Crimen Escarlata

11. El caso de Jude Gia

JUEVES 30 DE OCTUBRE-. 22:31 hrs.

Razael, el primer príncipe de la dinastía de los demonios reales y descendiente directo del mismísimo Satanás.

A simple vista, podía parecer un humano corriente, pero no ante nosotros. Su esencia demoniaca estaba cuidadosamente contenida y disfrazada, pero no porque quisiera pasar desapercibido. Era un hecho que si revelaba su verdadera forma en la tierra los humanos perderían la cordura ante su presencia.

Los demonios eran bestias. No me refería a que fueran animales sin raciocinio, sino que literalmente eran moles deformes de músculos ennegrecidos y cuernos retorcidos. Sus fauces solían babear un líquido espeso y ardiente, mientras sus manos contenían garras enormes que se arqueaban como dagas vivientes. La imagen que presentaban ahora, era una mera ilusión para coincidir con los humanos.

La llegada de Razael fue seguida de un silencio sepulcral, pero percibí la evidente inquietud de Salem, aun cuando su rostro permaneció imperturbable.

Pero la pregunta que no podía apagar en mi cabeza era una sola: ¿qué motivos podían traer al futuro rey de los demonios a la tierra?

—No pensé que volvería verte rondando entre los humanos —murmuré para acabar con la tensa quietud.

Razael dejó escapar un suspiro, como si tuviera cansado de tener que justificar su presencia.

—No puedo negarme a las órdenes de mi padre —replicó con simpleza y se encogió de hombros, como si nombrar al mismísimo rey del Infierno no fuera motivo suficiente para preocuparnos.

Noté que Salem abrió los ojos, anonadado.

—¿El rey te envío, a ti? ¿A la tierra? —exclamó, sin poder ocultar su sorpresa.

—Correcto —respondió el príncipe y una sonrisa maliciosa curvó sus labios.

Salem, claramente, no estaba de humor para una respuesta tan acotada.

—¿Y por qué haría algo así? Sabes bien que los demonios no son bienvenidos en el plano terrenal y menos el sucesor al trono —bramó.

—Al ser el futuro rey, mi padre me dejó a cargo de ciertos asuntos que conciernen a mi reino —le explicó Razael, ahora con un tono más frío y sus expresiones se endurecieron—. Hemos descubierto que, en los terrenos más recónditos del Infierno, están ocurriendo sucesos sospechosos. Se me ordenó investigar esos hechos.

Estudié su rostro, con escepticismo.

—Y asumiré que esa investigación te trajo hasta acá —añadí con ironía.

Los ojos del príncipe brillaron con un destello de diversión al posarse en mí. Si yo no fuera la muerte y él, el heredero al infierno, podríamos habernos llevado mucho mejor. Era algo que pensé el momento en que conocí a ese demonio, que tenía un humor y forma de pensar bastante similar al mío.

Una pena que eso no sucederá. A estas alturas, cualquier persona o demonio es mejor que Salem.

—Se que dudas de mi palabra muerte, pero así fue —añadió Razael haciéndome volver al presente.

—Eres un vil mentiroso, príncipe —espetó Salem, cargando la última palabra con una mezcla de ira y desprecio—. Tu presencia no es bienvenida aquí y lo sabes —su voz se tornó más áspera cuando agregó—: ¿O debo recordarte lo ocurrido hace treinta años en "La Noche Roja".

Un gruñido bajo y peligroso escapó de la garganta de Razael, el tipo de amenaza que precede a la violencia.

¿Qué sacaba Salem con provocarlo? No es como que fuera fácil vencerlo, y mucho menos con esos dos guardaespaldas que lo acompañaban.

—La Noche Roja es cosa del pasado —susurró entre dientes el príncipe —, la guerra ya terminó y los demonios que se alzaron fueron eliminados. No necesito que me recuerdes que tuve que matar a mi propia gente —sus particulares orbes ardieron con una advertencia apenas contenida—. Además, me es indiferente si me crees o no, ya que ambos sabemos... que no tienes el poder para sacarme de aquí.

Una mueca oscura apareció en su rostro, como si disfrutara el hecho de recordarnos aquel detalle.

Respiré hondo, controlando la molestia que me recorrió, porque no tenia como rebatirlo. Tal vez era mejor volver al tema que nos convocaba.

—¿Qué es exactamente lo que estás investigando? —pregunté.

Inesperadamente, la sonrisa en él desapareció.

—Hace poco, descubrimos que algunos demonios están siendo raptados desde mi reino y traídos a la Tierra.

Un silencio opresivo se apoderó de la habitación. Aquello no era una declaración cualquiera y Razael lo sabía.

—Tengo la sospecha de que los están invocando, ya que no hemos encontrado ningún portal nuevo en nuestro territorio, pero el asunto no es solo eso. Mis demonios están siendo convocados —tensó la mandíbula —, y los están matando.

Cruzamos miradas con Salem, sintiendo el peso de las palabras del príncipe.

—Pero, lo que más me preocupa es que después de matarlos se están quedando con la sangre de mis súbditos.

Procesé la información en segundos, pero Salem estalló antes que yo y su voz no ocultó su desprecio.

—¿Por qué alguien querría quedarse con la sangre de un demonio?

Razael chasqueó la lengua, como si lo que acabara de cuestionar fuera absurdo, porque lo era.

—¿No sabes por qué? —las facciones del príncipe se endurecieron y pareció perder cualquier atisbo de paciencia.

No pude juzgarlo, yo miso evité poner los ojos en blanco ante tan estúpida pregunta, pero antes de que pudiera explicarle, Joshua se adelantó.

—Mi señor... —habló con tono neutral y bajó la mirada—. Existe el rumor entre los humanos de que la sangre de demonio es capaz de purificar la de ellos, permitiéndoles volver a su color blanco de nacimiento. Dicen que permite purificar cualquier tipo de sangre que haya sido corrompida.

—No es un rumor emisario —, la voz de Razael sonó como un filo de acero que cortó el aire—. Es un hecho. Si un humano consume sangre demoniaca, se genera una reacción en sus cuerpos que les otorgará el color blanco en su sangre —nos recorrió a los tres con una mirada oscura—. Por un tiempo...




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