Un año ha pasado desde aquel día, doce meses que han sido un torbellino de emociones, decisiones difíciles y pequeños pasos hacia adelante. En todo ese tiempo, Steve ha sido mi apoyo incondicional, mi refugio en los momentos en los que sentía que todo se derrumbaba.
Superamos la enfermedad de Viola, un diagnóstico que me heló la sangre al escucharlo. Pero gracias a Steve encontré la fortaleza que creí perdida, y ahora nuestra hija está sana, creciendo feliz, sin las sombras del pasado acechándola.
No todos tuvieron la misma suerte. A mi madre le diagnosticaron demencia senil. Poco a poco, se fue perdiendo en los recuerdos de su infancia, quedando atrapada en un tiempo al que yo no podía alcanzarla. Ya no me reconocía. Ni siquiera recordaba a Carla. Y aunque pueda parecer cruel, decidí no visitarla en la residencia donde fue ingresada tras el juicio que León ganó. No quise aferrarme a una mujer que ya no existía.
El padre de Steve… esa herida aún no ha terminado de sanar. Dos meses después de que su crimen saliera a la luz, nos enteramos de su suicidio. No dejó cartas, ni explicaciones, ni despedidas. Solo un final abrupto para una vida marcada por la oscuridad. Steve no lloró cuando lo supo, pero cada vez que alguien mencionaba su nombre, veía cómo sus hombros se tensaban. Ni siquiera él pudo perdonarlo.
Tras el funeral, rompió todos los lazos con su familia. Rechazó la herencia y cualquier vínculo con la empresa de su padre. Fue su hermano, Oscar, quien tomó las riendas del negocio, alguien con quien Steve apenas tenía relación. Él quería dejar todo atrás, quería empezar de nuevo. Sospecho que lo hizo por mí.
Aceptar lo que sentía por Steve no fue fácil. Pasé toda mi vida protegiéndome del dolor, cerrando mi corazón a cualquier posibilidad de ser herida. Nunca había estado con un hombre antes, y abrirme a alguien de esa manera me aterraba. Pero Steve nunca me presionó. Fue paciente, comprensivo, y siempre supo cuándo darme espacio.
Una noche, mientras estábamos en el sofá después de acostar a Viola, me tomó la mano y me dijo con voz serena:
—No tienes que darme nada para lo que no estés lista. Solo quiero estar contigo, en lo bueno y en lo malo.
Sus palabras me desarmaron. En ese momento, supe que quería dar el siguiente paso. Fue un proceso lento, lleno de conversaciones honestas y momentos de vulnerabilidad. Pero con el tiempo, aprendí a confiar en él. La primera vez que estuvimos juntos, fue con ternura, con respeto. Steve me hizo sentir segura, me hizo sentir amada. Y eso, para mí, lo significó todo.
Después de aquella noche, me pidió que me casara con él. No con una promesa romántica ni con grandes discursos, sino con urgencia.
—Necesitamos arreglar los papeles de adopción de Viola. Quiero que todo esté en regla, sin más mentiras.
León se encargó de todo, y en poco tiempo, Viola fue oficialmente nuestra hija. Steve se convirtió en su padre. Y yo, su madre, con todas las reglas de la ley.
Hoy nuestra vida es algo que jamás imaginé posible. Steve no es solo mi marido, es mi compañero, mi mejor amigo. En nuestra casa no hay secretos ni silencios dolorosos, solo amor, risas y la certeza de que hemos dejado atrás el pasado. A veces, cuando veo a Steve y Viola jugar juntos en el salón, siento que mi corazón se llena de una calidez indescriptible. Se adoran el uno al otro, y es hermoso ver cómo han construido un lazo tan fuerte, tan puro.
El pasado sigue ahí, como una sombra que a veces nos visita en los momentos más inesperados. Nunca logramos descifrar la nota con la serie de números que Carla me dejó antes de morir, pero ya no nos importa. Aquel dinero no nos pertenecía, y tampoco le trajo felicidad a ella. Decidimos dejarlo estar.
Hemos aprendido a vivir con nuestras cicatrices, a usarlas como recordatorios de lo fuertes que somos. No sé qué nos deparará el futuro, pero sé que lo enfrentaremos juntos.
***
La casa estaba decorada con luces parpadeantes, guirnaldas y un gran árbol de Navidad adornado por todos nosotros y tenía un estilo “Casual” lleno de esferas brillantes, lazos y juguetes de Viola. El aroma a canela, chocolate caliente y galletas recién horneadas inundaba la cocina. Viola corría por el salón, riendo con el hijo mayor de Marie y William, sujetando su manita con entusiasmo mientras ambos intentaban colgar un adorno en las ramas más bajas del árbol. Aquel era un día especial: nuestra primera Navidad juntos como familia.
Desde la puerta de la cocina, observaba a Steve. Estaba peleando con el pavo relleno, tratando de cortarlo sin deshacerlo por completo. Fruncía el ceño con concentración, como si fuera la tarea más difícil del mundo. Llevaba puesto un delantal ridículo que yo había elegido en la tienda, con el dibujo de un dinosaurio sonriente y un gorro de Papá Noel torcido sobre la cabeza.
—Es para que te veas más serio —le dije cuando lo compramos. Y él se lo puso sin rechistar.
Eran esos pequeños detalles los que me hacían amarlo aún más. Su paciencia, su sentido del humor, su forma de cuidarnos sin esperar nada a cambio.
—¿Necesitas ayuda? —pregunté, acercándome a él y abrazando por la espalda.
—Solo si sabes cómo hacer que este pavo deje de resbalarse —respondió con una sonrisa de frustración cómica—. Tenías razón, debí haberlo dejado enfriar más.
Reí y tomé el cuchillo con cuidado, sujetando el pavo para ayudarlo a cortarlo en rebanadas perfectas. El aroma de la carne jugosa, mezclado con las especias y el relleno de manzana y nueces, llenaba la cocina con una calidez reconfortante. Sin embargo, noté algo diferente en Steve. Su expresión, siempre relajada, tenía un matiz de preocupación.
—Sabes, he estado pensando —dijo de repente, sin apartar la vista de las velas—. Creo que es hora de dejar el club. Ya no quiero que pases las noches sola.
Mis ojos se abrieron con sorpresa, pero él continuó:
—Estoy cambiando el negocio. Ahora será un hotel familiar. Y… bueno, eso significa menos dinero. ¿Crees que podremos arreglarnos con menos?
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hermanas gemelas, secretos del pasado y mentiras, amor entriga peligro
Editado: 09.03.2025