Créeme

Capítulo 56: La Sombra de Vera

Steve

Al día siguiente, decidimos dar un paseo por el parque antes de visitar a William y su familia. Aunque el sol brillaba con un resplandor primaveral, el aire era engañosamente frío, mordiendo la piel con cada ráfaga de viento. No tardamos mucho en darnos cuenta de que la temperatura no nos permitiría disfrutar demasiado tiempo al aire libre, así que nos dirigimos a una cafetería cercana para entrar en calor.

Viola, sin la menor intención de esperar hasta llegar a casa de William, decidió que era el momento perfecto para montar un escándalo. Su llanto exigente y persistente dejaba en claro que no aceptaría demoras en su almuerzo.

Suspiré, resignado, y la saqué de su nuevo cochecito mientras Irene se dirigía a la barra para pedirle a la camarera que calentara el biberón. La cafetería estaba abarrotada de gente; parecía que toda la ciudad había despertado después de la Nochevieja con la misma necesidad de reponer fuerzas antes de continuar con las festividades.

Intenté calmar a Viola, balanceándola suavemente en mis brazos, pero su impaciencia crecía con cada segundo que pasaba. Observé con frustración cómo la camarera seguía ocupada atendiendo otros pedidos, ignorando lo que, en mi opinión, era su tarea más urgente: calentar el biberón de mi niña hambrienta.

Finalmente, Irene regresó y, alargándome la botella con un suspiro de alivio, comenzó a revolver nerviosamente en el cochecito. Su expresión cambió de repente.

—Creo que olvidé mi bolso en el parque —dijo, con el ceño fruncido.

—¿Estás segura? —pregunté, mientras le daba el biberón a Viola, quien se prendió con avidez, como si no hubiera comido en días.

—Sí… Debe estar en el banco donde nos sentamos —murmuró, revisando de nuevo sin éxito—. Tú quédate aquí con Viola, yo iré rápido a buscarlo.

—Está bien —acepté sin pensarlo demasiado, sin imaginar lo que vendría después.

El parque no estaba lejos, apenas a unos cincuenta metros, y la zona seguía bastante concurrida. No había razón para preocuparse.

Irene se ató la bufanda, se puso el gorro sobre la cabeza y, con paso decidido, salió de la cafetería.

Mientras la veía desaparecer entre la multitud, me concentré en Viola, que bebía con voracidad, ajena a todo lo que ocurría a su alrededor. Sonreí ante su pequeño rostro relajado.

Lo que no sabía en ese momento era que Irene no regresaría tan pronto como esperaba.

Irene no regresó ni en media hora, y yo empecé a ponerme casi histérico. Al principio intenté calmarme, diciéndome que tal vez el bolso no estaba donde ella pensaba y que se había entretenido buscándolo, pero algo dentro de mí no dejaba de gritar que algo iba mal.

Saqué el móvil y llamé a William.

—¿Tienes noticias de Vera? —pregunté sin rodeos, tratando de mantener la voz firme, pero notando cómo me temblaban ligeramente las manos.

—Sí. —Su tono era tenso—. Mi hombre la siguió hasta una casa en las afueras, pero allí la perdió. No sabemos si sigue adentro o si logró salir sin ser vista.

El estómago se me hundió como una piedra. Sentí que la sangre se me helaba.

—William… Irene salió hace media hora a buscar su bolso en el parque y no ha vuelto. —Mi propia voz sonó lejana, como si no terminara de procesar lo que estaba diciendo—. Tengo miedo de que esta vez a Vera le haya salido bien el secuestro.

Se hizo un silencio breve, pero cargado de gravedad.

—Mierda… —soltó William en voz baja, como si estuviera maldiciendo para sí mismo—. Escucha, quédate donde estás. No te muevas y no hagas ninguna locura. Voy para allá.

Colgó antes de que pudiera protestar.

Miré a Viola, que ya había terminado su biberón y ahora jugaba con sus dedos, ajena al torbellino de angustia que se agitaba en mi interior. La idea de que Irene estuviera en manos de Vera me revolvía el estómago. La primera vez la habíamos rescatado a tiempo, pero ¿y ahora?

Respiré hondo, tratando de pensar con claridad. No podía simplemente quedarme sentado. ¿Y si cada minuto que pasaba la alejaba más de mí?

Me levanté de golpe, acomodé a Viola en su cochecito y me dirigí hacia la salida de la cafetería. No iba a esperar. Tenía que encontrar a Irene antes de que fuera demasiado tarde.

Fui al parque y recorrí su trayecto una y otra vez, buscando cualquier rastro de Irene, pero no encontré nada. Cada paso que daba solo aumentaba mi ansiedad.

Cuando regresé a la cafetería, William estaba de pie junto a su coche, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. En cuanto me vio, avanzó hacia mí con pasos decididos.

—¿Nada? —preguntó sin rodeos.

Negué con la cabeza, sintiendo un nudo en la garganta.

—Recorrí todo el parque, revisé el área de juegos, el camino de ida y vuelta… Es como si se la hubiera tragado la tierra.

William apretó la mandíbula, luego sacó su teléfono y tecleó algo rápidamente.

—Mi gente ya está revisando las cámaras de seguridad en la zona. Si alguien se la llevó, lo sabremos en cuestión de minutos.

Viola empezó a inquietarse en el cochecito, como si sintiera la tensión en el aire. Intenté calmarme por ella, pero la ansiedad me carcomía por dentro.

—Si fue Vera… —mi voz sonaba áspera—. Esta vez no pienso esperar. No podemos cometer los mismos errores.

William me sostuvo la mirada.

—No lo haremos.

Su tono era seco, decidido. Pero yo no podía sacudirme el miedo. Irene había desaparecido en plena luz del día, en un sitio concurrido. Vera no solo se había adelantado a nuestros movimientos… nos estaba demostrando que no tenía miedo.

El teléfono de William vibró. Lo sacó del bolsillo y contestó de inmediato.

—¿Lo tienes? —preguntó.

Silencio. Una pausa demasiado larga. Luego, la expresión de William se endureció.

—Mándamelo ya.

Colgó y me mostró la pantalla de su móvil.

Era una imagen captada por las cámaras de seguridad de la calle. Irene salía del parque apresurada, sujetando su bolso contra el pecho. De repente, un hombre se acercó por detrás y, con un movimiento rápido y preciso, hizo algo cerca de su rostro. Irene pareció tambalearse y, antes de que pudiera reaccionar, se apoyó en él, visiblemente desorientada.




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