El viento arrastraba las cenizas de la antigua ciudad que había sido tomada por la oscuridad, llevándose consigo los vestigios de lo que alguna vez fue un hogar próspero. A lo lejos, las montañas continuaban su silencioso ascenso hacia el cielo gris, como si fueran las últimas barreras entre el mundo y el abismo al que se estaba acercando. El viaje que habían emprendido parecía haber sido en vano, pero no había tiempo para lamentaciones. Lo que había comenzado como una lucha por contener la oscuridad, se había transformado en una carrera contra el tiempo, y el tiempo se agotaba.
El grupo había sobrevivido a horrores indescriptibles durante el camino, pero ahora, después de todo lo que habían enfrentado, algo más había surgido en su interior: un vacío. La muerte de Isabella había dejado una herida que no sanaba, ni siquiera con la promesa de un último enfrentamiento.
Liam caminaba al frente, con la mirada fija en el horizonte. No sabía si lo que quedaba por hacer sería suficiente para evitar la catástrofe. Aunque la fuerza de la oscuridad parecía haberse detenido momentáneamente, la presencia de esa fuerza primordial seguía latente, pulsando en las sombras.
Aidan, a su lado, no dejaba de mirar las huellas en el suelo, como si buscara alguna pista que pudiera haber escapado a su atención. Pero en sus ojos también había una preocupación que no podía esconder. La tristeza de la pérdida los envolvía a todos, pero había algo más, una creciente sensación de que aún no habían visto lo peor.
Al llegar a un claro en el bosque, el grupo se detuvo. Ante ellos, en el centro del claro, un antiguo altar de piedra se erguía, cubierto por una capa de musgo y raíces. Aunque parecía olvidado por el tiempo, algo en su interior emanaba una energía familiar, una que resonaba en lo más profundo de sus almas.
—Este es el lugar —dijo Aidan, su voz grave. No necesitaba decir más. Todos sabían que este altar tenía algo que ver con la oscuridad que habían liberado, y que aquí, en este punto, tendrían que enfrentarse a lo inevitable.
Liam se acercó al altar, observando las runas grabadas en la piedra. Su forma estaba alterada, distorsionada por la presencia oscura que había dejado su huella. Sabía que algo más estaba sucediendo, algo que escapaba a su comprensión.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó, su voz baja, mientras miraba a Aidan.
—Lo que tenemos que hacer —respondió Aidan con firmeza—. Destruir lo que está en el núcleo. Ya no hay más caminos por recorrer. El sacrificio de Isabella nos ha abierto el camino, pero ahora debemos sellarlo para siempre.
Liam cerró los ojos un momento, recordando a Isabella, su sacrificio, su valentía. Sabía que este último acto sería el más difícil de todos. No solo tenían que destruir lo que había surgido, sino evitar que todo el mundo cayera en la oscuridad. A veces, los sacrificios no solo se medían por lo que se perdía, sino por lo que se podía salvar a través de ellos.
—Vamos —dijo, con determinación. Era hora de cerrar el círculo.
A medida que se acercaban al altar, la energía oscura comenzó a arremolinarse a su alrededor, como un vórtice que los empujaba hacia el centro de la oscuridad misma. Las sombras se alzaban a su alrededor, pero ellos no vacilaron. Sabían que el futuro dependía de este último esfuerzo.
De repente, una figura apareció en el altar. No era una figura material, sino una presencia, una forma nebulosa que parecía surgir del mismo aire. Era la manifestación de la entidad primordial que habían liberado. La sombra de lo que había sido contenido.
—Creen que pueden detenerme —dijo la entidad, su voz resonando en sus mentes. Su tono estaba cargado de desprecio—. Pero la oscuridad no puede ser destruida, solo abrazada. Yo soy la raíz de todo lo que existe, la esencia misma de la muerte. ¿Qué pueden hacer ustedes, mortales, para cambiar eso?
Liam y Aidan no respondieron, solo avanzaron con paso firme hacia el altar. Sabían que la única forma de derrotar a esa entidad era destruir lo que había causado su despertar. La llama que habían encendido con el sacrificio de Isabella debía ahora apagarse de una vez por todas.
Con un último esfuerzo, Liam levantó el artefacto que Isabella había dejado, un talismán antiguo que había sido creado para sellar las fuerzas más oscuras. Lo sostenía con ambas manos, sus dedos apretados alrededor de la piedra que brillaba con una luz dorada. La entidad comenzó a retorcerse, su forma deformándose a medida que la luz del talismán tocaba el aire.
—¡No! —gritó la entidad, pero su voz se desvaneció en un susurro. La luz del talismán creció con fuerza, iluminando todo a su alrededor.
Las sombras se desintegraron, y la entidad primordial comenzó a desvanecerse. Con cada segundo, la oscuridad perdía su poder. Y, finalmente, con un destello de luz cegadora, la presencia desapareció por completo.
El aire se calmó, y el vórtice que los había envuelto se disipó. La tierra volvió a respirar, y el peso de la oscuridad que había gravitado sobre ellos durante tanto tiempo se desvaneció. La luz de la mañana rompió el cielo, trayendo consigo un nuevo amanecer.
Pero a pesar de la victoria, la tristeza no desapareció. El sacrificio de Isabella había sido necesario, y aunque la oscuridad había sido contenida, su ausencia dejaba un vacío que no podría llenarse.
Liam miró a Aidan, quien había estado a su lado durante todo el viaje. Juntos, se dieron cuenta de que la lucha nunca acabaría realmente. Aunque el mundo había sido salvado, siempre quedaría la sombra de lo que habían enfrentado.
—Lo logramos —dijo Liam, con voz baja.
—Sí —respondió Aidan, mirando el horizonte—. Pero el precio fue alto.
Y, mientras el sol ascendía en el cielo, sabían que el futuro sería incierto, pero que, al menos por ahora, la oscuridad había sido detenida.
Próximamente: El Último Ciclo.
Editado: 12.11.2024