Crimen Escarlata

6. Los ojos de mis pesadillas

MIÉRCOLES 29 DE OCTUBRE-. 20:47 hrs.

"Cualquier cosa extraña o si estás incómoda, no dudes en escribirme y paso por ti."

Gruñí al leer el mensaje de Dante y maldije en voz baja. ¿En qué momento se me ocurrió que era buena idea contarle que tenía una cita?

Ahora que lo pensaba, había sido una acción estúpida, un pensamiento banal que me vino a la mente con el objetivo de despejar mi mente tras visitar al padre Philipps, pero a Dante la noticia lo puso eufórico.

Era un hecho que yo no era una persona muy sociable, y menos un experta en salir con desconocidos, no desde... Bueno desde Colton, mi última pareja. Sabía que Dante debió haber pensado lo mismo, así que en un intento por ayudarme, buscó un buen restaurante para la ocasión. Sin embargo, cuando descubrió que mi cita era a través de Tinder, su instinto sobreprotector salió a flote.

Ignoré su mensaje y tomé asiento en una de las mesas del pulcro y elegante lugar, donde acordé juntarme con un hombre llamado John. No habían sido muchos los mensajes que nos enviamos durante dos días, pero cuando me preguntó si quería que fuéramos a comer algo decidí no negarme.

Miré mi reloj. Había llegado cinco minutos antes de los acordado, así que le escribí un simple "Llegué" y bloqueé la pantalla del teléfono. Un mesero se acercó con una sonrisa profesional, por lo que aproveché de pedirme una copa de vino mientras esperaba, a ver si con eso lograba bajar un poco mi incomodidad.

Cuarenta minutos después, dos cigarros y dos copas de vino, apreté los puños, furiosa.

Ahí estaba yo, otra vez. Un esfuerzo innecesario, expectativas puestas para un hombre que solo conocí por una pantalla. Realmente no parecía que yo tuviera suerte en estos temas. Me sentí ridícula por haber creído, aunque fuera por un momento, que esto podía ser distinto.

No había llegado. Ni una llamada, ni un mensaje, ni una maldita excusa.

Las últimas palabras de Colton resonaron en mi cabeza: "No tendrás nunca lo que buscas, porque jamás te abres. ¿Cómo esperar que te den algo de amor si tu no das nada a cambio?".

Imbécil, pero no pude evitar que preguntarme ¿tendría algo de razón?

Sentí la humillación treparme por dentro como una chispa que no tenía como apagarse. Era por esto que evité por mucho tiempo salir con alguien. No solo era una pérdida de tiempo, sino que también la incomodidad de sentir que aposté por algo que ni siquiera valía la pena. ¿O era acaso yo la que no tenía valor alguno?

Suspiré, resignada y levanté la mano para pedir la cuenta.

Decidí que no le contaría nada a Dante, no quería darle material para que se burlara de mí el resto del año.

Estaba tan absorta en mi frustración que no escuché el sonidos de unos pasos acercarse hasta que una sombra se proyectó sobre la mesa.

El ambiente cambió instantáneamente, la temperatura aumentó un par de grados y el murmullo del bar se desvaneció de pronto. Extrañada, alcé la vista y fue ahí que entendí el por qué, mientras que el aire se atascó en mis pulmones.

Frente a mi estaba el hombre más jodidamente hermoso que había visto en mi vida.

Tenía cabellos oscuros y ondulados, esculpidos por las manos de un artista, cayendo con una elegancia despreocupada alrededor de su rostro anguloso y perfecto. Su sola presencia llenó el lugar, como si el aire se doblara levemente a su alrededor. Sin embargo, lo que realmente hizo que mi corazón diera un vuelco fue cuando nuestras miradas se encontraron.

Sus ojos, casi iguales a los que había visto las últimas noches en mis pesadillas, me estudiaron con profunda intensidad. Eran hipnóticos, un cruce entre marrón verdoso y rojo oxido. Al verlos, creí que estaba reviviendo mis pesadillas y un escalofrío me atravesó desde la nuca hasta la punta de los dedos.

Parpadeé y forcé mi atención en su rostro, necesitaba comprobar que no estaba imaginando cosas y menos personas.

Tenía una mandíbula firme, perfectamente cincelada, lo que le añadió dureza a su atractivo. Su piel tenía un tono bronceado que sugirió que pasó muchas horas bajo el sol. Estaba vestido con una elegancia que rara vez se veía. Con un chaleco negro que delineó sus músculos, y la camisa blanca contrastó con su piel, otorgándole un aire de nobleza y refinamiento.

Pero lo que más me desarmó fue la curva apenas insinuada de sus labios y sus ojos que no dejaron de observarme con detenimiento. Su mirada segura, pareció leer cada uno de mis pensamientos, y por algún motivo, encontré aquello terriblemente atractivo.

Sin lugar a dudas, era el hombre más atractivo que había visto en mucho tiempo. Su imponente apariencia tal vez debía intimidar a mucha gente, pero no lo hizo conmigo. Al contrario, sentí una inexplicable atracción, un peligroso magnetismo que me impidió despegar mis ojos de él.

Había pasado mucho tiempo desde que algún hombre hubiera despertado mi curiosidad, pero lo que si sabía era que este encuentro no era, para nada, una mera casualidad.

—¿Puedo tomar asiento? —preguntó, con voz suave y profunda. No hubo urgencia en su tono, pero sus palabras vibraron con una autoridad innegable—. Me encantaría acompañar a una dama que lleva tiempo sola. Espero no estés esperando a alguien, porque habría que ser idiota para hacer esperar a una mujer como tú.

Su voz flotó en aire entre nosotros, envueltas en una seguridad tan absoluta que me dejó sin respuesta. Entre abrí mis labios, pero no logré articular ninguna palabra y simplemente asentí con la cabeza.

Mierda. ¿Desde cuándo la presencia de un hombre me dejaba así? Tal vez estaba un poco necesitada o eso me dije, en un vano intento por negar que me había afectado su presencia.

Él tomó asiento con movimiento fluidos y seguros, como si la acción de sentarse fuera una demostración de su innata elegancia. Cada gesto fue deliberado y preciso, colocando una mano sobre la mesa mientras en la otra sostuvo una copa de vino. Mis ojos bajaron instintivamente a sus dedos largos y firmes.




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