Irene.
Todas nuestras pertenencias fueron arrojadas apresuradamente en mi mochila. No tenía idea de que Viola y yo habíamos acumulado tantas cosas en tan poco tiempo. Clasificar y empacar todo fue un desafío; cada objeto parecía pesar el doble, como si arrastrara consigo el eco de los momentos vividos en esta casa.
Intenté no llevar nada de lo que Steve nos había comprado, excepto el patito amarillo, que gustaba mucho a mi hija. ¿Lamentaba que tiempo tranquilo se acabara? Sí, pero esa etapa había terminado, como esperaba, pero tan temprano. Aun no estaba preparada. El cuento de hadas se había desmoronado, y en su lugar emergía la cruda y despiadada realidad.
"Tienes que huir de esta familia. ¡Corre!" —la voz en mi cabeza retumbaba como una alarma, insistente, implacable.
Samuel Rain había tomado su decisión: quería llevarme ante las autoridades o, peor aún, meterme en prisión. Su hijo, mientras tanto, seguía interpretando su papel, lanzando promesas vacías, fingiendo ser un aliado, un salvador. Pero ya no podía darme el lujo de creerle.
En ese momento, no descarté la posibilidad más amarga y repulsiva de todas: que ambos estuvieran actuando juntos, tejiendo su estrategia para arrebatarme a Viola. Quizás siempre había sido así, solo que cada uno jugaba su papel con su propio método. El viejo truco: el poli malo y el poli bueno.
Y yo… yo era la presa.
No sabía hacia dónde correr ni dónde esconderme. Mi mente iba a mil por hora, pero, al mismo tiempo, no era capaz de pensar con claridad. Lo único que sabía era que necesitaba huir y solo me faltaban esos documentos médicos de Viola. Los necesitaba ya.
Con las manos temblorosas, revisé la carpeta una vez más, pasando las hojas frenéticamente. Pasaporte, mi carnet, el certificado de nacimiento de Viola, contrato de trabajo con "Marvel"… Todo estaba ahí, excepto lo más importante.
"Piensa, piensa, maldita sea."
Me dejé caer en la cama y me agarré la cabeza con ambas manos. Un torbellino de pensamientos confusos me impedía recordar. Entonces, un destello de lucidez. La última vez que saqué esos documentos de la carpeta fue cuando Steve llamó a la clínica. Él había pedido una cita para que un pediatra famoso examinara a Viola.
Me puse de pie de un salto. Tenían que estar en el salón. Corrí hasta allí y comencé a abrir cajones al azar, revolviendo papeles, facturas, sobres con membretes elegantes. Nada. Fui a la biblioteca, revisé entre los libros, incluso dentro de las carpetas organizadas en los estantes. Nada.
El pulso me martilleaba en las sienes, mi respiración se volvió errática. No podía perder más tiempo. Solo quedaba un lugar.
Me quedé parada ante la puerta del dormitorio de Steve, con la garganta seca. Era “territorio enemigo”, un límite que nunca había cruzado, pero ahora no podía permitirme escrúpulos. Entré sin dudar y me dirigí directamente a las mesitas de noche.
El primer cajón estaba lleno de relojes caros, gemelos dorados, una billetera de cuero con su apellido grabado. Nada útil.
El segundo, más desordenado, tenía documentos de negocios y, entre ellos, sobres con efectivo. ¿Por qué guardaba dinero ahí? No era momento para preguntas.
Abrí el tercer cajón y, esta vez, mi estómago se contrajo. Un par de fotografías enmarcadas: una de Steve con su padre, ambos vestidos impecablemente, como si fueran de la realeza; otra, sorprendentemente, era de él con Carla en brazos, sonriendo. Aparté la mirada, porque no me gustaba ver la cara tan sonriente de Steve con Carla, y seguí buscando en otra mesilla.
Por fin encontré lo que buscaba en el primer cajón. Los documentos médicos de Viola. Los agarré con manos temblorosas, pasando las hojas rápidamente para confirmar que todo estaba allí. Vacunas, historial de consultas, diagnósticos… Pero entonces, entre los papeles, vi algo que no debería estar ahí. Un sobre.
Mi corazón dio un vuelco. ¿Qué es esto? Lo abrí con prisa y mis ojos se clavaron en el contenido. Un informe de la prueba de paternidad. Pero algo estaba mal. No era el que Steve me mostró. Mis ojos recorrieron las líneas con creciente horror. "Resultado: no es el padre."
El aire se me atascó en la garganta. Mi visión se nubló por un instante. ¿Cómo…? Sacudí la cabeza, intentando procesarlo. Esto no tenía sentido. Steve me enseñó otro informe, uno donde se confirmaba su paternidad. ¿Por qué tenía dos pruebas diferentes?
Mi estómago se contrajo con una mezcla de miedo y furia. ¿Por qué me mintió? ¿Por qué me hizo creer que Viola era su hija?
Quise respirar hondo, pero el aire me pesaba en los pulmones. Una idea me golpeó de lleno, helándome hasta los huesos.
"Si no es él, entonces… ¿quién?"
Mi mente se negó a completar la frase, pero el miedo lo hizo por mí. Entonces, como un trueno en mitad del silencio, recordé las palabras de Steve que las dijo en la discusión con su padre, en medio de la tensión y la rabia contenida. La frase que me pareció ambigua en su momento, pero que ahora adquiría un nuevo significado.
"Yo sé quién es el asesino… y sé quién es el padre."
Mi respiración se aceleró. ¿A qué se refería exactamente con eso? ¿Quién? ¿Su padre?
Escuché la puerta abrirse. Steve había vuelto.
—¿Qué es esto? ¿Por qué hiciste otra prueba de ADN? —pregunté, sujetando el documento con manos temblorosas y agitándolo frente a su rostro.
Steve dejó escapar un largo suspiro, pasó una mano por su cara y, con los hombros caídos, se dirigió hacia el sillón.
—Sabía que me arrepentiría de esto… —su voz sonaba cansada, rota—. Pero en aquel momento pensé…
—¿Pensaste que no querrías creerlo, que realmente eres el padre de Viola? —lo interrumpí, incapaz de contenerme—. ¿Estabas buscando una manera de deshacerte de nosotras?
—¡No! —exclamó con fuerza, casi con furia—. Al contrario. Tenía miedo de que tú te fueras.
#222 en Otros
#46 en Acción
#716 en Novela romántica
hermanas gemelas, secretos del pasado y mentiras, amor entriga peligro
Editado: 09.03.2025