Créeme

Capítulo 23. La llamada de mi padre.

Steve.

Habíamos pasado por la casa de Carla. La visita seguía latiendo en mi mente como una herida reciente, un espacio lleno de ecos de un pasado que no era mío, pero que ahora parecía envolverme. Mientras Carla entraba para recoger algunas cosas, me quedé en el coche con Viola. La pequeña estaba inquieta, y yo tampoco podía encontrar paz. Mis pensamientos revoloteaban, recordando aquella horrorosa mujer cuya presencia era tan asfixiante como su mirada.

Para mantener la calma, decidí llamar a William y pedirle un favor. Le pregunté si Marie podría cuidar a Viola esa noche. Sabía que dejar a la pequeña en el club no era una opción viable; habría sido un caos, especialmente con todo lo que había que organizar para la fiesta. Carla, al menos, no se opuso. Quizá entendía mejor que yo que la niña estaría mejor lejos del club, donde el ruido, las luces y el estrés solo la afectarían más.

Luego almorzamos en casa de William, y una vez más noté cómo la maternidad había transformado a Carla. La veía interactuar con Marie y los niños de una forma tan cálida y paciente que parecía una versión completamente nueva de ella, una que nunca imaginé posible. Su risa era genuina, y sus gestos, naturalmente amables. Me sorprendió verla así, tan lejos de cinismo y sarcasmo que a veces marcaba su carácter.

Sin embargo, la tranquilidad del momento no duró mucho. Nora irrumpió en la velada con su inconfundible tono de urgencia.

—Steve, el club de la ciudad vecina aún no ha resuelto el problema con el catering. Tendrás que ir tú mismo —dijo por teléfono, su voz firme y cortante.

Sus palabras trajeron de vuelta el peso del trabajo, rompiendo la burbuja de serenidad que apenas comenzaba a formarse.

William tenía razón: Santi, el encargado de este club, claramente no estaba a la altura del puesto. No era una persona proactiva ni responsable. Se limitaba a cumplir las órdenes que yo le daba, pero cuando surgían problemas, siempre terminaba dependiendo de mí para solucionarlos personalmente. Sabía que debería reemplazarlo, pero no tenía tiempo para buscar a alguien más adecuado ni candidatos en mente que pudieran asumir el cargo de inmediato.

Al llegar al lugar, lo primero que hice fue confrontarlo directamente. Mi paciencia estaba al límite.

—Santi, esto no puede seguir así —dije con firmeza, sin alzar la voz, pero dejando claro mi disgusto—. Si vuelves a obligarme a dejar todo y venir aquí para hacer el trabajo que te corresponde, tendrás que buscar otro empleo.

Santi balbuceó alguna excusa ininteligible, pero su tono débil y su mirada evasiva confirmaban lo que ya sabía: no estaba comprometido con el rol. No perdí más tiempo discutiendo.

Procedí a revisar todos los preparativos para la fiesta principal del año. Inspeccioné cada detalle, asegurándome de que nada quedara al azar. Verifiqué la lista de invitados, comprobé que todas las máscaras hubieran sido enviadas y entregadas personalmente, y repasé cada aspecto de la logística. A continuación, llamé a los restaurantes con los que había hablado el día anterior para cerrar los últimos acuerdos.

Tras horas de trabajo intenso, finalmente todo quedó resuelto y en orden. Aunque me sentía agotado, el alivio de haber superado otro obstáculo me permitió tomar un respiro.

Pedí que me prepararan un café mientras repasaba las últimas lecturas de las cuentas. Aproveché el momento para tomar un breve descanso, aunque sabía que no duraría mucho. Y así fue. El sonido insistente de mi teléfono rompió la calma.

Al principio pensé que sería otro problema relacionado con el restaurante. Sin embargo, al mirar la pantalla, me sorprendió ver el nombre "Padre" iluminándose.

Era extraño. No me llamaba desde hacía dos años, desde aquella fuerte discusión sobre mi negocio.

Suspiré, sintiendo una mezcla de curiosidad y aprensión, y finalmente acepté la llamada.

—Steve, necesitamos hablar sobre lo que hiciste. Urgentemente. —Su tono era afilado, como si estuviera conteniendo algo más que enojo.

—¿Qué pasa ahora? —pregunté, aunque ya me imaginaba por dónde iba la conversación.

Seguramente Marco no pudo mantener la boca cerrada. Le había contado sobre la prueba de paternidad a su esposa, y ella, como era de esperar, se lo transmitió a mi madre, su fiel amiga. Entre ellas, la noticia había viajado como un incendio forestal, y ahora mi padre estaba al otro lado del teléfono, ardiendo de indignación.

—¿Qué pasa? ¿De verdad tengo que explicarlo? —La frialdad en su voz era palpable—. ¿Por qué diste tu consentimiento para hacer esa maldita prueba de paternidad?

—Porque es lo lógico. —Respondí con calma, tomando un sorbo de café. Quería mantenerme tranquilo, pero su actitud siempre lograba encenderme—. Carla tuvo una niña. Alguien tiene que aclarar las cosas.

—¿Aclarar las cosas? —Su voz subió un tono, y pude imaginarlo frunciendo el ceño al otro lado de la línea—. Lo único que estás haciendo es complicarlas. Esa mujer… esa Carla… no puede traer una niña de la nada y esperar que tú te hagas cargo sin cuestionarlo.

—¿Qué sugieres, entonces? —repuse, irritado—. ¿Qué ignore todo esto? ¿Qué finja que la niña no existe?

—Exactamente. —La rapidez de su respuesta me tomó por sorpresa. Hubo un breve silencio antes de que continuara—. Steve, no es tu responsabilidad. Esa niña no debería estar en tu vida.

—¿Por qué no? —pregunté, confundido por la intensidad de sus palabras—. ¿Qué es lo que no me estás diciendo, papá?

—Nada. No hay nada que no sepas. Esa zorra se acostaba con todos. —Su tono cambió sutilmente, ahora parecía más defensivo—. Simplemente, no quiero que te enredes en algo que no entiendes.

—Eso no tiene sentido. —Comencé a perder la paciencia—. Mira, hice la prueba. Es lo correcto. Si soy el padre, entonces...

—¡No lo eres! —interrumpió, casi gritando. Luego, como si se hubiera dado cuenta de su error, respiró hondo y continuó con más calma—. Quiero decir… no tienes que serlo. No necesitas involucrarte en esto. Carla está jugando contigo y tú caes en la trampa como un idiota, eso es todo.




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