Crimen Escarlata

7. Peligroso interés

MIERCÓLES 29 DE OCTUBRE-. 21:40 hrs.

El aroma de fruta madura con un dejo especiado y herbal, acarició mi nariz, cuando acerqué la copa de vino que tenía entre los dedos. Mis ojos seguían clavados en la puerta por la que Kiera Hart había desaparecido.

Era una mujer interesante.

La mayoría de los que se cruzaban en mi camino solían reaccionar con temor, pero ella... fue diferente. No apartó la mirada, no tuvo miedo y en vez de alejarse, su cuerpo pareció querer acercarse. Aun así, noté que quiso resistirse a mí, como si hubiera sabido que intenté atraparla desde el primer momento, y aquello solo la hizo aún más intrigante.

El sonido de pasos me sacó de mis pensamientos, cuando el mesero se acercó con la cabeza ligeramente inclinada, en un gesto de respeto.

—Mi señor, ¿desea algo más? —murmuró suavemente para no llamar la atención de los pocos presentes que quedaban en el lugar.

Negué, sin apartar la vista de la entrada.

—¿Pensó que le iría mejor con la mujer?

La pregunta fue atrevida, aunque mantuvo el tono de servilismo, pero pude notar la curiosidad que se filtró en sus palabras.

Sonreí. Estaba de buen humor como para molestarme por ello y jugueteé con el tallo de la copa.

—Si hubiera si fácil, habría sido aburrido —murmuré con deleite —. Y ya sabes lo que ocurre cuando algo me aburre...

El mesero tragó en seco, nervioso. Sabía lo suficiente como para que tuviera que explicarme.

La mayoría de mis hombres conocían mi afición por los desafíos, y Kiera Hart había capturado mi interés de un modo que casi nadie lograba. Pero no era solo eso lo que me mantuvo sentado, saboreando el recuerdo de la fugaz conversación, sino la certeza de que había algo más en ella, algo que todavía no logré definir y eso me intrigó más de lo que quise admitir.

De pronto, el mesero se volvió a inclinar y bajó la voz hasta convertirla en un susurro.

—¿Qué hacemos con el hombre llamado John?

Mi expresión se endureció al instante y la molestia recorrió mi pecho como un veneno helado. No respondí de inmediato, sino que me llevé la copa a los labios y bebí pausadamente, haciendo que el vino calmara mi creciente ira.

—Asegúrense que le cueste volver a caminar —dejé la copa sobre la mesa con movimientos controlados y el mesero desvió la mirada, temeroso—. Nadie se acerca a lo que tengo en la mira —sentencié.

Mis palabras no eran una amenaza, sino un hecho. Porque una vez que algo captaba mi atención, no lo soltaba hasta que yo decidiera lo contrario. Y si algo estaba claro, era que el concepto de compartir, no existía en mi vocabulario.

Lo que se volvía mío, no sería jamás de nadie más, y aquella mujer ahora me pertenecía.




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