El aire se volvió espeso, denso como si cada molécula estuviera impregnada con el peso de una magia antigua y oscura. La entidad avanzaba hacia Isabella con una velocidad que desafiaba la comprensión, su presencia envolviendo el espacio como una marea imparable. A su alrededor, las sombras se alzaban, elevándose y corriendo como serpientes invisibles, buscando consumir todo a su paso. La grieta que había aparecido en la roca se expandía rápidamente, como si el mundo mismo estuviera siendo tragado por esa oscuridad primordial.
Isabella, aún de pie, concentró toda su energía en su interior. Podía sentir la magia que fluía desde la tierra, el último vestigio de poder que no había sido corrompido. Su conexión con la naturaleza, aunque debilitada, seguía siendo su única esperanza. Sabía que no podía detener la oscuridad con la fuerza bruta, y menos aún con hechizos comunes. Lo que necesitaba era algo más: algo puro, algo esencial.
Pero el tiempo se agotaba.
Liam y Aidan se adelantaron con una furia salvaje, pero sabían que, por muy valientes que fueran, se enfrentaban a algo que superaba sus capacidades. La entidad no solo era un enemigo físico; era la manifestación de la propia oscuridad que había existido desde el origen de los tiempos. Su poder era absoluto, su comprensión de la realidad infinita.
Liam atacó primero, lanzándose con su espada hacia la figura sombría. La hoja brilló por un instante, antes de que la entidad levantara una mano, deteniendo el ataque con facilidad. La espada comenzó a chisporrotear, como si la oscuridad misma estuviera devorando el metal.
—Tus esfuerzos son en vano, humano —dijo la entidad con una voz que retumbó como un trueno en la distancia.
Mientras tanto, Aidan intentó rodear a la entidad, buscando una oportunidad. Pero las sombras lo envolvieron rápidamente, intentando desgarrarlo. Con un rugido de dolor y rabia, Aidan liberó una explosión de fuerza, empujando las sombras hacia atrás y creando un resquicio de luz en el que pudo respirar. Sin embargo, el costo de su poder era evidente: la energía que estaba usando lo desgastaba rápidamente.
Isabella, viendo la desesperación en los ojos de sus compañeros, sintió cómo la magia se acumulaba en su interior, una chispa de esperanza en medio de la oscuridad. Sabía lo que debía hacer, pero no podía hacerlo sin sacrificios.
—Liam, Aidan —llamó con firmeza, su voz cortante como el filo de una espada—. Aléjense de mí. Esto es lo que tengo que hacer.
Ambos, al escuchar el tono en su voz, se detuvieron y miraron a Isabella con sorpresa y preocupación. Sabían que la hechicera tenía un poder inmenso, pero también comprendían que lo que iba a hacer podía ser fatal. Sin embargo, era la única opción.
—Isabella, no... —murmuró Liam, dando un paso hacia ella, pero fue detenido por la mirada fija de la joven.
—Es el único modo —respondió ella, su voz más suave, pero decidida—. Si la oscuridad no es contenida en su origen, el mundo entero caerá. Y yo... no puedo vivir con eso. Este es el último sacrificio que debemos hacer.
Con un gesto, Isabella levantó las manos, convocando las energías que aún quedaban en su interior. La grieta ante ella se expandió aún más, absorbiendo toda la magia a su alrededor, hasta que la montaña misma parecía empezar a resonar con el retumbar de la oscuridad. Las sombras que la rodeaban comenzaron a arremolinarse, como si pudieran percibir el cambio en la energía que emanaba de ella.
—No puedes detener lo que está por venir, hechicera —dijo la entidad, su rostro retorciéndose en una mueca grotesca, como si la oscuridad estuviera burla al sacrificio de Isabella.
Pero ella no flaqueó. Su voz comenzó a elevarse, un canto bajo y gutural, un antiguo hechizo que resonaba con la tierra misma. La luz en sus manos brilló intensamente, una llama de pura magia que empezó a consumirse en el aire, un sacrificio necesario para sellar la oscuridad.
La entidad gritó, un sonido que estremeció los cimientos de la montaña, pero la magia de Isabella fue más fuerte. Los árboles comenzaron a arder con luz dorada, las sombras retrocedían, y la grieta empezó a cerrarse lentamente, como si la realidad misma estuviera luchando por mantenerse intacta.
Isabella estaba agotada, pero no se detuvo. Con cada palabra del hechizo, su poder crecía, pero su vida también se desvanecía. La oscuridad, en su forma primordial, intentó resistir, pero la magia de Isabella estaba anclada en algo más profundo que su voluntad. La tierra misma le respondía, absorbiendo la oscuridad, sellando de nuevo el mal que había intentado escapar.
Finalmente, con un último grito de sacrificio, Isabella dejó escapar todo el poder que quedaba en su cuerpo. La magia explotó en una onda de luz cegadora, envolviendo todo el valle en un resplandor dorado. El grito de la entidad se apagó en un susurro, y la grieta se cerró por completo, dejando solo la quietud.
Isabella cayó de rodillas, su cuerpo agotado, pero su rostro estaba en paz. La oscuridad había sido contenida, una vez más, pero a un costo terrible. Liam y Aidan, al ver la magnitud de lo que acababa de ocurrir, se acercaron rápidamente, pero sabían que no podían hacer nada. El sacrificio de Isabella había sido la única solución.
—Isabella... —murmuró Liam, con la voz quebrada, pero ella, con una leve sonrisa, le hizo un gesto para que no hablara más.
—Lo hemos hecho... —dijo ella, su voz débil pero serena—. Lo hemos detenido.
Y en ese momento, la oscuridad que había amenazado al mundo fue finalmente sellada. Pero el precio había sido alto. Isabella había dado su vida por salvar el futuro, y el sacrificio de una sola alma había cambiado el destino de todos.
Próximamente: El fin del viaje.
Editado: 12.11.2024