Créeme

Capítulo 26. La negación de Carla

Steve.

Mi condición esta mañana era un desastre. El dolor de cabeza pulsaba como un tambor ensordecedor en mi cráneo, mientras mi estómago era un revoltijo que no distinguía si la resaca o la culpa lo provocaban. Pero lo peor de todo no era el malestar físico, sino la opresión constante en mi pecho. Ese beso. Ese maldito beso. Cada vez que el recuerdo me asaltaba, sentía que una garra invisible me apretaba el corazón.

¿Por qué carajo besé a Carla ayer? Era una pregunta que me había hecho durante horas, y la respuesta seguía siendo igual de escurridiza. Sabía que todo había terminado entre nosotros. Esa puerta se había cerrado mucho tiempo atrás, cuando las palabras hirientes, las promesas rotas y los silencios prolongados habían cavado un abismo insalvable entre los dos. Lo sabía, y, aun así, algo en mí había cedido. Algo débil. Algo patético.

Mi mente, desesperada, buscaba excusas. Tal vez fue su baile. Tal vez fue su mirada, esa forma de clavar los ojos en los míos como si pudiera ver a través de mí. O tal vez fue simplemente que, a pesar de todo, ella siempre lograba encender algo en mi interior, algo que nunca logré apagar del todo. No, me corregí con dureza. No era ella. Era yo. Mi maldita incapacidad de dejarla ir.

La imagen de Carla bailando se coló en mi mente como un fantasma que no podía exorcizar. La precisión de sus movimientos, esa gracia innata que hacía que todo pareciera sencillo, aunque sabía que no lo era. Ese maldito tutú de ballet, tan sencillo y tan devastador, que delineaba su figura de una forma que ningún hombre podría ignorar. Su baile no era sólo arte; era un hechizo. Un arma. Y yo había caído, como un idiota, por enésima vez.

Me llevé las manos al rostro y apreté las sienes, intentando borrar esas imágenes, pero solo conseguí que se hicieran más vívidas. ¿Por qué la eché anoche? La pregunta flotó en mi mente. Sus movimientos habían sido fascinantes. Claro, no era el tipo de espectáculo que mis clientes esperaban, pero había algo en su actuación que trascendía las expectativas. Había visto a muchos bailarines, pero ninguna como ella. Ninguna con esa habilidad de hacer que el mundo entero se detuviera.

Y, sin embargo, la había echado. No porque hubiera fallado, sino porque verla ahí, tan segura, tan radiante, había sido insoportable. Cada giro, cada salto, era un recordatorio cruel de lo que habíamos compartido. Y de lo que había perdido.

Serví un vaso de jugo de naranja, el único alivio que podía encontrar en medio de mi resaca. El frío del vaso contra mis manos me recordó que estaba aquí, en el presente, aunque mi mente pareciera decidida a arrastrarme al pasado. La culpa seguía ahí, hirviendo bajo mi piel, exigiendo respuestas que no tenía. No puedo seguir así, pensé, apretando el vaso con más fuerza. Necesito respuestas.

El teléfono descansaba sobre la mesa, un objeto inofensivo que de repente parecía pesar toneladas. Lo miré fijamente, mis dedos tambaleándose sobre la superficie de la mesa. Llámalo. La voz en mi mente era clara, imperativa. Deslicé el dedo por la pantalla, encontré el número de William y pulsé llamar.

—¿William? —mi voz sonó rota, temblorosa. Casi no me reconocí.

—¿Steve? ¿Qué pasa? ¿Estás bien? —preguntó él. Su tono era neutro, pero había un matiz de preocupación que no pasó desapercibido.

Tragué saliva. No era fácil poner en palabras lo que me atormentaba.

—Sí. Es sobre Carla —dije finalmente, sintiendo cómo mi pecho se encogía al pronunciar su nombre.

Un breve silencio al otro lado de la línea, seguido por una pregunta directa.

—¿Qué pasa con Carla?

Respiré hondo, intentando calmar el temblor en mis manos.

—Anoche… me pasé un poco —admití.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Podía imaginar a William frunciendo el ceño al otro lado, intentando descifrar qué demonios estaba diciendo.

—Sí, te pasaste —dijo finalmente, con una cautela que encendió una chispa de irritación en mí—. ¿Quieres disculparte?

—¡No! ¿Por qué? —La respuesta salió de golpe, mucho más brusca de lo que había planeado. Sentí mi corazón acelerarse, y mi respiración se volvió más pesada.

William suspiró.

—Steve... —su tono cambió, más grave, más decisivo—. Carla no quiere bailar en tu club.

Sus palabras me golpearon como un balde de agua helada.

—Pero... ella... —Intenté protestar, pero no encontré las palabras.

—Escucha, Steve. Carla decidió empezar de nuevo. Por la niña. No le hagas la vida más difícil. Y no quiere hablar contigo hasta los resultados de la prueba.

El suelo pareció desmoronarse bajo mis pies. Todo parecía confuso, irreal. ¿Cómo podía ser esto cierto? Fue ella quien vino a buscarme. Fue ella quien cruzó en mi vida de nuevo. Entonces, ¿por qué ahora me estaba apartando?

—¿Están en tu casa? —pregunté finalmente.

—Sí. Están bien —respondió él, calmado, pero distante—. Por cierto, llegaré tarde al trabajo.

Colgó antes de que pudiera decir algo más. Me quedé mirando el teléfono en mi mano, sintiendo un hervidero de emociones bajo mi piel. La calma de William me resultaba insoportable. No era su problema. Nunca lo había sido. Y, sin embargo, ahora era el protector de Carla, el aliado inesperado que me dejaba fuera.

Carla no quiere bailar en mi club, pero no porque no sea capaz. Su decisión, si puedo llamarlo así, parecía más una excusa para alejarse. ¿Alejarse de qué? ¿De mí? ¿De lo que representa este lugar? Cada posibilidad me envenenaba un poco más, como si su rechazo fuera más profundo que un simple "no."

Las palabras de William resonaban en mi cabeza: Carla está intentando empezar de nuevo. Eso no tenía sentido. Si realmente quisiera un nuevo comienzo, ¿por qué vino a mí en primer lugar? Nadie la obligó. Carla siempre había sido demasiado orgullosa como para aceptar algo que no quería. Entonces, ¿qué cambió? ¿O era una jugada suya? ¿Un intento de manipulación? No era la primera vez que Carla tenía un motivo oculto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.