Isabella recorrió el bosque en silencio, sumida en pensamientos confusos. Aunque había prometido no dejarse afectar por Liam, algo en él había dejado una huella inesperada en su mente. Las palabras del licántropo resonaban una y otra vez: *“No somos tan distintos como piensas.”* A lo largo de los siglos, ningún enemigo se había atrevido a insinuar semejante cosa. ¿Acaso podría haber algo de verdad en sus palabras? ¿Era posible que compartieran algo, alguna conexión oculta entre el depredador y su presa?
A medida que avanzaba, se encontró en un lugar del bosque que no había visitado en siglos: un claro amplio, cubierto de hojas secas y ramas rotas. Allí, bajo la tenue luz de la luna, se alzaban las ruinas de una vieja cabaña. Era un lugar que había evitado durante mucho tiempo, un vestigio de un pasado que prefería enterrar. Pero algo la había atraído hasta allí esa noche, como si una fuerza más allá de su voluntad la guiara de vuelta a sus recuerdos.
Isabella caminó lentamente hacia las ruinas, sintiendo que cada paso la acercaba más a un abismo de memorias que había bloqueado durante siglos. A su alrededor, los árboles susurraban al viento, como si también recordaran lo que había ocurrido en ese lugar mucho tiempo atrás.
Había sido en esa cabaña, siglos antes, donde Isabella había experimentado la traición que la había transformado en la criatura que era. Su último recuerdo humano se encontraba en ese lugar: una joven confiada, de ojos llenos de esperanza, atrapada en un engaño que la llevaría a la oscuridad. La habían traicionado, entregado a las fuerzas que la convertirían en la poderosa y temida vampira que ahora todos conocían. Desde entonces, había desterrado todo rastro de compasión, bondad o debilidad. Pero ahora, el recuerdo de aquella traición parecía cobrar vida una vez más, avivado por el fuego de las palabras de Liam.
Una ligera brisa recorrió el claro, y, de repente, Isabella sintió una presencia. Se volvió rápidamente, lista para defenderse, pero se detuvo al ver quién se encontraba allí.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó, su voz tan fría como el aire de la noche.
Liam emergió de entre las sombras, sus ojos dorados fijos en los de ella. No había hostilidad en su rostro, sino una seriedad que ella no esperaba ver. Él no respondió de inmediato; simplemente la observó, como si intentara entender algo profundo.
—Te seguí —dijo finalmente—. Sabía que habría algún lugar que te hiciera volver a ser… tú. Alguien que pudiera recordar lo que es ser vulnerable.
Isabella frunció el ceño, molesta tanto por su presencia como por la insinuación en sus palabras.
—¿Crees que puedes entenderme, lobo? —preguntó, intentando que el desprecio en su voz fuera claro—. Soy Isabella, la criatura más temida de este mundo. No tengo nada que compartir contigo.
Liam asintió, pero no se alejó. Dio un paso más cerca, sin desviar la mirada de los ojos de Isabella.
—Lo sé. Pero hay algo en ti… algo que resuena conmigo. Y he llegado a la conclusión de que, si quiero derrotarte, primero tengo que entenderte.
Isabella soltó una risa fría, aunque había una leve inseguridad en sus ojos.
—¿Y crees que puedes vencerme comprendiendo lo que soy? —murmuró, más para sí misma que para él.
Liam no respondió a la pregunta directamente; en lugar de eso, observó la cabaña en ruinas y luego volvió su mirada hacia ella.
—Alguien te traicionó aquí, ¿verdad? —preguntó suavemente, y aunque Isabella no mostró ninguna reacción, él notó el leve endurecimiento en su mirada—. Sé lo que es ser traicionado por los tuyos, Isabella. Mi manada también me ha dado la espalda más veces de las que puedo contar.
Isabella, que nunca permitía a nadie tocar sus recuerdos, sintió una extraña e incómoda cercanía en sus palabras. Aquella traición, tan antigua y aún tan dolorosa, era la razón por la que había perdido su humanidad. Y allí estaba Liam, hablando como si pudiera entender aquella carga, como si su propia vida también hubiera sido marcada por la traición.
—Nada de lo que digas cambiará mi naturaleza —dijo ella, con voz dura—. No soy una criatura destinada a la compasión ni al perdón. Los humanos, los licántropos, todos aquellos que cruzan mi camino, solo han sido herramientas o presas.
Liam asintió, pero sus ojos mostraban comprensión en lugar de miedo.
—Entonces, si no tienes compasión, ¿por qué no me has destruido ya? Has tenido múltiples oportunidades.
Isabella se quedó en silencio, sin saber cómo responder. Había pensado en eliminar a Liam, en arrancar aquella amenaza de raíz, pero algo la detenía. Y aunque se negaba a admitirlo, aquella conexión que sentía, ese extraño reflejo de sí misma en él, la inquietaba de una forma que no podía explicar.
—No creas que soy débil por permitirme dejarte vivir —respondió ella finalmente, tratando de recuperar el control de la situación—. Solo estoy disfrutando del juego.
—Tal vez —replicó él, sin quitarle la vista de encima—. Pero algo me dice que el juego se está convirtiendo en otra cosa para ti. Tal vez eres más humana de lo que quieres admitir, Isabella.
Isabella sintió cómo sus palabras atravesaban la barrera de su frialdad. Era imposible que él supiera cuán ciertas eran, pero cada palabra parecía profundizar en un secreto que ella misma se negaba a aceptar. Sin embargo, no permitiría que él se aprovechara de aquello. Se acercó a él, sus ojos centelleando con una intensidad peligrosa.
—Si tienes tanta prisa por morir, lobo, no tienes que provocarme más —murmuró, y alzó una mano, canalizando sus sombras para envolverlo. Sin embargo, mientras las sombras se cerraban alrededor de él, algo en su expresión la hizo detenerse.
Liam no se movió, no intentó escapar. Sus ojos no mostraban miedo, sino una extraña paz.
—Hazlo, si es lo que realmente deseas —dijo él, con voz suave.
La certeza en su voz la paralizó, dejándola en un extraño estado de confusión. Durante siglos, nadie la había desafiado con semejante serenidad. Nadie la había mirado con esa mezcla de comprensión y tristeza.
Editado: 12.11.2024