Créeme

Capítulo 52. Su lenguaje de amor

Irene.

Me senté en el asiento trasero del auto junto a Viola, que ya estaba despierta y gimiendo suavemente, exigiendo atención.

—¿Quizás tiene hambre? —preguntó Steve, echando un vistazo por el espejo retrovisor.

—Tal vez —murmuré, pero mi mente estaba muy lejos de allí.

Las palabras de mi madre seguían resonando en mi cabeza como una alarma imposible de apagar.

"Yo quería que se casara. Él me lo pidió, me lo prometió. Yo misma se la llevé a él. Yo quería que Carla viviera en el lujo… y él la mató. No quería pagar ni casarse."

La revelación me oprimía el pecho. Había un motivo claro tras el asesinato de Carla, una razón cruel y fría que encajaba con la historia que mi madre, entre delirio y confesión, había dejado entrever.

Mi hermana quedó embarazada por accidente y, al no poder abortar por prescripción médica, recurrió al chantaje. Junto con mi madre, buscó a sus antiguos amantes, exigiéndoles dinero a cambio de su silencio. Algunos pagaron, temerosos de que su secreto saliera a la luz. Pero alguien no pagó.

Alguien la mató.

—La limpieza ya se ha realizado. ¿Nos vamos a casa? —preguntó Steve de nuevo, girándose levemente.

—Sí —respondí, tratando de alejar los pensamientos de mi mente.

Tomé a Viola en brazos, esperando que su calidez y su fragancia infantil disiparan la sensación de asfixia que me envolvía. Pero no lo lograron.

No podía dejar de analizar cada palabra, cada pista oculta en la confesión de mi madre. El asesino era un hombre que estuvo enamorado de Carla. Alguien que, en su momento, quiso casarse con ella, que incluso había hablado con mi madre sobre ello. Pero, en algún punto, cambió de opinión. ¿Por qué? ¿Se enteró de que Carla lo traicionaba con otros? ¿No creyó que el bebé que esperaba era suyo?

Mis pensamientos se oscurecieron al mirar la parte posterior de la cabeza de Steve. Una idea aterradora comenzó a tomar forma en mi mente, creciendo como una sombra implacable.

"¿Y si estoy equivocada? ¿Y si todo este tiempo él ha estado fingiendo?"

Lo había considerado un aliado, una víctima de las circunstancias, pero ¿y si su extraño comportamiento no era más que culpa disfrazada de preocupación?

"No confiaría en su palabra. No puedo evitar pensar que pudo haber manipulado su embarazo. No me habría hecho feliz que Carla fuera la madre de mi hija."

Recordé sus palabras con una claridad escalofriante.

Fue entonces cuando entendí por qué Steve estaba tan interesado en la prueba de paternidad. Su actitud cambió drásticamente después de conocer la verdad. Dejó de presionarme, de exigir respuestas. Ni siquiera me demandó, a pesar de que tenía un amigo abogado.

"¿Y si no lo hizo porque temía que la investigación lo llevara hasta él?"

La pregunta me heló la sangre.

Sostuve a Viola con más fuerza, como si de algún modo su presencia pudiera protegerme de la espiral de dudas en la que acababa de caer.

Cuando llegamos a la casa, Steve sacó un manojo de llaves del bolsillo y me las entregó con una sonrisa casual.

—Tú sube con Viola. Yo iré corriendo a la tienda a comprar champán.

Fruncí el ceño, algo desconcertada.

—¿Champán?

—Por supuesto. Falta muy poco para el Año Nuevo, tenemos que recibirlo como se debe. —Su sonrisa era ligera, despreocupada, como si la tensión de las últimas horas no existiera.

—Como desees —murmuré, aún atrapada en mis pensamientos. Pero antes de que se alejara, no pude evitar preguntar—: Steve… Esa mañana, después de que llegué a ti… Estabas en la casa de mi madre, hablando con ella. Y ni siquiera te di la dirección.

Él no pareció sorprendido por mi pregunta.

—No me la diste, pero la encontré. Bueno, más bien William me ayudó. —Se rió suavemente, como si fuera un detalle sin importancia—. No te preocupes, todo estará bien.

Sin darme tiempo a replicar, abrió la puerta del edificio para que Viola y yo entráramos, y luego se marchó en la otra dirección con paso ligero.

Me quedé inmóvil por un instante, observándolo desaparecer en la distancia. Algo dentro de mí se removió inquieto, una sensación incómoda que no podía definir del todo.

Sacudí la cabeza, intentando apartar esos pensamientos. Miré a Viola, que me observaba con sus grandes ojos curiosos, y la estreché contra mi pecho.

—No, cariño. Tu padre no podría hacer algo así. No podría… —susurré, como si al decirlo en voz alta pudiera convencerme de que era cierto.

Deposité un beso en su pequeña frente, aferrándome a la calidez de su cuerpecito para ahuyentar la sombra de la duda que empezaba a enraizarse en mi mente.

Me tomó unos minutos superar el impacto de lo que veía al entrar en el apartamento.

El sofá… nuestro sofá. No estaba en su lugar. Estaba doblado contra la pared, como si hubiera sido apartado a la fuerza. Mi mirada recorrió la sala y se detuvo en la mesa del centro. Ya no estaban mi ordenador ni los juguetes de Viola. En su lugar, había platos de porcelana, copas de cristal y elegantes candelabros con velas, esperando su encendido para proyectar un resplandor cálido.

Bajo el árbol de Navidad, cajas multicolores atadas con cintas de nácar se amontonaban con una perfección casi irreal.

Sentí una punzada de desconcierto en el pecho.

—¿Dónde están nuestras cosas? —murmuré, más para mí que para alguien más.

Intercambié una mirada con Viola, que, ajena a mi inquietud, movía las manitas en el aire con fascinación. Recorrí la sala, buscando rastros de nuestras pertenencias, pero todo había cambiado. Como si el espacio ya no me perteneciera.

Entonces, la puerta se abrió y Steve entró con una bolsa en la mano.

—Maldita sea… —exhaló al ver mi expresión.

Me giré bruscamente hacia él.

—Steve, ¿dónde está todo?

Su rostro mostró una mueca de leve incomodidad antes de esbozar una sonrisa apaciguadora.




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