Mansión Grove, Octubre 31 de 1945
Dicen que la muerte es el final de todo y que después de ella no existe más que eterna oscuridad. Eso pensaba Alec Baste mientras agonizaba sobre el frio suelo del Hall de la mansión Grove. Trataba con todas sus fuerzas levantarse y pedir ayuda, pero la cantidad de sangre que había perdido lo habían debilitado. Sus cuerdas vocales estaban desgarradas y la sangre no dejaba de emanar de su cuello. El sabor de la misma era metálico, sus pulmones poco a poco iban perdiendo el oxígeno. Trataba presionar con ambas manos la herida de su cuello aferrándolas alrededor del mismo para poder contener la terrible hemorragia, pero el líquido no dejaba de filtrase por sus dedos.
Segundos después comenzó a sentir que su mundo giraba y las luces comenzaban a apagarse. Su mirada se posó entonces en un fragmento de un espejo roto que se había desplomado minutos antes de una pequeña repisa de madera a su lado. Observó su distorsionado reflejo; desconociendo a la persona que se reflejaba en él.
Pensó en su vida, en los últimos minutos de lucha con su asesino y como este logró rebanarle el cuello. Comprendió entonces en ese instante que todo estaba perdido, que jamás volvería a ver a su amada Beatriz y que moriría en aquel solitario lugar. Soltó su mano derecha y en un intento desesperado la extendió frente a su reflejo en el espejo. Su mirada se fue tornando de oscuridad. Observó cómo se iba trasformando en una mancha negra y difuminada. De pronto observó como una figura oscura se iba posando detrás de él, hasta que la oscuridad lo envolvió por completo.
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Editado: 01.06.2020