Crimen Escarlata

13. Reabrir el callejón

VIERNES 31 DE OCTUBRE-. 09:03 hrs.

—Nos han ordenado que se reabra el caso del asesinato en el callejón.

Las palabras del capitán Simmons fueron como un balde de agua fría que sepultó cualquier atisbo de tener un buen día.

Apenas puse un pie en la oficina, fui llamad con urgencia a su despacho, para recibir semejante noticia.

—¿Qué? —fue lo único que logré articular. Le dediqué una mirada atónita, cruzando los dedos por haber perdido la audición por unos miseros segundos, pero la expresión en su rostro me confirmó lo contrario.

La indignación debió ser evidente en mi rostro, porque antes de que pudiera agregar algo más añadió: —Sé que hiciste todo diligentemente, Hart, pero la orden viene de más arriba.

La molestia en su voz no pasó desapercibida. Si a Solomon Simmons no le gustaba la situación, nunca era buena señal. Llevaba más de siete años como capitán de la brigada de detective y si algo admiraba de él, era la confianza plena que tenía en su equipo. Si un caso quedaba cerrado, se cerraba con bases sólidas, ese siempre había sido su lema.

Sin embargo, ¿por qué alguien osaría en revocar un caso el mismo capitán revisó con minuciosidad?

—La reapertura viene principalmente porque solicitaron nuestro apoyo, o mejor dicho, ordenaron explícitamente que los detectives a cargo estuvieran presentes —añadió, cruzándose de brazos.

—Si señor.

Elegí mantener mis respuestas neutrales, aun cuando la irritación se apoderó de cada célula de mi cuerpo.

La mirada del capitán quedó fija en mi unos segundos antes de que volviera a hablar.

—Hart —murmuró con suavidad

Levanté una ceja, extrañada. Solomon no era un hombre que usara ese tono.

—Ten cuidado —advirtió. Su voz vino cargada de una gravedad y preocupación muy poco habitual en él—. Nada de esto me da buena espina.

Apreté los puños, incomoda. Los instintos del capitán raramente se equivocaban, pero esta vez la posible afectada podía ser yo.

—¿Sabe quién ordenó la reapertura del caso? —no pude evitar preguntar.

—No —su sinceridad fue arrolladora y su mandíbula se tensó, sopesando sus siguientes palabras—. Pero sospecho que puede ser obra de la Santa Inquisición, pero no te lo puedo asegurar.

La sola mención de ese nombre me revolvió el estómago. Se que a él tampoco le hacía gracia el asunto, pues la Santa Inquisición no pedía ayuda, exigía obediencia. Oré a quién fuera que me escuchara que por favor no fueran ellos los involucrados, sino las cosas se volverían mucho más complejas.

—Si no son ellos, la verdad es que no se si quiero averiguar quién más tiene el poder para decidir esto. Nos están arrastrando a asuntos turbios Hart, no bajes la guardia.

—Estaré atenta, señor. No se preocupe.

Simmons suspiró y me estudió con la expresión que le daría un padre que intenta hacerle entender a su hija de los peligros que tiene la vida, pero debió recordar que yo ya no era una joven cadete porque sus facciones se endurecieron con rapidez.

—Bien, con todo esto claro, te esperan a Dante y a ti en la sala 8.

—¿Ya están aquí? —exclamé, sorprendida.

Asintió con el ceño fruncido, pero no necesitó añadir nada más. Con un leve movimiento de cabeza, se despidió de mí, y me dejó con una creciente inquietud en el pecho.

VIERNES 31 DE OCTUBRE-. 09:10 hrs.

Dante y yo nos observamos con complicidad y asentimos al unísono. No fue necesario que habláramos, ambos sabíamos que nada de lo que estaba ocurriendo tenía sentido. Sin embargo, si querían de nuestro apoyo, jugaríamos el papel de detectives ejemplares que esperaban, para salir de esto lo antes posible.

—Te cubro la espalda, compañera —me susurró para animarme.

Inspiré con fuerza, energizada por sus palabras y empuje la puerta con firmeza.

—Buenos días señores. Nos presentamos, él es Dante Pearce y yo Kiera Hart, oficiales de la brigada de detectives y seremos su apoyo en lo que puedan requerir de este caso.

Hablé con firmeza, sin dar espacio a interrupciones. Si querían imponerse ante nosotros y hacernos perder el tiempo, iba a dejar claro que no se lo haríamos fácil.

Dentro de la habitación nos esperaban tres hombres. Los dos primeros eran, literalmente, montañas. Una estatura absurda acompañada de una complexión robusta, con rostros imperturbables a pesar de nuestra súbita llegada. Su postura rígida me dio la sensación de sabían exactamente como romper una persona en dos, lo que me dejó en claro cuál era su rol: guardias.

Por ende, el tercero debía ser el pez gordo, que ambos gigantes escoltaban. Él estaba de espalda a nosotros, con la vista fija en la ventana, observando quién sabe qué. Su postura era relajada, tal vez demasiado relajada ante la evidente hostilidad con la que nos presentamos.

—Será un placer trabajar con usted, detective.

Aquella voz profunda y aterciopelada me erizó la piel al instante, porque la había escuchado antes.

El hombre se giró con elegancia y, cuando vi su rostro, el aire quedó atrapado en mi garganta.

Era él con su sonrisa seductora y esos ojos. Orbes intensas y cargadas de un brillo malicioso que me habían perseguido en mis pesadillas los últimos días. Aquel hombre que de alguna forma se había anidado en mi cabeza sin permiso.

Su nombre escapó de mis labios antes de que pudiera detenerme.

—Razael.

Él sonrió complacido, como si los hechos ocurridos nos hubieran conducido a este momento.




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