Creído Zeus

¡Imbécil sin frenos!

POV Dahana.

¿Eres de las que van al súper y terminan comprando todo menos lo que habían enlistado comprar en un principio?


Pues hola... ¡Bienvenida al club!

Y como aún soy una mantenida que se sustenta económicamente gracias a la generosidad de sus padres. Puedo imaginarme los reclamos de mi querida madre cuando llegue a casa con el recibo.

¿Pero qué se supone que debía hacer si se me antojó seis paquetes de galletas rellenas de chocolates, un bizcocho de chocolate decorado con chispas de chocolates, un envase de Nutella, dulces hechos con chocolates y un shampoo de baño con olor a chocolate?

Si. Disfruto deleitarme lo máximo posible del chocolate y no. No soy obesa ni tengo kilos de más, gracias a mi buen metabolismo genético.

Le echo un vistazo al reloj que rodea mi muñeca para darme cuenta que son las 11:30 pm, lo cual puede traducirse de una sola manera "van a matarme, por llegar tarde"

De hecho. ¿Cómo carajos llegaré a casa cuándo ni siquiera recuerdo la dirección?

No se sorprendan, amigos. Solo soy yo hablando sola por la calle mientras camino hundida en mis pensamientos.

Suelo hacer eso naturalmente, pese a que otros insistan en asociarme con alguna clase de demencia o algo similar.

La noche es bastante iluminada, el tráfico es caótico... debo admitir que esta ciudad tiene su encanto.

Mi estómago cae en la tentación del dulce aroma que desprenden las bolsas en mis manos, lo complazco deteniendo mis pasos en la acera, sacando uno de los bombones que prometen ser deliciosos, trato de sostener las bolsas con una sola mano, apoyándolas contra mi costado ya que, con mi otra mano trato de abrir el plástico que cubre el bombón y...

¡BUM!

—¡Santa cebolla! ¿Qué fue eso?

Me encuentro pasmada e incrédula frente a lo que acaba de suceder.

Una no puede caminar en paz en este mundo sin que aparezca un loco salido del carajo de las locuras, estrellando la moto que conducía contra mí y por consiguiente terminé adornando el piso en una caída.
 

¡Oh no!

 

¡Mis chocolates!

 

Puedo divisarlos rodando por el asfalto, un coche pasó y aplastó uno. ¡Auch! Es el sonido de mi corazón volviéndose añicos.

 

—¡Jodida mierda! —el asesino de mis chocolates maldice tratando de levantar la moto. Un señor que circulaba por la calle, se detiene ante la situación y lo ayuda. —Mierda, ehm... lo siento, bonita. —creo que me está hablando a mí.
 

Yo solo tengo ojos para observar a mis amores siendo destruidos. Una moto acaba de aplastar otro paquete. Y mi bizcocho ¡Santa cebolla! ¡Quedó aplastado alimentando el piso!

 

Duele. Duele como el carajo no haber podido saborearlo.

 

—¡Oye nena! ¿¡Estás bien!? —su grito me devuelve a la realidad.

Se encuentra inclinado hacia mí para poder extenderme su asesina mano. ¿Cómo es posible que solo tenga un rasguño bajo el ojo derecho? ¿Porqué carajos no se rompió un pie?

—Ehmm... estoy bien. —digo esquivando su mano y levantándome del piso como puedo. Él señor que lo ayudó con la moto se aproxima a ayudarme para luego marcharse.

—Enserio lo siento, bonita. Aunque... —se detiene al recorrerme con la mirada para luego emitir: —No tan bonita si te vistes con ropa de tu abuela. —me brinda una sonrisa ladeada con aire de superioridad.
 

—¿Tienes la dirección? —le pregunto con seriedad.
 

—¿La dirección? —repite confuso pero es hábil y agrega lo siguiente. —Sé que soy muy sexy y la fantasía de todas, por eso trato de ser un tipo generoso en brindarles un poco de mi sagrada atención, pero me has dejado una duda nena. ¿Quieres la dirección de mi casa o del hotel dónde llevo a todas?

—Permíteme aclararme, señor "sexy fantasía de todas"  —emito puramente sarcástica. —Necesito la dirección del manicomio dónde escapaste para que vuelvan a reclutarte por imbécil.

Mis palabras lo desconcertaron o quizás fue mi franqueza. Suspira humedeciendo sus labios con la lengua sin apartar sus avellanas pupilas penetrantes sobre mis oscuras pupilas iracundas.

—A ver, Lucas ¿Es enserio qué estás preocupada por ésta cuando acabas de estropear mi elegante blusa de marca? —dice una chillona voz irritante detrás de él.

Él gira la cabeza hacia ella, permitiéndome observar a una magistral rubia enfadada, poniéndose de pie descalza mientras limpia con una mano su "elegante blusa de marca".

—No es gran cosa, Débora. Usa mi tarjeta y cómprate 50 otras blusas si quieres.

Con que Débora... Sus padres si que supieron escoger muy bien el nombre.

—Aww, bizcochito... me duele todo el cuerpo.

—No me llames así, tonta. —la amonesta mientras le extiende una mano, ella iba a tomarla para colocarse a su lado cuando sus ojos recaen sobre sus manos y se alarma.

—¡Demonios! ¡Mis uñas! —exclama horrorizada.

—Vamos tonta, deja el drama.

—¡Mi carísima manicura francesa, ay no!

—Estarás bien, solo es una uña.

—¡Una sola que no esté bien, daña a todas las demás! —argumenta chillando.

—Genial. —murmuro fatigada ante sus exageraciones de rubia sensual preocupada por el declive de su figura escultural. —¿Quién de ustedes me va a pagar los chocolates?
 

El chico sonríe ante mi pregunta.
 

—¿Casi mueres y solo te importan unos jodidos dulces?

—¿Qué te digo? Es cuestión de prioridades, imbécil. —me encojo de hombros sonriéndole falsamente.

—Unos dulces con sabor a mierda, por cierto. —remarca.

—Oh, no sabía que habías probado mierda para saber a qué sabe. —comento contraatacándolo.

No puede venir y decir que el chocolate sabe a mierda y esperar que me quede de brazos cruzados. Definitivamente es un imbécil. Ni buenos gustos tiene.
 

—¡Oh mierda, no encuentro mis tacones! —chilla la rubia, buscando supongo que lo dicho.


 

—Tranquila mujer, agradece que nuestros hermosos cuerpos siguen en sus debidos lugares. —señala el otro idiota superficial.




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