Justo cuando Henry Cavill iba a besarme, el tono de mi celular me sacó del sueño.
Por alguna razón que desconocía, desperté con mi cara pegada contra la alfombra de mi sala de estar. No tenía sentido dormir en el suelo, pero no pensé mucho en ello ya que me dolía la cabeza y el tono de la llamada seguía insistente
La sala estaba helada así que me abracé a la única prenda que llevaba puesta, una camisa blanca que me quedaba demasiado grande y debajo de ella mi ropa interior.
A duras penas, seguí el sonido hasta mi sofá, donde tuve que enfrentarme con un laberinto de cojines hasta que por fin encontré el dispositivo. Pero el breve sentimiento de victoria de haberlo encontrado se esfumó cuando vi de quien se trataba.
Mamá.
—¿Hola? —Mi voz sonó ronca.
Mamá y yo sólo nos hablábamos los domingos. Eran conversaciones de quince minutos que se resumían en: Hola, estoy bien, no pienso renunciar a mi trabajo, adiós.
Por lo que una llamada de ella fuera de nuestra rutina sólo podía significar dos cosas: la primera era que tomé tanto el viernes que dormí durante todo el sábado y ahora era domingo. La segunda, es que algo muy malo había pasado.
—Areli Antonia Luna, ¿podrías explicarme el video que me enviaste en la madrugada?
Ay no, me llamó por mi segundo nombre.
—La verdad no entiendo nada —la puse en alta voz para revisar nuestra conversación— estoy buscando pero.. Oh, vaya.
Le había enviado un video a mi madre de cinco segundos, donde yo estaba visiblemente borracha, recostada en una camilla y recibiendo un tatuaje en la cadera.
Mi primera reacción fue mirar hacia ese lugar en mi cadera, así que haciendo a un lado la camisa y removiendo el elástico de mis pantis lo encontré. Era un tatuaje bastante pequeño que ponía "mamá" en letra cursiva.
Me quería morir.
—Te agendé una cita con la doctora para que te quite eso, debes venir a casa cuanto antes —dijo con un tono bastante autoritario—. Sabía que esto pasaría tarde o temprano, es más que obvio que no puedes seguir viviendo sola en esa ciudad.
Con los regaños de mi madre en alta voz di vueltas en mi lugar pensando lo que acababa de pasar. No quería aceptar que tendría un recordatorio de mi progenitora en mis caderas por siempre, así que se me ocurrió que tal vez fuera un tatuaje temporal que podría retirar tallando mucho con una esponja.
Si, eso sonaba como algo coherente.
Mamá siguió desahogándose y recordándome el fracaso de persona que yo era mientras yo me dirigía a mi habitación.
Cuando abrí la puerta me detuve en seco con lo que encontré.
—Areli, ¿estás escuchando?
No, no estaba escuchando porque en mi cama durmiendo un hombre. Y no cualquier hombre.
Liam Rodríguez.
Liam, con el pecho al descubierto y un gorrito rosa de vaquera en la cabeza.
No sé que pasó, pero estaba claro que podía hacerme una idea. Ambos estábamos semi desnudos, yo no me encontraba en mis cinco sentidos y a juzgar por las sabanas revoleteadas y el gorrito de vaquera rosa... parece que alguien tuvo una buena cabalgata anoche.
Creo que ese alguien era yo.
—Mamá, te hablo después —dije atónita—. Creo que me acosté con mi jefe.
Al escuchar su jadeo del otro lado de la línea, entendí que lo que había dicho era una estupidez. Así que para evitar el tremendo sermón que se avecinaba; cerré la llamada, apagué el teléfono y sólo por si acaso, retiré la tarjeta SIM.
Un problema menos. Ahora quedaba el otro.
Ahora tenía al idiota de mi jefe en mi cama y necesitaba despertarlo. Así que con cuidado me acerqué a él de puntillas, hasta llegar a su lado y constatar que efectivamente, era real y estaba aquí, en mi cama.
Se veía demasiado cómodo. Creo que ni siquiera yo había dormido tan plácidamente en los casi cuatro años que tenía en este diminuto departamento. Me entró envidia.
Tiré de las sabanas hasta hacerlo caer.
—¡Ah! —gritó.
Cuando tocó al suelo, parpadeó varias veces y yo me quedé allí a su lado esperando por una explicación. Quería ver como la culpa lo carcomía, pero en realidad eso nunca pasó. En lugar de eso miró a su alrededor asustado y por ultimo me miró.
Primero a mi cara, luego a mi cuerpo. Maldición, traía su camisa.
—¿Dónde estamos?— Pasó la mirada por mis cosas, y otra vez a mi. —¿Me violaste?
—Lo mismo iba a preguntar —respondí ofendida.
El murmuró un par de maldiciones, aun con el cuerpo contra el suelo. Las sabanas estaban enrolladas contra él, pero a juzgar por lo poco que pude ver traía el bóxer debajo.
—Vas a disculparme pero no tengo idea de lo que pasó anoche —empezó diciendo frustrado— ¿podrías iluminarme?
Él no se acordaba de nada, y a mi me entró el pánico.
—Y-yo tampoco recuerdo —dije con los ojos muy abiertos.
Mamá tenía razón. Mi vida de mujer adulta era una vergüenza tras otra. Tan solo unos cuantos tragos y termino tatuada, con una resaca terrible y mi peor enemigo entre mis sabanas. Creo que también olía a vomito pero eso era lo de menos.
—¿Por qué tengo un gorro de vaquera rosa?
—!Yo que sé! —respondí frustrada a punto de llorar.
Pero mis lamentos se quedaron a mitad de mi garganta cuando el retiró su gorro y entonces vi su cabeza. Tenía un mechón teñido de blanco.
Abrí la boca por la sorpresa, al parecer no fui la única que modificó su apariencia.
—¿Que?
—Deberías revisarte —le dije y rebusqué detrás de mí, en mi tocador hasta que encontré un polvo compacto con espejo—. Viéndolo del lado bueno, no te queda tan mal.
Liam aceptó el polvo compacto y su reacción fue muy graciosa. Creo que nunca lo había visto así de descuidado, con la situación a su alrededor fuera de su control.
Ahogué una risa que lo hizo fulminarme con la mirada.
Hubiese querido capturar ese momento pero mi teléfono se apagó. Aun así, se me ocurrió una idea con la cual podríamos averiguar que pasó anoche.