Steve.
Luego de tomar la pastilla que amablemente me ofreció Nora, el mareo disminuyó y mi mente se aclaró lo suficiente como para tomar unas decisiones. No volví a casa de inmediato. En lugar de eso, utilicé mi habitación personal en el club, que siempre estaba a mi disposición. Allí, me di una ducha caliente que pareció lavar el resto de la borrachera de anoche. Tenía algo de ropa guardada, como siempre, y tras cambiarme y ponerme completamente en orden, sentí que estaba listo para enfrentar el caos del día.
William todavía no había llegado, a pesar de haber avisado que lo haría tarde. Eso me molestó más de lo que estaba dispuesto a admitir. No porque estuviera retrasado, sino porque sabía perfectamente que la razón de su tardanza estaba relacionada con Carla.
No podía evitarlo; la sola mención de su nombre me provocaba una tormenta en la cabeza. Pero, al mismo tiempo, algo no cuadraba. En los últimos días, había algo diferente en ella.
Aun así, yo no tenía dudas. Había sido Carla, especialmente después de ver su baile y del breve beso que compartimos. Aquella conexión tan fugaz había bastado para reavivar la obsesión que creía enterrada. Una parte de mí, la más irracional, empezó a acariciar la idea de que podríamos intentarlo de nuevo, como si los errores del pasado pudieran borrarse con un simple acto de voluntad.
Pero ella, como siempre, había sido tajante. Su rechazo era un eco cruel del pasado: “¡Déjame en paz!”, me había gritado. Y, aunque sus palabras me hirieron, sabía que no podía dejarla ir.
Mis pensamientos giraron entonces hacia un problema más inmediato: la falta de una bailarina principal para el club. ¡Era inadmisible que mi negocio principal funcionara con solo dos chicas en el escenario! Llamé frenéticamente a mis contactos, dispuesto a pagar lo que fuera necesario para contratar a alguien más. Pero todas las opciones parecían cerradas. Mis esperanzas se agotaban.
Solo quedaba una solución. Necesitaba a Carla.
Cuando Nora finalmente me informó que William había llegado, me dirigí directamente a su rincón. Su "habitáculo", como me gustaba llamarlo, era un caos de pantallas, cables y ordenadores que parecían pertenecer a una madriguera de hacker. Lo encontré allí, con la mirada fija en una de las pantallas, como siempre.
—¿Cómo está Carla? —pregunté, entrando sin esperar invitación.
William giró la cabeza brevemente hacia mí, su expresión era seca, casi molesta.
—¡Olvídate de Carla! —respondió bruscamente. Su tono era tan tajante que me detuvo en seco por un momento—. Ella murió. Ya no existe.
Su respuesta me dejó perplejo, pero decidí interpretarla como un consejo de amigo, una invitación a dejar atrás el pasado y seguir adelante. Claro, desde su punto de vista, la Carla que conocimos estaba acabada.
—Lo sé —respondí, intentando sonar calmado—. Pero el problema es que no tengo a nadie para bailar mañana. Escucha, William, no soy un adolescente encaprichado. Comprendí todo cuando la besé. Sé que no hay esperanza para nuestra relación, pero la necesito como bailarina.
William suspiró, pero no apartó la mirada de su pantalla.
—No llegarás a ninguna parte con ella. Dijo que nunca volvería a bailar aquí.
—Déjame al menos intentarlo. —Mi insistencia era cada vez más desesperada—. ¿La tienes en tu casa todavía?
Fue entonces cuando William se giró completamente hacia mí. Su mirada tenía algo distinto, algo que me hizo sentir que había más en sus palabras de lo que estaba dispuesto a decir.
—Sí —admitió finalmente—, pero dijo que no hablaría contigo sin una prueba de paternidad.
Esa respuesta me tomó por sorpresa. Parpadeé, intentando procesar lo que acababa de decir.
—¿Prueba de paternidad? —repetí, confundido.
William volvió a mirar su pantalla, su tono era más duro esta vez.
—Sí, y será mejor que busques a alguien más. Steve, en serio, déjala en paz. A ella no le importas ahora mismo. Tiene cosas más importantes de qué preocuparse.
Por un momento, me quedé en silencio. ¿A qué se refería con "cosas más importantes"? ¿Por qué mencionó una prueba de paternidad? ¡Viola!
—Hoy tendré el resultado… —dije, pero él me interrumpió.
—Déjalo, Steve. No la sigas persiguiendo. Tendrás más problemas.
Me fui de su despacho con una certeza creciente: no podía rendirme ahora. La necesitaba, no solo para salvar el espectáculo del club, sino porque algo en mi interior me decía que Carla me estaba evitando, porque no estaba segura quien era el padre de su hija.
Al llegar a la clínica, me acerqué al mostrador de recepción con pasos firmes, pero con el corazón latiendo demasiado rápido.
—Buenas tardes. Soy Steve Rain. Vengo a recoger los resultados de una prueba de ADN. —Anuncié mi propósito con más seguridad de la que realmente sentía.
La recepcionista, una joven de cabello recogido en una coleta apretada y uniforme azul claro, me lanzó una mirada mezcla de desdén y tedio antes de hablar.
—¿Cuándo le dijeron que viniera por los resultados? —preguntó mientras fruncía el ceño, sus uñas cortas tamborileando contra el ratón mientras revisaba algo en la computadora—. ¿No proporcionó una dirección de correo electrónico?
—Sí, pero quiero ver los resultados en papel. No en formato electrónico. —Respondí con una firmeza que, en el fondo, era más una fachada.
—Espere aquí.
Obedecí, quedándome quieto mientras mi mente se llenaba de pensamientos contradictorios. Por un lado, quería que el resultado fuera negativo. Eso despejaría cualquier duda, confirmaría lo que había estado diciéndome a mí mismo desde que Carla apareció de nuevo en mi vida. Pero, por otro lado, una parte de mí —una que no podía ignorar— susurraba que si realmente quería a Carla, si quería ganarme su confianza y su regreso, entonces sería mejor que fuera el padre de su hija.
—Sí, todo está listo. Un minuto. —dijo la recepcionista, sacándome de mis pensamientos.
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hermanas gemelas, secretos del pasado y mentiras, amor entriga peligro
Editado: 04.02.2025