La niebla parecía densificarse a cada segundo, formando un muro espeso que envolvía el claro y ocultaba cualquier rastro de luz. Isabella y el hombre lobo se miraban, sin moverse, como dos bestias a punto de lanzarse en un duelo mortal. Un silencio pesado caía sobre ellos, roto solo por el susurro de las sombras que danzaban alrededor de la vampira.
Isabella, aún sin apartar su penetrante mirada amarilla del licántropo, sintió una extraña pulsación en su pecho. Algo desconocido, un vestigio de emoción olvidada, de lo que alguna vez fue humana. Aquella sensación la desconcertó, pero no la dejó perder el control. Se había acostumbrado a tener el poder, a ser la cazadora, y jamás dejaría que nadie viera una debilidad en ella.
—Dime tu nombre, licántropo —demandó con voz helada, manteniendo su postura segura.
Él la miró durante unos segundos antes de responder, sus ojos dorados brillaban con la intensidad de quien no teme.
—Liam —respondió simplemente. Su voz era profunda, un gruñido contenido que resonaba en el claro, como si la tierra misma temblara al escucharlo.
Isabella asintió, procesando el nombre. Le parecía extraño que este lobo, a diferencia de otros, mostrara tal calma frente a ella. Su instinto le gritaba que este no era un enemigo común, y quizás eso la impulsaba a detenerse antes de desatar su poder. Quería entender qué lo hacía tan distinto.
—¿Por qué has venido, Liam? No puedes pensar en serio que tienes una oportunidad de vencerme —lo desafió, mientras una media sonrisa arrogante se dibujaba en sus labios.
Liam observó sus movimientos, estudiándola, y por un instante pareció que estaba decidiendo qué decir. Finalmente, respiró hondo, como si el aire frío del bosque le diera fuerzas para las palabras que siguieron.
—He venido porque tú eres la razón de nuestro sufrimiento. —Sus ojos brillaron con rabia contenida. —Los licántropos vivimos bajo tu sombra, Isabella. Nos cazas, nos eliminas, y no tenemos libertad mientras tú existas.
Isabella entrecerró los ojos, sorprendida de escuchar aquello. Su sonrisa se desvaneció lentamente, y una chispa de curiosidad se encendió en su mirada. Jamás se había preocupado por el destino de los licántropos, ni les había dado más importancia que la de ser una amenaza ocasional o un obstáculo que se deshacía con facilidad. Pero Liam hablaba con un fervor, con una pasión que rayaba en la desesperación. Era como si cargara el peso de toda su especie.
—¿Libertad? —repitió ella en tono burlón—. No he conocido a un lobo que hable de eso. Siempre he pensado que solo conocían el instinto y la fuerza bruta.
Liam esbozó una sonrisa amarga, pero no respondió a su provocación. En cambio, dio un paso más hacia ella, y la niebla alrededor pareció disiparse un poco, revelando su figura musculosa y la tensión en sus músculos. Cada paso que daba hacia ella era una muestra de desafío.
—Quizás ese sea tu problema, vampira. Crees que nos conoces, pero no sabes nada de nosotros. Nos ves como criaturas inferiores, como si no mereciéramos la misma oportunidad de existir en libertad. —Su voz resonó con un tono profundo, y por un instante Isabella sintió un leve escalofrío.
La seguridad de la vampira pareció tambalearse por un instante. Había algo en sus palabras que la descolocaba, como si aquel lobo estuviera desenterrando verdades que ella no había querido considerar. Isabella se burlaba de la idea de libertad, de empatía… eran conceptos que había dejado atrás hacía siglos. Y, sin embargo, Liam parecía hablar desde un lugar más profundo, despertando emociones que no estaba acostumbrada a sentir.
—¿Y qué pretendes hacer, Liam? —preguntó finalmente, dejando caer cualquier rastro de burla en su voz—. ¿Morir aquí para demostrar algún tipo de valentía inútil?
Liam soltó una risa breve, irónica.
—Quizás eso era lo que pensaba… hasta que te vi. —Sus palabras fueron suaves, y por primera vez Isabella notó una chispa de vulnerabilidad en su mirada dorada.
Un silencio incómodo cayó entre ambos. La niebla se movía alrededor de ellos como si respondiera a la tensión que crecía en el ambiente. Isabella sintió algo dentro de sí revolverse, una punzada de curiosidad mezclada con una atracción que no comprendía. Él era su enemigo, un licántropo más… y sin embargo, el brillo en sus ojos parecía conectar con algo profundo en su propia naturaleza, algo que había intentado enterrar.
—¿Hasta que me viste? —repitió, tratando de mantener la voz neutral, aunque una chispa de inquietud vibraba en su pecho.
Liam asintió, sus ojos dorados estudiándola con intensidad. Había en su mirada un deseo de comprensión, un anhelo que iba más allá de la violencia o el odio. No era la simple intención de eliminarla; había algo más, algo que resonaba en la conexión que ambos parecían sentir.
—Tal vez no vine solo para destruirte, Isabella. Quizás busco algo más, algo que tú misma podrías querer.
Isabella lo miró, tratando de encontrar algún engaño en su mirada, pero no encontró nada más que honestidad. Había esperado una lucha, una explosión de furia y violencia. Pero lo que encontraba era una confrontación que iba más allá de la simple supervivencia. Un hombre lobo que hablaba de libertad, de un propósito más allá del conflicto eterno entre vampiros y licántropos. Algo dentro de ella comenzó a quebrarse.
Apretó los labios, intentando retomar el control.
—Este juego que propones es peligroso, Liam. Más peligroso de lo que te imaginas. —Su tono era frío, pero una parte de ella no podía evitar sentirse atraída por la posibilidad de romper su propio ciclo de oscuridad, por explorar aquella conexión que ambos sentían y que se había despertado como un instinto incontrolable.
Liam se mantuvo en silencio, su mirada nunca apartándose de la suya. Al final, fue él quien dio un paso hacia atrás, quizás comprendiendo que no podía forzarla a entender algo para lo que aún no estaba lista. Pero en su expresión, Isabella percibió la promesa de que este encuentro no sería el último.
Editado: 12.11.2024