Créeme

Capítulo 24. Carla nunca me amó.

Steve

"¿Dónde estoy?" Los primeros minutos tras despertar trajeron consigo una bruma de confusión. Mi cerebro, aún atrapado entre el sueño y la vigilia, luchaba por ubicarme en el tiempo y el espacio.

El techo desconocido se extendía sobre mí como un lienzo neutro que no ofrecía respuestas inmediatas. Mis ojos recorrieron la sala, tratando de identificar pistas. ¿Qué clase de lugar era este? Era el salón de baile en mi club. Claro, eso tenía sentido. Ayer volví aquí sobre las diez de la noche.

Me incorporé lentamente, apoyándome en los codos, mientras una punzada de dolor atravesaba mi cabeza. La luz que se colaba por las cortinas parecía demasiado intensa, y un sabor amargo persistía en mi boca. Mi mirada cayó sobre la mesa: una botella de whisky vacía y dos vasos desordenados. ¿Con quién había estado bebiendo anoche? El pensamiento llegó como un destello confuso, y el esfuerzo de recordar solo intensificó el dolor en mi cabeza.

—Buenos días, bella durmiente —la voz de León rompió el silencio, ligera y burlona.

Me giré hacia el sonido, descubriéndolo detrás de la barra, tan fresco como si no hubiera tenido una sola gota de alcohol. Con los ojos entrecerrados, me senté en el sofá, intentando enfocarme mientras él se movía con facilidad entre las tazas y las botellas.

—¿Café o jugo de naranja? —preguntó, aunque apenas había terminado de hablar cuando respondió por mí—. Sí, mejor jugo de naranja en tu estado.

Antes de que pudiera responder, me puso un vaso frente a mí, el líquido fresco y cítrico desprendía un aroma casi terapéutico.

—¿Qué estás haciendo aquí? La fiesta es mañana —gruñí, con la voz ronca y la mente aun tratando de recomponerse.

León sonrió con ese aire despreocupado que lo caracterizaba, sacando un juego de llaves de su bolsillo. Las hizo girar en su dedo, como un truco de magia, antes de dejarlas sobre la barra.

—Te traje estas llaves para un apartamento nuevo. Ya sabes, para tu inigualable Carla. —Su tono estaba cargado de ironía, pero también de una extraña camaradería—. Aunque ahora no sé si las necesitas.

Fruncí el ceño, luchando contra el vago recuerdo de la noche anterior.

—León, ¿qué pasó ayer? No recuerdo nada.

Él dejó de girar las llaves y me miró, ladeando la cabeza como si evaluara cuánto contar.

—Nada extraordinario. Solo despediste a Carla otra vez.

Sentí que el aire se detenía por un instante.

—¿Por qué? —pregunté, aunque la respuesta me aterrorizaba más de lo que quería admitir.

León soltó una carcajada breve, cargada de cinismo.

—Porque ella no te correspondió. —Su risa fue un eco incómodo en la habitación.

—Lo pregunto en serio —insistí, mi tono más firme, aunque sabía que mi desespero se notaba.

Él dejó el vaso que estaba secando y se apoyó en la barra, mirándome con una mezcla de diversión y algo más serio.

—No te gustó su baile —respondió finalmente, aunque sus palabras llevaban un toque burlón—. Aunque, debo admitir, fue muy emocionante.

Sus palabras flotaron en el aire, despertando fragmentos borrosos en mi mente: luces suaves, música hipnótica, la figura de Carla en el centro del escenario, envuelta en un halo de luz tenue. No bailaba como antes; se transformaba en algo etéreo, casi irreal. Cada giro, cada extensión de sus brazos narraba una historia sin palabras, tangible y vibrante. En ella se combinaban la inocencia y la elegancia, un contraste tan desconcertante que parecía desafiar no solo el propósito de ese lugar, sino también todo lo que yo creía saber sobre ella.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Esto no es Carla, pensé, incapaz de apartar la mirada.

De repente, la música cambió, adoptando un tono grave y visceral. Ella, que antes estaba alargada en una postura serena sobre el suelo, se irguió con un movimiento fluido y dramático. Con un gesto deliberado, dejó caer al suelo el tutu blanco que la envolvía, revelando un brillante y ajustado traje negro que se adhería a su cuerpo como una segunda piel.

La delicadeza inicial dio paso a una energía oscura y magnética. Sus movimientos, antes suaves y etéreos, se volvieron afilados, cargados de una pasión que parecía surgir de un lugar profundo y desconocido. Era imposible no verla como un cisne negro en plena metamorfosis, dejando atrás su pureza para abrazar una fuerza nueva, seductora y visceral.

Sus ojos, que hasta entonces habían estado enfocados en un punto invisible, buscaron los míos. Fue solo un instante, pero sentí cómo una corriente eléctrica me atravesaba. Había algo en su mirada, una mezcla de desafío y dolor, que no lograba descifrar del todo. En ese momento, no estaba viendo solo a Carla; estaba viendo algo que había permanecido oculto, algo que ella finalmente estaba revelando.

El clímax de la música coincidió con un último giro dramático. Carla se deslizó al suelo, quedándose inmóvil en el centro del escenario. Su respiración agitada y sus mejillas encendidas reflejaban un aura casi sobrenatural.

No pude contenerme. Mientras recogía su tutu, subí al escenario y me acerqué. Ella me miró con una mezcla de timidez y orgullo, sosteniéndose el traje negro contra el pecho.

—¿Qué te pareció? —preguntó en voz baja, como si temiera la respuesta.

La miré, buscando las palabras adecuadas, pero mi voz parecía atrapada en la garganta. Finalmente, murmuré:

—Espectacular… y aterrador.

Frunció ligeramente el ceño, aunque una sonrisa asomó en sus labios.

—¿Aterrador? —repitió, como si no entendiera.

Asentí, sin apartar mi mirada de la suya.

—No eras tú ahí. Al menos, no la Carla que conocía.

Ella bajó la mirada, jugando con los pliegues del tutu en sus manos.

—Tal vez es porque nunca me has visto realmente.

El espacio entre nosotros se llenó de algo invisible, un magnetismo que me empujaba hacia ella. Sin pensarlo mucho más, me incliné.

El roce de mis labios con los suyos fue un instante suspendido en el tiempo, una mezcla de incertidumbre y deseo. Al principio, Carla no se apartó. Por el contrario, me respondió con una pasión que me tomó por sorpresa. Sus manos, temblorosas, se apoyaron suavemente en mis brazos, y por un instante, parecía que todo lo demás desaparecía.




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