Las semanas pasaron, y la vida en las aldeas comenzó a asentarse de nuevo, aunque el eco de la guerra seguía resonando en el corazón de aquellos que habían sobrevivido. Liam caminaba entre las casas en construcción, supervisando los avances y hablando con los aldeanos. Aunque el panorama parecía estabilizarse, la sensación de que algo seguía en el aire, algo no resuelto, lo mantenía alerta. No era la oscuridad en sí misma, sino las huellas que había dejado.
Cada vez que se encontraba con Aidan o los demás sobrevivientes, el peso de la tarea a mano se hacía más evidente. La reconstrucción no solo se refería a los muros caídos o los campos arrasados; era algo más profundo. Las cicatrices en el alma de las personas eran mucho más complejas, y aunque el miedo había cedido, la desconfianza, el dolor y la pérdida seguían siendo una carga invisible que afectaba a todos.
Liam sabía que, en cierto modo, también había quedado marcado por todo lo que había ocurrido. Las noches se le hacían largas, llenas de pensamientos y recuerdos de Isabella, de su sacrificio. Aunque la vida seguía adelante, a veces el dolor de la pérdida lo asaltaba con más fuerza que nunca.
Un día, mientras caminaba por el borde de un campo recién sembrado, vio a un grupo de niños jugando entre las ruinas de una antigua casa. Sus risas eran un recordatorio del futuro, un futuro por el que debían seguir luchando. A pesar de todo lo perdido, la esperanza seguía brotando. Tal vez no de la forma que habían esperado, pero en la simpleza de esos pequeños gestos, la vida encontraba su camino.
Esa tarde, mientras se sentaba junto a un fuego en el centro del campamento, Aidan se acercó, su rostro serio. A sus espaldas, algunos de los demás supervivientes se reunían para escuchar la última actualización de la reconstrucción.
—¿Cómo va todo? —preguntó Liam, levantando la vista hacia él.
Aidan asintió, pero sus ojos mostraban la misma preocupación que Liam había estado sintiendo.
—Me parece que hay algo más allá de las aldeas. Los rumores hablan de movimientos en las fronteras, extrañas señales de que algo se está reagrupando, tal vez algo que quedó atrás.
Liam se tensó. Las palabras de Aidan le hicieron recordar la creciente inquietud que había estado sintiendo. A pesar de que la oscuridad visible parecía haberse disipado, algo seguía presente, como una sombra acechante en el horizonte.
—¿Qué significa eso? —preguntó Liam con más urgencia, poniéndose en pie.
—No lo sé, pero algo me dice que no hemos visto lo último de este conflicto. Puede que los enemigos que derrotamos no hayan desaparecido por completo. Podría haber algo o alguien más detrás de todo esto, esperando el momento adecuado para resurgir.
Liam miró al campamento, a los aldeanos que reconstruían su hogar, y luego a las montañas distantes que se alzaban como barreras que separaban el mundo conocido del desconocido. Sabía que, aunque la guerra contra la oscuridad había sido ganada, el equilibrio que tanto deseaban podría ser solo una ilusión.
—Entonces debemos prepararnos. No podemos bajar la guardia, aunque estemos reconstruyendo. Si hay algo más en el horizonte, debemos ser los primeros en enfrentarlo. No permitiré que los sacrificios de Isabella y los demás se desperdicien.
Aidan estuvo de acuerdo, y juntos comenzaron a organizar a un pequeño grupo de exploradores para investigar las fronteras de las aldeas y las áreas más alejadas. Había que estar preparados para cualquier eventualidad.
Mientras tanto, la gente del campamento continuaba trabajando, ajenos a los rumores que comenzaban a circular. Aunque había paz en las aldeas, un tipo de paz frágil, la amenaza de algo mayor seguía siendo una sombra persistente. El aire estaba cargado de la incertidumbre de lo que estaba por venir.
Días después, Liam y Aidan lideraron una pequeña expedición hacia las zonas limítrofes, con la esperanza de encontrar alguna pista de lo que podría estar surgiendo. El viaje a través de los bosques y las montañas se volvió cada vez más tenso, ya que a medida que avanzaban, los rastros de algo extraño comenzaban a aparecer. Huellas de criaturas desconocidas, símbolos tallados en los árboles, y un silencio absoluto en las áreas donde antes la vida se había movido libremente.
Al llegar a una antigua fortaleza olvidada, Liam sintió que algo se estaba revelando. La construcción estaba en ruinas, pero aún mantenía una extraña energía en el aire. Era como si el lugar estuviera cargado de magia residual, una fuerza inerte pero presente.
—Aquí… algo ocurrió —murmuró Liam, tocando una de las piedras antiguas. La magia que sentía no era oscura, pero tenía una cualidad inquietante, algo que no podía identificar completamente.
Aidan lo observó en silencio.
—¿Qué fue lo que liberamos, Liam? —preguntó Aidan, su tono bajo y serio.
Liam no respondió de inmediato, su mente tratando de juntar las piezas del rompecabezas. Sabía que la batalla final no había sido el cierre definitivo, pero no podía entender cómo algo tan profundo seguía resonando en el mundo, como si la oscuridad misma se hubiera dejado una huella.
—No lo sé, pero esto no está terminado —respondió al fin, con una determinación renovada—. No importa lo que se esté gestando, lo detendremos aquí. No permitiremos que el legado de lo que sacrificamos se pierda.
El viento comenzó a soplar con más fuerza, como si la propia tierra estuviera advirtiéndoles. Había algo más, algo que seguía acechando, y Liam sabía que no tenían mucho tiempo. Sin embargo, había una certeza en su corazón: estaban más cerca de desvelar lo que verdaderamente amenazaba su mundo.
Próximamente: La verdad detrás de la oscuridad.
Editado: 12.11.2024