Créeme

Capítulo 50. ¿Cómo atrapar a Vera?

Steve

Cuando entré en mi oficina, lo primero que hice fue encender los monitores y ordenar a Nora que encontrara a William. Mientras esperaba, dirigí toda mi atención a las cámaras, siguiendo cada uno de los movimientos de Vera con la precisión de un depredador acechando a su presa.

Después de su actuación, no hizo nada fuera de lo común. Volvió a la sala principal con la misma confianza de siempre, se acercó al bar y entabló conversación con un invitado. Su lenguaje corporal era relajado, casi despreocupado, como si no acabara de tener una conversación comprometedora minutos atrás. Luego, sin apurarse, se unió a un grupo de dos hombres y una mujer, deslizándose en la conversación con la naturalidad de quien sabe moverse en cualquier ambiente.

A simple vista, todo parecía normal. Escenas como esta eran parte del ecosistema del club. Las bailarinas, una vez terminadas sus actuaciones obligatorias a las dos de la madrugada, eran libres de buscar ingresos adicionales con "bailes privados", aunque ambos sabíamos que, en muchos casos, bailar era lo de menos. No interfería en esas decisiones. Era su cuerpo, su elección y, mientras los clientes salieran satisfechos, el negocio prosperaba.

Pero ahora, verla moverse con tanta soltura, con esa misma gracia seductora que siempre había sido su mayor arma, me ponía los nervios de punta. La conocía bien. Pero ahora lo que veía en ella no era simple profesionalismo. Era el comportamiento de alguien que escondía algo, alguien que estaba en control de la situación… o que creía estarlo.

Tal vez porque la sola idea de que mi propio padre pudiera haber estado involucrado en la muerte de Carla me resultaba insoportable. Porque aceptar que Viola podía ser su hija significaba enfrentar verdades que prefería enterrar. Tal vez por eso me aferré con tanta desesperación a la idea de que Vera y su cómplice eran las verdaderas culpables. Era más fácil culparla a ella, convertirla en el centro de todo, que admitir que el monstruo podría haber estado mucho más cerca de lo que quería imaginar.

Finalmente, William entró en la oficina, cerrando la puerta tras de sí con su acostumbrada calma.

—¿Cómo están Irene y la niña? —preguntó sin rodeos.

—Bien. Ordené al guardia de seguridad que no dejara salir a Irene ni permitiera que nadie entrara en mi apartamento. No pienso correr riesgos innecesarios. Después de las fiestas decidiré a dónde enviarlas. Pero no te llamé por eso.

William arqueó una ceja, sorprendido.

—¿Quién estacionó una limusina en mi plaza de aparcamiento? —solté con evidente irritación.

—Belmont y su séquito.

Fruncí el ceño.

—¿Y el conductor? ¿No podía largarse y volver después de dejarlo aquí?

—Pues no —suspiró William—. Alguien de su grupo decidió que sería divertido arrastrarlo también a la fiesta. Yo estaba en contra, pero ya conoces a Belmont… Se puso terco y dijo que, si su chofer se iba, todos se irían con él. No tuve más opción que dejarlo pasar. Ya sabes cómo es. Pero repasé con él todas las normas y firmó los papeles de confidencialidad.

Me froté las sienes con fastidio. Belmont y su maldito sentido de la superioridad. Creía que podía hacer lo que quisiera solo porque había sido el primero en apostar por el club. Y, hasta cierto punto, tenía razón. Su dinero y sus contactos nos habían abierto muchas puertas en su momento. Pero ahora... ahora ya no lo necesitábamos tanto como antes.

—Está bien. Que se queden esta noche, pero mañana envíale una notificación de expulsión del club. Belmont ya me tiene harto con sus payasadas.

—Steve, no te precipites —William me lanzó una mirada cautelosa—. Sí, es un hijo de puta, pero nunca ha cruzado la línea ni nos ha causado problemas.

No podía negarlo. Belmont había sido nuestro primer miembro y, gracias a sus conexiones, el club pudo despegar. Pero todo tenía un límite. No me molestaba que trajera a su chófer, diablos, podía haber invitado hasta a su cocinero si le daba la gana, pero lo mínimo que podía hacer era avisarnos con antelación.

Resoplé.

—Está bien. Hablaré con él yo mismo. Pero no es el motivo principal por el que te llamé.

William inclinó la cabeza, intrigado.

—¿Entonces?

—Por culpa de su limusina, tuve que caminar hasta aquí. Y en el camino, escuché a Vera hablando por teléfono. Mencionó a Carla.

El rostro de William se endureció al instante.

—Eso suena interesante… —murmuró, frotándose la barbilla—. Vamos a entrar en detalles.

Le conté cada palabra que había escuchado y describí el extraño nerviosismo de Vera.

—Eso cambia las cosas… —William se rascó la nuca, pensativo—. Dame un segundo.

Se acercó al escritorio y tomó asiento frente a la computadora. Con movimientos rápidos y precisos, comenzó a rebobinar las grabaciones de una de las cámaras de seguridad hasta que encontró lo que buscaba.

—Mira esto.

Me incliné sobre la pantalla y entrecerré los ojos.

—Sí, ahí está. Pero no es de esta noche. ¿Cuándo fue esto?

—El día en que trajiste a Irene aquí, disfrazada de Carla.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

—Entonces no me equivoqué… —murmuré, sintiendo cómo la pieza faltante del rompecabezas encajaba con un clic siniestro—. Fue ella. Fue Vera quien le dijo al asesino que Carla estaba viva.

—Sí, pero no tenemos pruebas contundentes más allá de estos videos y lo que escuchaste. Si la confrontamos ahora, puede decir cualquier cosa, incluso que estaba hablando con su abuela y preguntándole por su salud.

—Entonces necesitamos evidencia —afirmé sin dudar—. Vera mencionó que mañana hablaría con el asesino y decidiría qué hacer a continuación. Eso significa que tenemos una oportunidad. Hay que vigilarla. ¿Tienes a alguien lo suficientemente listo para el trabajo?

William asintió con seguridad.

—Por supuesto. Pero dime, ¿qué harás cuando descubramos al asesino? El caso del atropello de Carla está cerrado, y si queremos reabrirlo, necesitaremos algo más que sospechas. Necesitamos pruebas sólidas. —Señaló la pantalla con gesto crítico—. Esto no basta.




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