Créeme

Capítulo 29: Secuestro.

Irene.

Marie y yo caminábamos lado a lado, el frío viento de la mañana se arremolinaba a nuestro alrededor mientras nos dirigíamos al lujoso edificio de Steve. El camino estaba cubierto por un tenue manto blanco de nieve que crujía bajo nuestros pasos.

—María, no sé cómo agradecerte todo lo que tú y tu esposo hacen por Viola y por mí. Después de todo, bueno, ¿no tenías una gran opinión sobre Carla? —pregunté, tratando de esconder mi incomodidad tras una sonrisa.

María me miró con seriedad, pero con la calidez que siempre parecía emanar de ella.

—No voy a mentirte —dijo con franqueza—. Carla nunca nos despertó un gran cariño, eso es cierto. Pero tú… tú no eres ella. Desde el primer momento supe que eras diferente.

—¿Diferente? ¿Cómo? —pregunté, confundido, mientras la curiosidad se mezclaba con un leve temor a escuchar la respuesta.

—Bueno, para empezar, Carla nunca habría usado una chaqueta como esa. —Señaló mi desgastada chaqueta de plumas con una sonrisa traviesa, pero sin malicia.

No pude evitar reír un poco ante su observación, pero antes de que pudiera responder, continuó:

—Y más importante, Carla jamás habría cuidado a un niño con la ternura con la que tú cuidas a Viola. Ella… ella odiaba a los niños, para ser honesta. —La expresión de María se endureció levemente al recordar—. Te confieso que me sorprendió mucho que no abortara. Pensé que, conociéndola, jamás llevaría el embarazo hasta el final.

Su comentario me dejó un sabor amargo, como si hubiera tocado una vieja herida que aún no había terminado de sanar. Suspiré, bajando la mirada hacia mis manos.

—Sí… debió tener sus razones. —Mi voz salió más baja de lo que esperaba, cargada de recuerdos que preferiría olvidar. Imágenes de Viola, tan pequeña y frágil, inundaron mi mente. Carla había ignorado su propia salud y, peor aún, la de su hija, mientras seguía bebiendo y consumiendo drogas sin reparo. Era un milagro que Viola estuviera aquí, viva, a pesar de todo.

La conversación que habíamos iniciado sobre Carla todavía resonaba en mi mente, cargada de una mezcla de curiosidad y aprensión.

—Steve… la amaba, ¿verdad? —pregunté finalmente, con cierta cautela. No estaba segura de querer saber la respuesta, pero había algo en ese hombre que me hacía dudar.

Marie dejó escapar un leve suspiro, como si hubiera estado esperando esa pregunta.

—Sí, la amaba —respondió, mirando al frente con una expresión que no podía descifrar del todo—. Pero amar a Carla nunca fue fácil.

—¿Por qué? —insistí, sintiendo un nudo formarse en mi pecho.

Marie se detuvo un momento, como si necesitara reunir fuerzas para continuar.

—Carla tenía una forma… especial de ver el mundo. Era carismática, pero también egoísta. Siempre quería más, siempre buscaba algo mejor. Cuando Steve le propuso que se mudaran juntos, lo hizo porque pensó que eso sería suficiente para ella. Pero no lo fue.

La miré, intrigada, mientras seguíamos avanzando lentamente por la acera helada.

—¿Qué pasó?

—Lo engañó —respondió Marie, con una franqueza que me tomó por sorpresa—. Primero fue con un cliente del club donde trabajaba. Steve lo descubrió porque el tipo tuvo la brillante idea de restregarle en la cara que Carla “le pertenecía”.

Mis ojos se abrieron de par en par. Era difícil imaginar a alguien lastimando de esa manera a un hombre como Steve, con su imponente presencia y su carácter reservado.

—¿Y Steve la perdonó? —pregunté, casi sin aliento.

Marie asintió, aunque había un deje de amargura en su gesto.

—No. No la perdonó, pero seguía amándola. Los vi juntos. No sé, a lo mejor, Steve, a pesar de todo, pensó que podría cambiar. Pero luego volvió a pasar, con otro hombre. Esta vez fue peor, porque Carla le dijo que lo hacía porque él no quería casarse con ella.

—¿Era cierto? —interrumpí, incapaz de contener mi curiosidad.

—Sí y no. Steve no quería casarse con Carla, pero no porque no la quisiera, sino porque sabía que ella no lo amaba de verdad. Lo que Carla quería era dinero, lujos, un hombre que le resolviera la vida. Y Steve… bueno, él quería algo más que simplemente comprarla. Quería a alguien que lo amara por quién era, no por lo que podía ofrecerle.

Me quedé en silencio, procesando lo que acababa de escuchar. La historia de Carla y Steve era un reflejo distorsionado de tantas relaciones fallidas que había visto en mi vida. Había amor, sí, pero también una falta de conexión genuina, de respeto mutuo.

—¿Por qué me cuentas todo esto? —pregunté finalmente, sintiéndome un poco expuesta.

Marie se detuvo y me miró directamente a los ojos.

—Porque creo que necesitas saberlo. Porque sé que, de una forma u otra, te afecta.

—No soy Carla —murmuré, casi como una súplica.

—Lo sé —respondió Marie con una sonrisa tranquilizadora—. Pero para Steve eres aún Carla, y después de ayer, la herida sigue abierta.

Antes de que pudiera responder, un coche estacionado a unos metros de distancia captó mi atención. Era un sedán oscuro, con el maletero abierto. Algo en esa escena me hizo estremecer.

—¿Ese coche? —murmuré, señalándolo.

Marie también lo notó y frunció el ceño.

—Es raro… ¿Quién deja el maletero abierto con este frío?

Nos acercamos, y fue entonces cuando todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Un hombre apareció de repente detrás de mí y me agarró del brazo con fuerza.

—¡Eh! —grité, tratando de liberarme, pero su agarre era como una tenaza.

Marie se giró hacia mí, pero antes de que pudiera reaccionar, otro hombre salió del coche, corriendo hacia nosotros. Entre los dos intentaron arrastrarme hacia el maletero. Mi corazón latía con fuerza, y cada fibra de mi ser luchaba por liberarme, pero eran más fuertes que yo.

—¡Marie! —grité, desesperada.

Para mi horror, vi cómo Marie no corría hacia mí. En lugar de eso, dio un giro brusco y se dirigió directamente hacia el coche.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.