Créeme

Capítulo 41. No soy Carla.

Irene.

En el fondo, me alegraba que Steve se pusiera de mi lado y tratara de calmarme. Lo necesitaba como el aire, aunque odiaba admitirlo. Pero eso no significaba que confiara en él. No todavía. Especialmente cuando estaba tan cerca, como ahora, invadiendo el frágil espacio que había construido alrededor de mí misma.

—Ve con Viola —dije, alejándome de él con cautela. No quería hacerlo en absoluto, pero tampoco podía permitirme lo contrario—. No puede quedarse sola por mucho tiempo.

Steve me sostuvo la mirada por un instante, como si intentara descifrar lo que realmente estaba sintiendo, pero no insistió. Asintió en silencio y regresó al salón, donde Viola esperaba.

Aproveché su ausencia para terminar mi tarea en la cocina, tratando de concentrarme en algo más que en la sensación de su cercanía. Pero incluso cuando la distancia física se restableció, el eco de su presencia permaneció en mi piel, en mis pensamientos.

Después de cenar, tomé a Viola en brazos y me ocupé de ella. La lavé con cuidado, le cambié el pañal y la acosté en el sofá. Steve estuvo conmigo todo el tiempo, moviéndose con una disposición que me inquietaba. No protestaba ni intentaba tomar el control, simplemente estaba allí, ayudando en lo que podía: sosteniendo a Viola cuando lo necesitaba, alcanzándome una toalla limpia sin que se lo pidiera, arropándola con otra manta cuando notó que se estremecía levemente.

Su actitud me descolocaba. No solo por lo inesperada, sino por lo constante. Se estaba volviendo demasiado atento. Sus gestos parecían calculados, no en un sentido manipulador, sino en un intento torpe, pero genuino, de demostrarme algo. ¿Qué? No lo sabía.

Las miradas prolongadas, la forma en que buscaba agradarme sin ser invasivo, su cercanía sin exigencias... Todo eso me ponía nerviosa. No estaba acostumbrada a que nadie hiciera cosas por mí sin esperar algo a cambio.

Marie era diferente. Ella era una persona naturalmente bondadosa, alguien que daba sin reservas. Pero Steve… Steve era otra historia. Steve pertenecía a un mundo donde cada acción tenía un propósito, una estrategia. Entonces, ¿qué quería de mí realmente?

El pensamiento se instaló en mi pecho con un peso incómodo, pero no tenía respuestas. Solo tenía la certeza de que, por más que una parte de mí quisiera confiar en él, la otra seguía esperando el momento en que revelara su verdadera intención.

—Steve, ¿qué te pasa? —pregunté, mirándolo con cautela, midiendo cada una de mis palabras—. Hace nada estabas dispuesto a echarnos de este apartamento y de tu vida, y ahora... corres detrás de nosotras como si te importáramos.

Exhalé con frustración, tratando de mantener la calma.

—Puedo entender que tu actitud haya cambiado después de recibir la prueba de paternidad. Al menos, eso tiene sentido. Pero si crees que con esto lograrás que cambie mi decisión de no bailar en tu club, estás perdiendo el tiempo. No voy a hacerlo, Steve, no quiero que tus clientes me miran desnuda. Mi decisión es inmutable.

Steve se rió entre dientes, un sonido bajo que me puso los nervios de punta. Luego, sin previo aviso, acortó la distancia entre nosotros. Sus ojos se clavaron en los míos con una intensidad que hizo que mi estómago se encogiera.

O mejor dicho, se acercó a mis labios.

Mi cuerpo se tensó de inmediato. Su cercanía me resultaba incómoda, demasiado peligrosa, demasiado... deseada.

—Para ser sincero —dijo Steve, su voz cargada de una emoción que rara vez le había escuchado—, hasta me alegra que no quieras bailar. En realidad, no me importa en absoluto si lo haces o no. O mejor dicho… nunca quise verte allí, pero tampoco quiero imponerte nada. Nunca lo haría.

Sus palabras me desconcertaron.

—¿Qué quieres decir con esto? —pregunté con cautela, tratando de descifrar lo que se escondía tras su mirada.

Steve suspiró profundamente y, sin apartar sus ojos de los míos, acortó aún más la distancia entre nosotros.

Y entonces lo vi. En su mirada había algo crudo, sin filtros… Dolor. Desesperación. Decisión. Y algo más. Algo que nunca antes había notado. Mi corazón latía con fuerza cuando abrió la boca para hablar de nuevo.

—Nunca entendí por qué confesar un amor es tan difícil —su voz tembló apenas, pero su determinación era palpable—. Tal vez porque nunca antes lo hice.

Se inclinó un poco, como si tuviera miedo de que me alejara antes de que pudiera terminar.

—Te amo. Y siempre te he amado —susurró, con un peso indescriptible en cada palabra—. Pero tenía miedo… Miedo de que nunca me amaras como yo quería. De que, por mucho que lo intentara, jamás fueras mía de la manera en que yo lo era para ti.

Un nudo se formó en mi garganta.

—Pero a pesar de todo… no puedo hacer nada al respecto. Te amo, Carla.

El aire pareció desaparecer de mis pulmones.

Su confesión flotaba entre nosotros, pero lo único que resonaba en mi mente era un zumbido sordo, molesto, ensordecedor.

Me llamó Carla.

No me estaba hablando a mí.

Mi estómago se encogió con un dolor punzante.

¿Cómo podría ser de otra manera?

Mi mente trató de procesarlo, pero lo único que sentí fue una opresión en el pecho, una sensación de asfixia que amenazaba con ahogarme.

Lo miré, sin poder ocultar el torbellino de emociones que me consumía.

— No soy la chica que amas. —mi voz sonó rota, como si apenas pudiera salir de mi garganta—. No soy Carla.

Antes de que pudiera decir nada más, lo empujé, apartándolo de mí.

Y corrí.

Corrí hacia el salón donde dormía Viola, cerrando la puerta con torpeza tras de mí. Mis manos volaron a mi rostro, cubriéndolo, como si con ese gesto pudiera borrar lo que acababa de suceder.

¿Qué he hecho con tantas mentiras? ¿Cómo voy a explicarle ahora que mis documentos no son falsos, que no soy la madre de Viola…?

¿Y que, en realidad, su amada Carla está muerta?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.