VIERNES 24 DE OCTUBRE. 22:46 hrs.
Observé el cadáver iluminado por las luces de la ambulancia mientras la sangre en mi ropa brilló intensamente tras mi fallido intento de salvar una vida. Pude sentir las miradas silenciosas que se clavaron en mí, pero la verdad, no me podían importar menos. En general, solía no prestarle atención al resto.
—Kiera... Los emisarios ya vienen en camino —me susurró Dante.
Sacudí la cabeza, molesta, y el movimiento hizo que mi placa de detective, que colgaba con orgullo de mi cintura, quedara en evidencia.
—¿Para qué vienen? Este hombre ya está muerto y ambos sabemos dónde terminará su alma —respondí con amargura.
Dante, mi compañero de los últimos cuatro años y mi gran amigo, suspiró. No iba a caer en la usual discusión, ya me conocía demasiado bien para eso.
—Solo deja que hagan su trabajo... Tal vez podríamos ir a que te limpien o cambies de ropa.
Bajé la mirada a mis manos y estudié el tono escarlata de la sangre que las cubría. Era un color demasiado vibrante... Distinto y a la vez, ¿atractivo?
—Al demonio —espeté con furia. Me acerqué a la ambulancia, mientras continuaba ignorando a los demás presentes, mientras Dante me siguió en silencio—. Dame algo para quitarme la sangre —le ordené a uno de los enfermeros, que me miró con espanto antes de asentir frenéticamente.
Dante me estudió con atención y se cruzó de brazos.
—Escupe lo que tanto quieres preguntar —gruñí sin mirarlo.
—Yo no...
—Somos compañeros. Sé cuándo tienes ese afán de querer preguntarme algo.
Apretó los labios, dubitativo y luego suspiró.
—¿Qué estabas intentando hacer?
Me detuve y alcé una ceja.
—¿Disculpa?
—¿Qué estabas tratando de hacer? ¡Estás cubierta de sangre! A un hombre le cortaron el cuello en un callejón y, sinceramente, no entiendo cómo...
—¡Demonios, Dante, intentaba salvarle la vida! —Lo vi quedarse mudo—. No veo qué te es tan difícil de entender.
—Pero... él... el color de su sangre...
Me pasé la mano por el rostro, indignada. El mismo tema de siempre, por más que fuera mi amigo, no habíamos logrado jamás estar de acuerdo en esto.
—No es mi trabajo juzgar el alma de nadie según el color de su sangre. Para eso están los emisarios —respondí con rabia. Era una frase que ya había repetido más veces de la que hubiera querido.
—Creo que por fin estamos de acuerdo en algo, señorita Hart.
Dante y yo nos giramos para encontrarnos de frente con dos hombres vestidos con impecables ternos. Uno de ellos traía puesto un traje completamente negro, incluida su camisa y corbata. El otro, vestía de blanco.
Siempre se vestían igual, sin importar a dónde fueran, pero al fin y al cabo eso los representaba, pues eran los emisarios de la vida y de la muerte.
En cada ciudad había una cantidad determinada de emisarios según su población, pese a que todos conocíamos su existencia, nadie entendía a quién le rendían cuenta realmente. La verdad, era un misterio que nadie osaba cuestionar. Solo se tenía claro como conocimiento general, que representaban el juicio de la vida y la muerte, literalmente. Ellos mantenían el orden y decidían el destino de las almas.
En nuestra ciudad, Wrefit Point, solo había dos emisarios: Hamish Reid y Joshua Barker.
—Reid —murmuré con un desagrado que no me molesté en ocultar.
El emisario de negro me dedicó una mueca burlona.
—Puedes llamarme Hamish, ya te lo he dicho.
—No, gracias —repliqué, sin prestarle atención mientras me limpié la sangre de los brazos.
Hamish rió, divertido.
—¿No tienen trabajo que hacer? —los increpé con sarcasmo al ver que no se movían.
—Efectivamente. Con su permiso, señorita Hart, señor Pearce —respondió Joshua con una leve inclinación.
—Todo tuyo.
Estaba claro cuál era mi emisario favorito. Joshua era un hombre correcto, tal vez demasiado, pero absolutamente dedicado a su trabajo. Hamish, en cambio... Me sobraban razones para despreciarlo.
El emisario de la muerte me estudió con fastidio mientras su compañero se dirigió al callejón y se agachó junto al cadáver.
—Asumiré que intentaste salvar otra vida —me recriminó Hamish.
Arrugué la nariz.
—¿Y qué si lo hice?
—Sabes que cuando un alma está sentenciada a su muerte, debes dejarla ir. Además, con ese color de sangre...
Sus palabras murieron cuando me acerqué de golpe y lo agarré por la corbata.
—La muerte de una persona ocurre cuando su alma abandona su cuerpo. Hasta entonces, tiene posibilidades de seguir viviendo. Me da lo mismo el color. Es tu trabajo decidir su destino, no el mío. Así que no me digas lo que puedo o no puedo hacer, ¿te quedó claro?
Lo solté y me alejé, buscando mi caja de cigarros en los bolsillos.
Dante me observó atónito, mientras que en la mirada de Hamish noté una chispa de deseo mal disimulado.
Qué asco de ser. ¿Realmente me estaba observando así en medio de una escena de asesinato?
—¿Quieres un cigarrillo, Kiera? —me susurró él, relamiéndose los labios como si nada hubiera ocurrido.
—No quiero nada de ti. Y no me llames Kiera, es detective Hart —escupí con hastío.
Quería dar por terminada la conversación, pero sabía que ese maldito emisario no era de los que se quedaban callados. Sin embargo, Joshua lo interrumpió.
—Reid, ven.
El cambio de tono, y el hecho de que lo llamó por su apellido, pareció sorprender a Hamish. Frunció el ceño y se acercó a su compañero, visiblemente irritado.
Aproveché el espacio para dar unos pasos atrás de la escena, pero un escalofrio me recorrió la columna, como si hubiera una alerta invisible en el aire. Crucé miradas con Dante, quien también frunció el ceño. Seguro que percibió lo mismo.
No podía escuchar a los emisarios con claridad, pero capté algunas palabras sueltas entre sus murmullos. Como si el hecho de que hubieran bajado la voz no fuera, por sí solo, altamente sospechoso.
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Editado: 07.10.2025