Irene.
Pensé que estaría lista para ver ese vídeo. Steve intentó disuadirme, advirtiéndome con una mirada llena de preocupación, pero yo necesitaba verlo. Necesitaba enfrentar la verdad, por más dolorosa que fuera. Sin embargo, nada podría haberme preparado para lo que vi.
En la pantalla, mi hermana apareció de repente, caminando distraída por la calle. Llevaba ese vestido azul que tanto le gustaba. Y entonces, el coche apareció en escena. No hubo frenada, ni vacilación. Solo un movimiento rápido, calculado, como si fuera un depredador acechando a su presa. El impacto fue brutal. Carla cayó al suelo como un muñeco roto, su cuerpo inerte bajo las frías luces de la calle.
Pero lo que más me heló el alma fue ver al conductor. Aunque el vídeo era borroso, reconocí ese perfil, esa postura. Era el padre de Steve. El hombre que ahora amenazaba con quitarme a mi hija. El mismo que había arrebatado a mi hermana de este mundo.
—¿Qué clase de monstruo tienes que ser para hacer esto? —susurré, casi sin darme cuenta de que las palabras habían salido de mi boca. Levanté la vista y miré a Steve directamente, buscando en sus ojos alguna explicación, alguna justificación. Pero lo único que vi fue el reflejo de mi propio dolor.
Fue entonces cuando lo noté. El parecido físico entre Steve y su padre era innegable. La misma mandíbula fuerte, la misma mirada penetrante, incluso la forma en que fruncía el ceño cuando estaba preocupado. Una extraña sensación de disgusto se apoderó de mí, como si algo dentro de mí se rebelara ante esa conexión. ¿Cómo podía amar a alguien que llevaba en sus venas la sangre de un asesino?
—Eres hijo de un monstruo —dije, con una voz que apenas reconocí como mía—. Y Viola… Viola también es la hija de ese monstruo. —Las palabras salieron como un lamento, cargadas de una tristeza que no sabía que podía contener—. ¿Cómo puedo vivir con esto ahora? —No era una pregunta dirigida a Steve, sino a mí misma, a mi conciencia, a mi capacidad para seguir adelante—. ¿Cómo puedo ser una buena madre para una niña cuyo padre mató a su madre a sangre fría?
El silencio que siguió fue abrumador. Steve intentó acercarse. Me cogió por los hombros y me sacudió.
—Tú no eres así. Y Viola tampoco lo será. Ahora soy su padre. Los dos haremos que sea una buena chica. Punto.
Pero retrocedí instintivamente. No podía soportar su presencia en ese momento. Mi mente era un torbellino de emociones: ira, dolor, miedo y, sobre todo, una profunda sensación de traición.
—No puedo, —negué con la cabeza. —¿Cómo podía confiar en alguien que había escondido algo tan horrible? ¿Cómo podía proteger a Viola de un legado tan oscuro?
—Lamento mucho haberte contado todo esto de una vez —dijo, con una voz que temblaba bajo el peso de mis palabras—. Es una lástima que haya tenido que ser así. Quizás no debí haber hecho algunas cosas, o tal vez debí haber dicho otras antes. Pero es demasiado tarde para arrepentirme de lo que hice. Lo único que puedo hacer ahora es ser honesto contigo.
Steve se acercó a mí nuevamente, y esta vez me apretó los hombros con firmeza, como si intentara transmitirme algo que las palabras no podían expresar.
—Y si me preguntas por qué carajo necesitaba esto —dijo, con una intensidad que me hizo contener la respiración—, entonces recuerda lo que absolutamente no quieres ver ni oír: ¡Estoy enamorado de ti, Irene! No voy a perder la oportunidad de construir una relación y una familia contigo. Las relaciones no se pueden construir a distancia. No puedes abrirte a otra persona a través de una pantalla o de mensajes de texto. Debemos estar juntos. Debemos vivir juntos. Ya no tengo veinte años, y sé que enamorarse, como cualquier otra cosa, puede perder su brillo con el tiempo. Pero cada día estoy más convencido de que me gusta verte en mi casa. Me gusta jugar con Viola. Por primera vez en mi vida, me gusta correr a casa después del trabajo, porque sé que aquí estás tú.
Sus palabras resonaron en mi mente, pero no las entendí. O tal vez no quise entenderlas. Todo lo que había aprendido sobre él, sobre su padre, sobre el pasado que nos unía y nos separaba al mismo tiempo, había anulado cualquier posibilidad de normalidad entre nosotros. Ya no podía imaginar tomando un café juntos, riendo en un restaurante o cuidando a Viola como si fuéramos una familia normal. Cada vez que lo miraba, veía el reflejo de su padre, y eso me hacía dudar de todo.
—No soy tonto —continuó Steve, como si leyera mis pensamientos—. Entiendo que nuestra relación no está desarrollándose como debería. Sé que no he tenido la oportunidad de cortejarte como mereces, pero lo estoy intentando. Y lo que siento por ti es mucho más profundo y real de lo que crees. Ya sé quién eres realmente. Sé cómo te despiertas, qué tipo de madre y compañera eres. Veo tus hábitos, tus emociones, y entiendo cómo será mi vida a tu lado. Estoy seguro de que lo lograremos. Solo necesitas confiar un poco en mí y permitirme acercarme aún más.
Hizo una pausa, como si buscara las palabras correctas, y luego continuó con una voz más suave, pero igual de firme:
—Juntos, tú y yo, podemos criar a Viola para que sea una persona digna. Ya lo estamos haciendo, aunque cada uno a su manera. Tú y yo tenemos nuestra propia experiencia, aprendida de nuestros padres. Puede que no sepamos siempre qué es lo correcto o lo mejor, pero sabemos exactamente lo que no se debe hacer. Viola no es mi hija biológica, es mi hermana, pero estoy dispuesto a criarla y educarla contigo. No solo porque estoy enamorado de ti, sino porque me he encariñado con ella. Me he acostumbrado a su risa, a su curiosidad, a su forma de mirar el mundo. No quiero que se parezca ni un poquito a mi padre. Y estoy seguro de que podremos solucionarlo. Estoy seguro de que construiremos algo magnífico y fuerte...
Dudó por un momento, como si estuviera buscando la manera de expresar algo que aún no había dicho. Luego, con una mirada sincera y llena de determinación, añadió:
#222 en Otros
#46 en Acción
#716 en Novela romántica
hermanas gemelas, secretos del pasado y mentiras, amor entriga peligro
Editado: 09.03.2025