JUEVES 30 DE OCTUBRE-. 22:03 hrs. - MALIK
—Mujer osada —murmuré para mí mismo.
Una retorcida diversión acompañó mis palabras, mientras estudié a la mujer alejarse con el cigarro entre los labios y pasos firmes, como si el mundo le perteneciera.
Algo en ella me llamó la atención, que atrapó mi mirada sin esfuerzo. En general no me detenía a mirar a los demás y menos hablarles respecto a su muerte, pero la presencia de ella vibraba de forma diferente y mi propio cuerpo no pudo ignorarla. Además, su actitud desafiante y la ausencia total del miedo en sus ojos fue asombroso, no sé si era valiente o ignorante.
Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando la puerta del bar se abrió y Salem salió. La ligera chispa de diversión y curiosidad se esfumó por completo al recordar por qué había venido a este lugar.
Mi humor empeoró ante la despreciable sonrisa despreocupada que traía Salem en el rostro, quién se percató de mi presencia inmediatamente.
—Malik querido —su tono arrastró mi nombre con deleite, como si mi presencia fuera motivo de alegría, pero yo sabía que él era una farsa viviente—. ¿Qué te trae por aquí?
—Un demonio me ha contactado.
La alegría en los ojos de Salem se desvaneció instantáneamente.
Por fin.
—¿Un demonio?
—Un mensajero del rey se presentó ante mí, alguien de la familia real desea hablar con nosotros —y cuando las palabras terminaron de salir de mi boca, esa sonrisa despreciable desapareció en su totalidad.
***
JUEVES 30 DE OCTUBRE-. 22:28 hrs.
—¿Qué te dijo el mensajero? —preguntó Salem con su usual tono inquisitorio, mientras nuestros pasos resonaron por el pasillo que llevaba a nuestro estudio.
El termino estudio quedaba corto para lo que realmente era este lugar. En un inicio, lo establecimos como el punto neutral para resolver nuestros asuntos sin la interferencia del mundo exterior. Sin embargo, con el tiempo se convirtió en algo más: en un refugio. Un espacio de escape de los humanos y del constante ruido de sus efímeras vidas.
Fui directo a la barra para servirme un trago antes de responder. El sabor del licor siempre lograba apaciguar mi temperamento, en especial cuando tenía que lidiar con la ansiedad enfermiza de Salem.
—Apareció de la nada un mensajero del infierno ante mi —. Giré el vaso entre mis manos y bebí un sorbo con exagerada calma—. Simplemente señaló que alguien de la familia real quería una audiencia con nosotros.
Volteé el rostro hacia Salem para estudiar su reacción.
—Solo especificó que la audiencia sería aquí a las 22:30 —lancé una ojeada al reloj en mi muñeca. Quedaba poco tiempo —. Fui por ti lo antes posible, porque esto no ha ocurrido desde...
—Desde hace veinte y cinco años —murmuró la vida.
Me volví hacia Salem, estudiando su reacción.
Asentí y bebí otro sorbo. Odiaba la falta información, en especial si eso me hacía quedar en desventaja respecto al poder que ostentaban los demonios de la realeza. Menos si sus asuntos me involucraban en el plano terrenal.
Me quedé inmóvil, cuando una pieza clave que no había visto, pero estuvo frente a mi todo este tiempo se volvió visible.
—Si solo enviaron a un mensajero para concretar la audiencia, eso significa que el demonio real está...
—Está aquí—me cortó Salem, perdiendo la ligereza en su voz.
Justo en ese momento, la puerta del estudio se abrió con un sonido seco. Joshua entró con paso seguro e inclinó la cabeza en una reverencia, pero la incomodidad en su rostro quedó en evidencia.
—Mi señor, el primer príncipe del infierno ha llegado.
Las orbes celestes de la vida se clavaron en mí, tensas y molestas, como una daga. Aprete los labios en una línea recta, ¿creía que esto era mi culpa? Ni yo me esperaba esto.
Detrás de Joshua dos figuras imponentes cruzaron la puerta. Eran altos, de presencia arrolladora y se posicionaron en ambos extremos de la habitación con movimientos meticulosamente calculados. Traían puestos gafas negras y mascarillas del mismo color que cubrían sus rostros. No necesitaba que se presentaran para reconocerlos: eran parte de la guardia real.
En otras palabras, el par de titanes con su mera presencia representaban el poder absoluto de la realeza demoniaca. No eran meros guardaespaldas, sino ejecutores, sombras peligrosas que solo aparecían cuando los asuntos era lo suficientemente importantes para que fueran requeridos. No habían demonios más letales que ellos, a excepción de la mismísima familia real.
Finalmente, tras ellos ingresó él: alto, musculoso, con una sonrisa que deshiló una confianza casi insolente. Sus ojos ardieron en una intensidad indescifrable, como si el mundo no fuera más que un tablero a su pies y él ya se supiera ganador.
El primer príncipe del infierno.
—¡Muerte! ¡Vida! Ha pasado tiempo sin verlos —saludó.
Cerré los puños por auto reflejo, porque alguien como él no se aparecía en la tierra sin un motivo.
—Razael —murmuré con odio.
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Editado: 26.10.2025