Puede que me haya salido con la mía el fin de semana, pero el lunes por la mañana Liam se ocupó de recordarme mi posición.
Apenas eran las diez y ya mi escritorio estaba saturado con expedientes. Tenía sentencias por analizar, libros por subrayar y miles de notas adhesivas por pegar.
De algún modo había logrado terminar la mayor parte del trabajo, pero cuando lo entregué, a Liam se le ocurrió que debía traducir un capítulo de un libro que estaba en francés y enviarle un análisis.
¡Yo ni sabía francés!
Lo único que se me ocurrió fue utilizar el traductor de google, por lo cual llevaba más de una hora tecleando frases una por una.
—Cielos Eliza, esto luce como explotación laboral —observó Mónica mirando la pila de papeles en mi escritorio.
¿Recuerdan que dije que yo estaba cubriendo el puesto de una chica por un año?
Pues esa chica se llamaba Eliza y la primera semana de trabajo todos me llamaron por su nombre por error. Ya tres meses después, Mónica y algunos de mis compañeros más cercanos seguían llamándome así sólo por joder.
—Es probable que lo sea.
La morena acomodó sus lentes púrpuras al ver el estado en que me encontraba. Con un dedo, acarició las tiras de colores que resaltaban de entre los expedientes.
—Aún no sé cómo es que funciona ese sistema de colores que te obligó a aprender.
—Oh, es sencillo. Rojo significa que debe ser trabajado cuanto antes, amarillo que nos faltan datos y azul que estamos en espera de decisión del juez.
Ella alzó una ceja.
—¿Y las de color rosa?
—Cada vez que tengo ganas de decirle una mala palabra pongo una rosa —me encogí de hombros—. Así sabe que lo estoy insultando en mi mente, pero no tiene pruebas suficientes para que recursos humanos me llame la atención.
Ella me miró demasiado seria.
—Eliza, ¿estás consciente de que estás perdiendo la cabeza?
Pues sí, pero sentía que me lo merecía.
Chantajearlo fue algo muy sucio y lo aceptaba. Sin embargo lo que le hice era algo que no podía compartir con Mónica o nadie de la oficina porque lo habíamos acordado y yo era alguien de cumplir mi palabra.
—Moni cariño, agradezco tu preocupación pero a menos que sepas francés me temo que estoy ocu-
—Te traigo un chisme.
Me volví incrédula. Sus labios dibujaron una sonrisa.
—Cuenta. Ahora —ordené.
Ella se apoyó sobre mi escritorio, y con cuidado de hablar bajo empezó contando:
—Esta mañana al pasar por recepción, escuché a Fernanda invitar a Liam a una cita.
—¿Qué? —dije con la boca muy abierta.
Fernanda era una de las tres recepcionistas de nuestro departamento. De cariño les decíamos las barbies.
Ellas tenían todo a su favor para comportarse como Regina George; eran bellas, altas y muy rubias. Pero muy por el contrario, eran niñas muy agradables que cuando me sonreían al llegar al trabajo todas las mañanas, me hacían sentir que tendría un buen día. Además de que daban muy buenas recomendaciones sobre maquillaje barato y me recordaban retocarme el bloqueador solar todos los días.
El hecho de que Fernanda invitara a Liam me tomó por sorpresa, era algo que no me encajaba.
¿Cómo una persona tan linda se fijaría en un pedazo de basura?
—Al parecer, Fernanda se divirtió mucho con el espectáculo que él montó en la fiesta del viernes y se le antojó conocerlo más. Pero el idiota de tu jefe se puso raro y se fue sin decirle nada.
Aquí es donde palidecí.
Fernanda y al parecer Mónica recordaban lo que pasó esa noche, pero Liam y yo no.
No le dije nada al respecto porque no tenía interés de que mis amistades se dieran cuenta de que había bebido hasta la inconsciencia, porque eso llevaría a hacer preguntas y se daría cuenta de que terminé con Liam en mi casa.
No, gracias.
—Si, si, ese Liam es todo un demente —dije tratando de sonar convincente—. ¿Sabes que parte del "espectáculo" le interesó más a Fernanda?
Mónica sonriente sacó su teléfono de sus bolsillos y me enseñó dos videos de aproximadamente quince segundos.
En el primero se enfocaba a Liam con un micrófono. Estaba en una especie de karaoke decorado con un estilo del viejo oeste y cantaba A esa del dúo Pimpinela.
Ver a mi jefe cantar una canción noventera que era amada por señoras despechadas era lo mejor que me había pasado en mucho tiempo.
Se veía muy divertido y cantaba con cierto dramatismo que le daba un buen toque, como si de verdad estuviera sintiendo cada una de las palabras de la canción. Su voz no era para nada mala, hasta ese momento no tenía idea de que él pudiera cantar tan bien.
Después, Mónica puso el otro video y mi sonrisa cesó.
Liam en la misma posición, pero ahora yo estaba a su lado con el sombrero de vaquera rosa en mi cabeza y le hacía los coros de la canción Dancing queen de ABBA. Él con micrófono en mano y yo pues... con una botella de Jack Daniels en lugar de micrófono.
Esto se veía muy mal.
—¿Cuál crees que cautivó a Fernanda? ¿ABBA o Pimpinela? —cuestionó mi amiga muy divertida en todo el asunto.
Quería morirme de la vergüenza. Sea lo que sea que pasó en esa noche no era normal, nunca me había pasado nada así.
¿Qué tal si no me hubiera podido salir sana y salva esa noche?
Sólo pensar que alguien pudo aprovecharse de mí en ese estado, provocó un escalofrío en toda mi espina dorsal.
Tenía que llegar al fondo de esto.
—Creo que ABBA, los suecos siempre encuentran su forma de llegar al corazón de todos —dije tratando de sonar relajada con toda la situación—. Oye Moni, si te preguntara quién crees que fue la persona más sobria toda la fiesta ¿Quién sería?
Por fortuna, mi amiga no tuvo que pensárselo mucho ya que tenía la respuesta en la punta de la lengua:
—Chris.
Se que anteriormente había dicho que los que trabajan del lado de la oscuridad (los abogados) son todos unos mandones, fríos y antipáticos, pero había una excepción.