El sendero hacia el corazón de las montañas se volvía más inhóspito a medida que avanzaban. La oscuridad, que había comenzado a filtrarse desde el momento en que la grieta se abrió, ahora parecía estar tomando forma en todo lo que tocaba. No solo eran las criaturas que acechaban en los rincones del bosque, ni el aire denso y pesado, sino una sensación más profunda, como si la misma tierra estuviera susurrando advertencias, sus grietas abiertas mostrando algo mucho más antiguo y malévolo de lo que cualquier ser humano podría entender.
Isabella no podía dejar de mirar el mapa que sostenía en sus manos. El lugar al que se dirigían era un antiguo altar, construido en tiempos olvidados, donde la magia de la tierra y la oscuridad habían estado en equilibrio, hasta que algo o alguien lo rompió. Un lugar olvidado, pero cuya energía aún palpita bajo la superficie, esperando ser desatada.
—Estamos cerca —dijo Liam, mirando las montañas con una mezcla de temor y determinación. A su lado, Aidan caminaba más callado que de costumbre, sus sentidos agudizados ante la creciente tensión que envolvía todo el entorno.
Isabella asintió, sus ojos fijos en el horizonte. Cada vez más sentía cómo la magia oscura la acechaba, susurrando al oído, invitándola a caer en sus garras. Sabía que la oscuridad que había comenzado a expandirse desde la grieta no solo era un enemigo físico, sino una fuerza mucho más insidiosa, algo que se alimentaba del miedo, la desesperación y la duda.
—El altar debe estar cerca de la cima —dijo Isabella, su voz grave y decidida. El grupo seguía avanzando, más cautelosos que nunca. Las sombras parecían alargarse a su alrededor, y la sensación de ser observados no los abandonaba.
De repente, un sonido bajo interrumpió el silencio. Un crujido proveniente de las rocas cercanas. Aidan se tensó, mirando hacia las alturas. Desde la neblina densa que se levantaba sobre las montañas, una figura emergió. No era una criatura como las que habían enfrentado antes. Esta era más… humana, pero algo en su postura y la forma en que se movía estaba distorsionado, como si fuera una marioneta de las sombras.
—Es uno de ellos —murmuró Aidan, sus ojos brillando con furia contenida.
La figura comenzó a caminar hacia ellos, su rostro envuelto en sombras, pero aún visible. Isabella sintió un escalofrío recorrer su espalda al ver esos ojos vacíos, como si el ser que los miraba ya no estuviera completamente allí, sino solo una fachada de la oscuridad misma.
—No pueden detener lo que está por venir —dijo la figura, su voz grave y retumbante, como si hablara desde las entrañas de la tierra. —La oscuridad ha despertado, y ahora, la única salida es sucumbir. ¿Por qué siguen luchando?
Isabella no respondió de inmediato. Sabía que no era momento de discursos ni palabras vacías. La oscuridad que había traído consigo la grieta había dejado su marca en este ser, pero ella también llevaba consigo la voluntad de luchar, algo que esa entidad no podía comprender.
Liam se adelantó, su espada resplandeciendo con un brillo de determinación.
—¿Por qué? Porque sabemos que aún hay algo por lo que vale la pena luchar. No dejaremos que este mundo caiga.
La figura lanzó un rugido gutural, y las sombras alrededor de ella se agitaron violentamente, como si respondieran a su llamado. Sin previo aviso, se lanzó hacia ellos, sus garras extendidas y su cuerpo contorsionado por la energía oscura que lo envolvía. Pero Aidan, sin perder un segundo, se abalanzó sobre él con una velocidad impresionante. La batalla comenzó, y el choque de magia, garras y acero llenó el aire con una energía frenética.
Isabella alzó las manos, invocando un hechizo defensivo, pero las sombras comenzaron a arremolinarse a su alrededor, atacando su magia con una fuerza inusitada. La grieta entre los mundos parecía haberse abierto aún más, y la energía que ahora se derramaba sobre ellos era algo que jamás habían experimentado.
Aidan luchaba con todo su ser, sus garras desintegrando las sombras que intentaban abrazarlo, pero la criatura parecía reconstituirse, como si su naturaleza estuviera conectada directamente con el abismo que se estaba desatando.
—¡Debemos avanzar! —gritó Isabella, viendo cómo la batalla se extendía en su contra, cómo cada paso que daban hacia adelante era obstaculizado por el mismo caos que habían liberado.
Liam y Aidan se movieron al unísono, flanqueando a la criatura, pero sabían que no podían perder tiempo. Isabella comenzó a cantar un encantamiento, un hechizo de purificación que había aprendido de los antiguos textos de su orden. La energía comenzó a reunir fuerza en sus manos, pero antes de que pudiera lanzarlo, la criatura se deshizo en sombras, su forma distorsionada retorciéndose antes de desaparecer en el aire.
La tensión en el aire no disminuyó. La oscuridad estaba cerca, mucho más cerca de lo que creían. Isabella, con la respiración entrecortada, miró hacia la cima de la montaña, donde el altar la esperaba. Sabía que solo allí podrían enfrentar lo que estaba a punto de llegar.
—No hay vuelta atrás —dijo con firmeza, y el grupo comenzó a ascender, sabiendo que solo la confrontación final con el núcleo de la oscuridad podría decidir el destino del mundo.
Cada paso los acercaba más a la puerta que debía cerrarse. Pero, a la vez, la sensación de que la verdadera batalla apenas comenzaba, les pesaba en el pecho.
El futuro estaba oscuro, y solo el sacrificio podría iluminarlo.
Próximamente: El encuentro con lo eterno.
Editado: 12.11.2024