Laura se levantó en silencio, el estomago le dolía y sus piernas parecían romperse, avanzó hacia el edificio a paso temeroso, entraron y avanzaron a aquel pasillo de paredes bermellón, cristales manchados por el tiempo y persianas amarillentas, el aroma dulzón a libros viejos le mareó y siguió su camino.
Frente a ella se alzaba una puerta sencilla de caoba, rió para evitar llorar, en ella no se encontraba sino el espacio que alguna vez ocupó la placa con el nombre de su mejor amigo, la acarició con cariño mientras que Mariana la tomaba por el hombro con una cálida sonrisa.
-¿Te he dicho que la comisuras te traicionan?- La pregunta fue hecha más bien para distraer la atención de Laura quien por su parte devolvió el gesto con los ojos ya cristalizados.
Al entrar, lejos de ser recibidos por una polvareda intensa se encontraron con una ofcina limpia y por sobre todo ordenada, tal y como la última vez que Laura estuviera allí, la joven se mantuvo ahí estática con un dolor extremo en el pecho, ahí estuvo por última vez su amigo, ahí lo encontró su hermano, en esa oficina pasaban tantas cosas, el sol la deslumbraba, a paso presuroso y tembloroso se aletargó en la silla tras el escritorio, un envolvente calor la abrumó y un terrible mareo le impedía abrir los ojos, la respiración se le volvió pesada, los musculos le dolían y una desagradable acidez le quemó la garganta.
-¿Qué tienes?- Benjamín se acercó lento a su amiga, Mariana por su parte revisaba los libros y carpetas en busca de la nota.
Laura no respondió, se la veía mal, sus amigos intentaron ayudarla a levantarse, pero de un momento a otro las piernas le dejaron de responder, se tensaron de manera impresionante para seguidamente desplomarse temblando violentamente, de la boca le escurría espuma. En su desesperación la pareja levantó su cabeza e intentaron cargarla.
-Así no- exclamó una voz desde el otro lado del umbral.
Mariana soltó un pequeño grito y Benjamin se sobresaltó levemente ante la mujer frente a ellos, Ana, la principal dueña de la joyería no solo era la madre de Sela sino el mayor apoyo de Laura, para la mujer ella era como otra hija,
Desde que los muchachos se conocieron Ana la recibió en sus vidas con cariño y calor, sus demás hijos y esposo lo hicieron también, tras internar a su hijo medio Laura fue la primera en saberlo, cuando Laura sufrió el accidente Ana fue quien la llevó a rehabilitación, porque si, Laura había salido de la casa de sus padres corriendo esa noche, su poca atención a la calle y la desesperación que el perder a su amigo le traía no la dejaron ver al motociclista que la por poco la golpearía, tal era la importancia del muchacho en su vida.
-Si la tienen así se puede tragar la saliva- No demoró mucho más en hablar pues en un par de zancadas ya estaba junto a la mujer inconsciente, le dió soltura a su camisa y giró su cuerpo a un costado, contó rogando porque pasara a poco tiempo, y finalmente las convulsiones empezaron a calmarse. Laura tenía epilepsia, ese no era secreto para nadie y si alguien sabía tratar la situación era Ana.
-Llévensela, iré a verla después- Benjamín y su novia solo asintiéron y se llevaron a la desorientada joven.
Iban casi en la salída cuando Mariana se detúvo en seco y dándole todo el peso de su amiga a Benjamín -Esperame aquí- Dijo antes de correr de regreso donde Ana aún se alejaba.
-¡Señora Kavanagh!- gritó, la mujer se volteó con calma
-Mande
-Necesitamos encontrar algo en la oficina de Sela, ¿me permite dar un último vistazo?- la mujer la miró unos segundos mordiendose el labio y como buscando una respuesta en el techo.
-Mañana regresen, si aún está ahí perfecto, Laura te necesita.
-Gracias- Contestó solamente y se retiró, tomaron el autobus y volvieron al apartamento de su amiga.
Por otra parte, Ana redirigió sus pasos a la oficina de Sela, se sentó donde antes lo había hecho Laura, suspiró y abrió la pequeña nevera bajo el escritorio, allí habían biberones, todos con leche ya podrida, usual, no había movido nada de ese lugar, esperaba que su hijo puediese volver a el, todos con leche en mal estado y maloliente, todos excepto uno, raro, la mujer lo tomó y en había un papel perfectamente doblado, lo abrió y al leerlo identificó cierta perfecta caligrafía.
-Mierda...