Hijo,
Si la sobreprotección es la armadura de mi miedo, las expectativas son el peor peso que un padre puede poner sobre la espalda de su hijo.
Existe una inercia peligrosa en la paternidad, un susurro constante que nos dice que debemos usar a nuestros hijos como la extensión gloriosa de lo que no pudimos ser. Existen padres, y quizás los conozcas, que ven en sus hijos un proyecto. Proyectan al "futuro doctor," al "brillante abogado," a la "persona de éxito" según las normas inamovibles de la sociedad. Es un impulso casi irresistible para ellos, una manera retorcida de buscar la validación de sus propias vidas. Piensan: "Si él llega a lo más alto, yo habré triunfado."
Quiero que sepas que esa no es mi forma de quererte.
Mi visión de ti nunca estuvo enmarcada por un título profesional o por un saldo bancario. Nunca quise que vieras en mí la sombra que te dijera qué profesión elegir, cómo vestirte o con quién compartir tu vida. Mi deseo no es que tú hagas lo que yo no hice, sino que hagas lo que te haga vibrar el alma. Quiero que descubras ese propósito que te hace despertar con una sonrisa, aunque no sea el propósito que el mundo espera.
Pero aquí está mi confesión más vulnerable: a pesar de mi intento consciente de liberarte de ese peso, a veces las expectativas se cuelan. Se manifiestan en un tono de voz inoportuno, en una pregunta insistente sobre tu futuro, o en un consejo que sonó más a mandato que a sugerencia. Si alguna vez has sentido ese peso, te pido perdón de corazón. Perdón por las veces que mi miedo a que tropieces en el futuro fue más fuerte que mi fe en tu capacidad para levantarte.
La verdad es que, al forzarte a cargar mis sueños o los de la sociedad, estaría robándote el espacio para cultivar los tuyos. Estaría pidiéndote que vivieras una vida prestada. Yo he chocado contra esa pared de cristal de las expectativas, y el dolor no es digno de ser heredado.
Si un día llegas a lo más alto en el sentido que sea, quiero que sea porque tú lo elegiste, porque es tu pasión, no porque sentiste la obligación de hacerlo por mí. Verte feliz, siendo la persona que quieres ser, me hace inmensamente feliz.
Mi única expectativa que tengo derecho a poner sobre ti es esta: que seas felizmente tú. No viniste a esta vida a ser mi segunda oportunidad. Viniste a ser tu primera y única oportunidad. Mi único trabajo es verte crecer grande y fuerte, sí, pero sin el peso de las expectativas. Que seas feliz, hijo. Que te sientas bien contigo mismo. Ese es mi verdadero y único objetivo, y te lo prometo, con eso me basta.