Una fría tarde de invierno, mientras los habitantes del pueblo volvían a casa tras la larga jornada de trabajo, Isabel caminaba con paso apresurado hacia la iglesia, con la esperanza de encontrar allí al padre Artemas. Este solía permanecer en aquel lugar hasta tarde, rezando y asegurándose de que todo se hallara inmaculado.
La mujer, con la frente perlada de sudor y la respiración entrecortada, tocó la puerta del edificio repetidas veces, pidiéndole a Dios que alguien la escuchara.
—¿Quién anda ahí? —inquirió una voz desde el interior de la iglesia.
—Soy Isabel, padre —replicó ella—. Necesito su ayuda con urgencia.
Casi de inmediato, la mujer oyó el rechinido de la puerta y vio la silueta anciana del sacerdote asomándose a través de ella.
—Dime, ¿cómo puedo ayudarte?
—Es mi esposo, Caspar —dijo Isabel—. Lleva días comportándose de manera extraña y ya no puedo pasarlo por alto. Temo que sea obra del maligno.
—¿Qué te hace pensar eso, hija?
—Ha dejado de hablar por completo y solamente gruñe. Se arrastra por el suelo, sus ojos se han vuelto rojizos, y hoy lo sorprendí intentando dibujar símbolos extraños en el medio de la casa.
Al escuchar esto, los ojos del sacerdote se abrieron con preocupación.
—¿Qué tipo de símbolos dibujaba?
—No pude identificarlos. Uno parecía un triángulo con una estrella invertida en el centro, pero lo borré antes de que pudiese terminarlo —explicó la mujer y el cura se apresuró a hacer la señal de la cruz.
—Que Dios nos proteja —murmuró—. Iré contigo, esto es peor de lo que esperaba.
—¿A qué se refiere?
—Hace dos semanas hubo un caso similar en un pueblo vecino. Un niño tuvo los mismos síntomas y sus padres no le prestaron mucha atención hasta que fue demasiado tarde —contestó el hombre mientras caminaban a casa de Isabel—. Una entidad maligna se apoderó de él, y cuando finalmente se dieron cuenta, esa cosa trajo a más de los suyos para poseer a los demás habitantes del lugar. Ahora es considerada una zona intransitable.
—Jamás imaginé que fuera tan grave —masculló ella.
—Nunca subestimes el poder del maligno, siempre puede ser mucho peor de lo que te imaginas.
Tras una breve caminata, ambos llegaron a su destino y la mujer se dirigió a la puerta de su casa, solo para darse cuenta de que había sido cerrada por dentro.
—Caspar, déjame entrar, por favor —suplicó, golpeando con fuerza—. Me estás asustando.
—No tiene caso, lo que sea que está dentro de la casa no es tu esposo —dijo el padre Artemas—. Debemos encontrar otra manera de entrar.
—Por acá —indicó Isabel, guiándolo hacia la puerta trasera que, por suerte, se encontraba abierta.
Ambos entraron con rapidez, y sintieron un nudo en el estómago al darse cuenta de lo que estaba sucediendo. El cuerpo de Caspar se retorcía violentamente en el suelo, al mismo tiempo que decenas de criaturas amorfas y con múltiples ojos emergían de un triángulo rojo dibujado en el medio del lugar.
—Oh, señor Jesús, están aquí —exclamó el sacerdote horrorizado.
—¿Qué son esas cosas, padre? —preguntó la mujer, retrocediendo lentamente.
—Son las criaturas del mal, y vienen por nosotros.
Y tan pronto como el cura hubo terminado la frase, aquellos seres se abalanzaron sobre ellos. Comenzando así la masacre.
Fin.