daba vueltas. ¿Qué había hecho exactamente Carla? ¿Había actuado por envidia? ¿Por celos? ¿O simplemente por crueldad? Fuera cual fuera la razón, el daño estaba hecho, y Lila no parecía dispuesta a dejarlo atrás.
—Lila, yo… —comencé de nuevo, pero me interrumpió con un gesto de la mano.
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hermanas gemelas, secretos del pasado y mentiras, amor entriga peligro
Editado: 04.02.2025