Irene.
¿Por qué? ¿Por qué cada vez que creo que mi vida está comenzando a estabilizarse, algo ocurre y todo se desmorona de nuevo? Cualquier racha de buena suerte que se atreva a cruzar mi camino parece condenada a desaparecer, como un espejismo que se convierte en tragedia. Nunca imaginé que alguien pudiera decidir secuestrarme. Era absurdo. Siempre pensé que el verdadero peligro acechaba a Viola, no a mí. Pero, ¡qué ingenua fui!
Después de todo, yo era la copia viva de Carla, y sería ridículo pensar que no podrían confundirme con ella. Quizá había estado aferrándome a la esperanza de que, por algún milagro, las sombras del pasado de Carla me ignoraran. Pero estaba equivocada. Muy equivocada.
Carla había estado jugando con fuego, eso lo sabía desde hacía tiempo. Había indicios, retazos de conversaciones y comportamientos extraños que ahora parecían encajar en un patrón mucho más oscuro. Pero lo que aún no comprendía del todo era cuán peligroso era realmente el juego que estaba jugando, ni hasta dónde habían llegado sus decisiones.
Al principio, había pensado que su muerte se debía a algo más sencillo: el embarazo, el chantaje al padre de Viola… un desenlace trágico, sí, pero lógico. Sin embargo, este intento de secuestro… ¡A la luz del día! Esto me gritaba algo completamente diferente. Me enfrentaba a la aterradora realidad de que las consecuencias de las acciones de Carla no murieron con ella. Ahora sus errores me estaban alcanzando a mí.
Mientras cruzábamos el parque, el frío aire invernal se clavaba en mi piel como agujas o eso era el estrés, pero cada paso que daba era torpe y tembloroso. Mi cuerpo no respondía. El miedo seguía retumbando en mi pecho, una vibración persistente que me mantenía al borde del pánico. Marie caminaba a mi lado con paso firme, su mirada estaba constantemente alerta.
—Es mejor esperar a William en un lugar público —dijo de repente con tono firme pero sereno, como si estuviera acostumbrada a manejar este tipo de situaciones.
Sin decir más, me tomó del brazo y me guio hacia una cafetería abarrotada. Era pequeña, con luces cálidas y un constante murmullo de conversaciones que llenaba el espacio. El olor a café recién hecho flotaba en el aire, mezclado con el dulzor de los pasteles que reposaban en un mostrador cercano. Por un instante, pensé que aquel lugar debía ser seguro. Pero mis manos seguían temblando tanto que las metí en los bolsillos de mi abrigo, intentando esconder el pánico que me consumía.
Marie se acercó al mostrador y le dijo al camarero con una sonrisa despreocupada:
—Tomaremos dos tés con melisa y una tarta de chocolate.
Su tono alegre me desconcertó, pero también me hizo sentir una pizca de alivio. ¿Cómo podía estar tan tranquila después de lo que acababa de pasar? Era como si su calma se extendiera a su alrededor, creando una burbuja que protegía a quienes estábamos cerca. Quise preguntarle cómo lo hacía, pero las palabras no salieron de mi boca.
El tiempo parecía avanzar con una lentitud exasperante. Cada vez que la puerta de la cafetería se abría, mi cuerpo se tensaba, esperando ver a alguien entrar con intenciones oscuras. Pero finalmente, después de lo que me pareció una eternidad, William llegó.
Cruzó la puerta del café con aire tranquilo, como si no acabáramos de escapar de un intento de secuestro. Se acercó a Marie, la besó con suavidad en la mejilla y le susurró:
—¿Estás bien?
Marie asintió con una sonrisa que no perdió ni un ápice de su calma.
—Sí, cariño. Paga nuestro pedido —respondió, como si todo lo ocurrido hubiera sido un simple contratiempo en su día.
Desde fuera, cualquiera podría haber pensado que éramos un grupo normal, disfrutando de una tarde cualquiera. Nadie en la cafetería nos prestó atención, ni los clientes sumidos en sus conversaciones ni los empleados que corrían de un lado a otro. Pero dentro de mí, el miedo seguía latiendo con fuerza, como un animal atrapado.
Nos levantamos y salimos del café, caminando con tranquilidad aparente. Fue solo cuando estuvimos en el coche que el ambiente cambió por completo.
William dejó escapar un largo suspiro, y su rostro, hasta entonces imperturbable, se tornó grave. Su voz cortó el silencio con una firmeza que me hizo encogerme en mi asiento.
—Esto fue planeado. El auto en el que intentaron secuestrarte fue reportado como robado anoche. Ahora, quiero que me cuentes todo.
Su tono me asustó. Sentí que las palabras se atascaban en mi garganta.
—Yo… no sé nada. Nunca los había visto en mi vida. —Mi voz salió temblorosa, apenas un susurro.
—Cariño, no la presiones —intervino Marie, con voz firme pero suave, mirando a su esposo de reojo—. Ya está al borde de la histeria.
Luego se giró hacia mí, sus ojos reflejaban una calidez tranquilizadora que me ayudó a encontrar un poco de aire.
—Dijiste ayer que a Carla la atropelló un coche que nunca fue encontrado —dijo Marie con cuidado—. Pero también mencionaste que crees que no fue un accidente. ¿Por qué piensas eso?
Tomé aire, intentando calmar los temblores en mi voz.
—Porque antes de morir, Carla me miró con… con miedo. Apenas pudo susurrar: “Él hizo lo que prometió”. Pero no tuvo tiempo de decir quién… —Mi voz se quebró al recordar sus últimas palabras. Tragué saliva y continué—. Y además, antes del accidente, ella vino a verme. Me dejó un sobre y me pidió que lo guardara.
William frunció el ceño, y esta vez, su expresión mostró más interés que preocupación.
—¿Qué había en ese sobre?
—Al principio, no entendí por qué lo había dejado conmigo. Apenas nos hablábamos… De hecho, cuando ella volvió a casa yo fui de alquiler. Porque no nos llevábamos muy bien.—mi voz bajó, sintiéndome culpable por esa distancia con Carla—. Pero después de su muerte, recordé que lo tenía y lo abrí. Había dinero dentro. Mucho dinero. Trescientos mil.
Marie me miró boquiabierta, su incredulidad evidente.
—¿Tres-cien-tos mil? Pero ayer dijiste que no tenías ni un duro.
#278 en Otros
#44 en Acción
#900 en Novela romántica
hermanas gemelas, secretos del pasado y mentiras, amor entriga peligro
Editado: 04.02.2025